A las nueve, cuando llegué al restaurante, ya había algunas mesas ocupadas. Desde la puerta vi a Pierre sentado en una mesa. Estaba leyendo un libro. Me saludó con una leve inclinación de cabeza. Sonreí. Me gustó la rapidez con la que se había puesto en marcha. La salida de Marisol era inminente.

Sin embargo, tan pronto dirigí la mirada hacia la barra, supe que había problemas y mi sonrisa se apagó. Marisol y Carlos discutían con susurros. Parecían dos gatos histéricos.

—Hola —me saludó Carlos, visiblemente aliviado al verme.

—¿Qué ocurre? —pregunté sospechando algo.

—Tenemos overbooking —exclamó Marisol enfadada—. Le he dicho a Carlos que no podemos atender a más de treinta comensales y hay reserva para cuarenta.

Quise agarrar a Marisol por el cuello y estrangularla. Teníamos capacidad para sesenta comensales. Me llevé la mano a la frente y la masajeé.

—¿Cómo hemos estado de ocupación durante lo últimos días? —pregunté.

—Normal —contestó Carlos mientras Marisol aguantaba sin decir nada.

—Así que no ha habido mucho estrés, ¿no?

Carlos negó con la cabeza.

—¿Por qué habéis aceptado más reservas de las que se habían acordado?

—Ha sido un error —se defendió él—. A veces los clientes llaman durante el servicio y nosotros apuntamos la reserva rápidamente en algún papel para luego pasarlo al libro. Hemos dicho que sí más veces de las que deberíamos.

—Tendrás que llamar a los clientes y cancelar algunas reservas —le ordenó Marisol de forma cortante.

—Como cliente, ¿te gustaría que te hicieran eso a ti? —le pregunté con la voz helada—. La gente está a punto de llegar.

Me miró sorprendida.

—Te haré otra pregunta. ¿Qué opinarías de un restaurante que te hiciera eso? —Y, sin darle tiempo a responder, proseguí—: estoy segura de que te decepcionarías y aquí no queremos decepcionar a nadie. Por favor, considéralo una excepción. Carlos se responsabilizará de que no vuelva a ocurrir.

—No tengo tanta comida preparada.

Marisol no cedía.

—Vale, ¿puedes elaborar una lista de sugerencias con lo que tenemos? Los camareros las recomendarán.

Me observó un momento, dubitativa, y al final asintió.

—Pero que sea la última vez —dijo.

La miré con incredulidad. Se comportaba como la jefa incluso cuando yo estaba presente. Carlos ignoró su comentario y ella bajó a la cocina.

—¡Qué bien que llegaste! —me dijo él cuando nos quedamos solos en la barra—. Creo que iba a tirar la toalla y a irse a casa.

—¿Sabes qué, Carlos? Creo que también es culpa tuya —le dije con brusquedad—. Tendrías que haber coordinado mejor la toma de nota de las reservas y tienes que saber llevar situaciones de conflicto. No puede ser que cada vez que haya un problema entre sala y cocina yo tenga que resolverlo. ¿Qué pasaría si yo no estuviera? Perderíamos clientes, sin duda. Eres el encargado, compórtate como tal.

Carlos me miró con expresión de culpabilidad. Lo ignoré y bajé a la cocina, donde Marisol ya estaba organizando la lista de sugerencias con Marina. Luego subí y cené en la barra mientras trabajaba con el portátil. La cena transcurrió sin problemas y observé cómo Carlos se esmeraba en hacer bien su trabajo. De vez en cuando me miraba de reojo para averiguar si lo estaba observando. En algún momento, se me acercó Fernando.

—La mesa 11… —dijo lentamente mientras rellenaba mi copa con vino—. ¿Es lo que creo?

Alcé la mirada. Era la mesa de Pierre.

—No lo sé —Sonreí—. ¿Qué es lo que crees?

—Nuevo chef.

No fingí sorpresa. Fernando era de confianza.

—Tal vez.

El sonrió.

—Qué bien —dijo suavemente—. Ya era hora.

Pensativa, me bebí el vino y entonces entró María. Me vio de inmediato, en mi rincón habitual, y se acercó a la barra. Nunca dejaba de sorprenderme con su presencia. Era tan dulce y carismática que me hizo sonreír sin querer. Sus ojos brillaban, llenos de energía. Cerré el portátil.

—¿Qué delicia hay hoy para cenar? Estoy muerta de hambre —dijo quitándose un precioso abrigo de piel.

La observé pasmada. Llevaba una camisa con un estampado de flores en tonos beige y naranja. Era casi transparente y podía verse el sujetador de encaje que llevaba. Dejaba mucho a la vista y poco a la imaginación.

—María —balbuceé—. ¿Eres consciente de que se te ven los pezones?

Sonrió de forma cautivadora y se sentó en el taburete de al lado.

—¿Te gusta? —preguntó cruzando las piernas.

—¿Qué de todo? ¿Tus pechos, la camisa o el hecho de que te estás exhibiendo?

—Todo.

La miré con perplejidad.

—Espero que no te hayas vestido así por mí —murmuré al final.

—No, tonta… —Rio—. Vengo de un cóctel.

—Tu marido ha ido contigo, espero —dije como si fuera una monja.

—No. Nav está de viaje.

—¿De viaje?

María se enfadó.

—Ana, quita esa expresión de horror de tus ojos y no me juzgues —exclamó.

Parpadeé. Ella tenía razón.

—Lo siento, pero tus pezones siguen navegando en mi cerebro —dije forzando una sonrisa.

—Me da igual. Tengo ganas de sentirme guapa y deseada. ¿Qué hay de malo en ligar un poco?

Su forzada alegría se apagó y dejó caer los brazos sobre el regazo jorobándose un poco.

—Ana, con Nav no avanzo —se quejó—. Ya han pasado dos semanas desde la última vez que hicimos el amor. Si mi marido no me desea, quiero saber que por lo menos tengo opciones allá afuera.

«¿Dos semanas, solo?», quise preguntar pensando en mi actual situación, pero me mordí la lengua.

—Estuve en el cóctel de una agencia de publicidad con la que colaboramos. Conocía a muchos de los asistentes, pero a nadie con quien trabaje directamente.

«Menos mal...», pensé.

—¿Y qué tal ha ido?

María apoyó las manos en la barra y sonrió con picardía.

—Bien, había un montón de tíos guapísimos. Ah y, aparte, he coincidido con Sergi. ¿Recuerdas? El abogado con quien me ...

Asentí arqueando las cejas.

—No me mires así, no pasó nada —dijo María de forma desinteresada.

Le hice una señal a Carlos para que se acercara.

—Por favor, tráele a María el tronco de atún en cinco especias con risotto al limón. Ah, y ponle agua, nada de vino.

María rio.

—Por supuesto —dijo Carlos con amabilidad y se alejó.

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó ella.

—Estoy mejor —dije.

Reprimí miles de sentimientos contradictorios. Me di cuenta que María me observaba con expresión traviesa. Se apartó un mechón de pelo con gesto coqueto y susurró:

—Me topé con un amigo tuyo.

—¿Quién?

—Marc Puig.

La miré sorprendida. Llevaba semanas sin saber de él y me había convencido de que era mejor así. Se pondría en contacto conmigo cuando fuera oportuno, cuando tuviera noticias sobre el chiringuito financiero.

—¿Ah, sí? ¿Y qué hace un policía en un cóctel de agencias de publicidad? —pregunté intrigada.

Apoyé las manos sobre el portátil. María me miró con ojos entrecerrados.

—Pasárselo bien. No creo que lo invitaran por ser policía, debe de ser amigo de alguien. Recuerda que es un tío de sociedad, con contactos. ¿Sigues pensando que está relacionado con el caso de Russ?

—No, no lo está.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó bajando la voz.

Me mordí la lengua.

—No me ha comentado nada —dije y bebí de mi copa de vino.

—Bien, cuantas menos personas lo sepan, mejor. ¿Qué tanto lo conoces?

—Poco —dije antes de dejar la copa sobre la barra—. Me ayudó cuando tuve el accidente de moto y lo invité a la inauguración del restaurante. Luego vino a cenar una noche con amigos suyos.

María abrió los ojos como platos y se acercó más a mí.

—¡No me habías dicho nada!

«Porque me da vergüenza», pensé.

—Lo siento, se me había olvidado —musité recordando aquella noche.

—Cuéntame —exigió mi amiga en voz baja, como solía hacer cuando esperaba un cotilleo.

Me hacía gracia su actitud.

—No hay nada que contar. Vino, cenó y se fue.

María me observó decepcionada.

—No me lo estás diciendo todo —sentenció—, pero da igual, algún día cantarás, pajarito.

—¿Me contabas…?

—Es bueno conocer a alguien de su rango —aseguró mientras jugaba con uno de sus pendientes—. Sobre todo para ti, por los problemas en los que te metes.

—Ya lo creo. Parece buena persona —dije con aire distraído.

Carlos trajo el plato de María y le sirvió agua.

—Demasiado —anunció ella cogiendo los cubiertos.

Miré de reojo hacia la mesa de Pierre. Había pedido los ravioli en salsa sake.

—¿Por qué lo dices?

—El mundo es un pañuelo —anunció y me señaló con el tenedor—. Sobre todo lo digo por ti. Tienes que tener cuidado con lo de Russ, nunca sabes quién conoce a quién ni quién puede hacer correr el rumor.

—Me ibas a contar lo de Marc —dije.

La miré sonriente. Me recordaba a mi madre con sus advertencias.

—Me he enterado de un cotilleo que te mueres —dijo antes de meterse un trozo de atún en la boca—. Mmmm, esto está delicioso.

Sonreí. No cabía duda de que la comida de Marisol era muy buena.

—Me lo contó Sergi, que no se pierde una…

Hizo una pausa mientras saboreaba el risotto. Luego dejó los cubiertos sobre la mesa y me observó con tanto misterio que parecía que me fuera a confesar un secreto de Estado.

—Su exnovia conoce a la mujer de Marc.

Me quedé sin aliento. No me esperaba para nada esa noticia.

—Creía que estaba divorciado —dije con cautela.

—¿Por qué? —preguntó María con una chispa de travesura en los ojos.

—Porque no lleva anillo de casado y allí donde lo llevaba se nota una marca.

—Pues sí. Parece que se han separado hace poco, aunque Sergi dice que él está intentando salvar el matrimonio. El tío tiene una niña de dos años.

De nuevo, contuve la respiración. Recordé la adorable carita de la foto.

—¿Por qué se han separado? —pregunté frunciendo el ceño.

La expresión de María se tornó más traviesa y se acercó a mí.

—No te lo vas a creer, Ana. La tía estaba suscrita a varias páginas de ligar por Internet, match, dating, ligaligo, etcétera. Se pasaba el día quedando con otros tíos.

La observé con incredulidad.

—¿Qué?

—¡Como lo oyes! —afirmó y volvió a coger los cubiertos.

—¿Y cómo se enteró él? —pregunté.

—Tuvieron una pelea fea y ella se lo dijo en la cara.

Me sentí fatal, tan mal que me entraron náuseas. Cogí la copa de María y bebí un sorbo de agua. Ella me observó, sorprendida, mientras seguía comiendo.

—¿Estás bien? —me preguntó al final—. Estás más pálida que un muerto.

—Tengo bajones de vez en cuando —dije apresuradamente—. ¿Y entonces?

—Entonces, parece que él indagó y averiguó que ligaba y se enrollaba con tíos que conocía por Internet.

—Vete tú a saber la razón de fondo de todo esto —comenté pensativa.

Marc me había dicho que el daño que me Russ me provocaba era brutal y en ese momento me enteré del daño que su mujer le había hecho a él, en caso de que el chisme fuera cierto y él no tuviera la culpa de las infidelidades. Aunque no tenía nada que ver, me sentí aún peor por lo sucedido entre nosotros. Le había confundido con Russ en mi alucinación y su mujer se acostaba con otros. María me observaba y pensé aturullada en algo más que decir.

—Yo en su lugar también lucharía por salvar mi matrimonio, por la hija —dije.

—Sí, es la única razón —comentó María, animada—. Pero bueno, se le ve bien. Si uno no supiera el rumor, no pensarías que está pasando por algo tan difícil. He estado hablando con él un rato y la verdad que es bastante agradable. No sé por qué demonios trabaja como un policía cualquiera, si viene de familia adinerada.

—María, Marc tiene un puesto de suma importancia —objeté.

—Me ha preguntado por ti —dijo de repente, sonriendo.

Sentí que se me erizaba el vello, aunque no estaba segura de por qué era en realidad. Volví a beber vino.

—¿Y tú que le has dicho? —pregunté.

—¡Qué quieres que le diga! —Se encogió de hombros—. Que estás bien. También me ha preguntado cómo nos habíamos conocido.

—¿Y qué le has dicho?

Vi que María empezaba a sospechar algo.

—¿Por qué estás tan tensa?

—No lo sé, porque es policía…

—Déjate de tonterías, Ana. Aunque sepa algo, ¿qué hará? ¿Venir a arrestarte?

—¡No, claro que no! —exclamé sintiéndome ridícula—. No sé, María, son miedos míos…

—Le dije que nos conocimos en una fiesta y que somos amigas del alma —anunció y luego añadió inesperadamente—: creo que le gustas.

—¡Ajá! —exclamé.

María me observaba, ahora sonriendo. Ya había acabado de cenar y Carlos se acercó para recoger el plato.

—Él te gusta también, ¿verdad? —susurró cuando Carlos se alejó.

—¿Por qué lo dices? —pregunté sorprendida.

—Porque te conozco.

—María, me gusta Russ.

Me siguió mirando de cerca. Luego torció los labios y se separó de mí.

—Ya lo sé, eres tan terca. ¿Por qué no te relajas un poco y sales con alguien?

—¿Con Marc? —pregunté de forma burlona—. ¿Quién sigue casado con una mujer que le pone los cuernos?

María alzó una mano.

—Seréis dos con problemas.

—¿Te has preguntado por qué su mujer lo hace?

—Sí y no lo entiendo. Es guapísimo, un macho.

Asentí sin ser consciente. Era cierto, Marc tenía un aire muy varonil y parecía muy seguro de sí mismo. En la discoteca, conmigo, había sido dominante de manera atrevida. Esa actitud abatía, seducía. Pero las infidelidades de su mujer podían deberse a mil razones. Observé a María, pensativa. Había algo más profundo.

—María —dije—, esto es un rumor, tal vez ni sea verdad…

—¡Da igual! —Sonrió con travesura—. Deberías llamarlo, así lo averiguas.

—Si en algún momento estoy muy desesperada, lo llamaré —aseguré—. Ahora cuéntame, ¿con quién has ligado tú?

Pretendía no pensar en Marc por el momento. María sonrió con dulzura.

Para el final de la noche me había enterado de su plan. Iba a intentar vivir una vida en paralelo de la que tenía con Nav. Pensaba comenzar a salir con amigos y compañeros de trabajo, y si conocía a alguien con quien se sintiera a gusto, haría lo que le dictaran sus impulsos. No quería separarse de Nav, lo quería demasiado, pero no podía seguir viviendo sin sexo. La noticia me entristeció. Consideraba a Nav un buen hombre y quería que ellos fueran felices, pero también me di cuenta de que María se sentía miserable con esa vida.

Abuso de confianza. La otra verdad
titlepage.xhtml
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_000.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_001.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_002.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_003.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_004.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_005.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_006.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_007.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_008.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_009.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_010.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_011.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_012.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_013.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_014.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_015.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_016.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_017.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_018.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_019.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_020.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_021.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_022.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_023.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_024.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_025.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_026.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_027.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_028.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_029.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_030.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_031.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_032.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_033.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_034.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_035.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_036.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_037.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_038.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_039.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_040.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_041.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_042.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_043.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_044.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_045.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_046.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_047.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_048.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_049.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_050.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_051.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_052.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_053.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_054.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_055.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_056.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_057.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_058.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_059.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_060.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_061.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_062.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_063.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_064.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_065.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_066.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_067.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_068.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_069.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_070.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_071.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_072.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_073.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_074.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_075.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_076.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_077.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_078.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_079.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_080.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_081.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_082.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_083.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_084.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_085.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_086.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_087.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_088.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_089.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_090.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_091.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_092.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_093.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_094.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_095.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_096.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_097.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_098.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_099.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_100.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_101.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_102.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_103.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_104.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_105.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_106.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_107.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_108.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_109.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_110.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_111.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_112.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_113.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_114.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_115.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_116.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_117.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_118.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_119.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_120.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_121.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_122.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_123.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_124.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_125.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_126.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_127.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_128.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_129.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_130.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_131.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_132.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_133.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_134.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_135.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_136.html
CR!MX428RNFB94S559PHSFSBBSE56A9_split_137.html