Dos países, dos extremos

Al día siguiente, después de hacer el amor, Russ volvió a sacar el tema de siempre.

—¿Has pensado en lo de tener un hijo? —me preguntó con un tono jovial.

Lo miré alterada. No le había confesado mi debate interno entre la sensación agradable que la imagen de un bebé despertaba en mí y mis temores de ser madre. Él se rió.

—Yo sé que te asusta —anunció.

—Qué bien —dije de forma evasiva.

Intenté levantarme de la cama. Me tiró del brazo y casi se apoyó encima de mí.

—Te da miedo cometer errores —dijo.

—Me da miedo no hacerlo bien y no ser capaz de asumir la responsabilidad —me sobresalté—. Me da miedo tener que dejar el trabajo y quedarme sin ingresos. También me da miedo que suceda algo contigo o con nuestra relación y que la criatura se quede sin padre, porque pienso que un niño necesita a una madre y a un padre.

—Amor, no va a pasar nada conmigo. Yo no me iré de tu lado —dijo y sonrió.

Enmudecí y rehuí su mirada. Russ se percató de mi titubeo.

—Deja las pastillas, amor —susurró—. Lo que tiene que suceder, sucederá.

—No lo sé, Russ, no estoy segura —murmuré con un hilo de voz.

—Ana, estuviste siete años casada, trabajando sin parar —dijo con ternura—. Cuando yo estuve en Mónaco, te pasabas el día y la noche trabajando, sin dormir. Cuando regresé, lo seguías haciendo, y ahora que has traspasado tus responsabilidades a otra gente, te vuelves loca porque no sabes qué hacer con tu tiempo libre. Trabajar no lo es todo en la vida. ¡Despierta! —exclamó sacudiéndome con suavidad—. Aparte, has ganado dinero y tienes ahorros. Yo estoy ganando un buen sueldo y ganaré más en el futuro. No nos vamos a quedar sin medios jamás, porque aunque dejes de trabajar un tiempo, tienes una profesión y siempre la podrás retomar, y por otro lado, yo jamás permitiré que nos falte dinero, así que deja tus temores a un lado y descubre lo que realmente llevas por dentro, una capacidad enorme de dar amor.

Sus palabras me llenaron de felicidad, de esperanza y de fe. ¡Tener un hijo de Russ! De ese hombre que adoraba, con quien quería pasar el resto de mi vida. Sería el paso sensato en nuestra relación, ya que nos queríamos tanto. Sería… maravilloso.

—Vale, intentémoslo —cedí.

Russ me abrazó.