Marc llegó sobre las nueve de la noche. Yo tenía los nervios de punta. Entró en el piso y evaluó todo con la mirada.
—Lo siento —dije con torpeza.
Su inesperada sonrisa me sorprendió.
—Eres como una cerillita —respondió divertido—. Tardas en encenderte, pero cuando lo haces, eres fuego.
Su broma me relajó y vi que esa había sido su intención.
—Marc, lo de esta madrugada ha sido un accidente —anuncié.
Me observó un instante, absorto. De nuevo apareció su sonrisa cálida y me relajé aún más.
—¿Quieres ir a algún sitio para hablar o prefieres que nos quedemos aquí? —preguntó ignorando mi comentario.
—Aquí está bien —dije tras aceptar la interrupción.
Me senté en el sillón. Él se quitó la chaqueta y se sentó en el sofá. Charlie lo evaluó, desconfiado, y le olió los zapatos. Marc sonrió y lo acarició. Mi gato no perdía la oportunidad de que alguien lo mimara, así que saltó y se acomodó en su regazo. Marc me lanzó una mirada dubitativa.
—No te asustes, no saca las garras a menos que le hagas daño —le dije.
Acarició a Charlie de nuevo.
—Soy todo oídos —dijo—, pero antes de que empieces, déjame decirte algo. Puede ser que el tema que me comentes no sea de mi jurisdicción. En ese caso tendrás que hacer una denuncia formal en donde te indique, a no ser que represente un peligro para ti. Y, aunque sea de mi jurisdicción, sin pruebas sustanciales no podré actuar.
—Marc, yo seré una cerillita, pero tú eres un cangrejo —dije observándolo con recelo—. Das un paso adelante y luego dos atrás. Me dijiste que podía contar contigo si quería hablar y ahora estás haciendo todo lo posible para disuadirme. Estoy hecha una bola de nervios. No sé si llamarte fue una buena idea.
Me miró un largo rato y, al final, asintió.
Le conté al detalle lo de los saqueos y las sospechas del accidente. A raíz de ello, le tuve que contar quién era Russ, cómo había aparecido en mi vida y dónde estaba. También le expliqué las últimas complicaciones de su caso. En varias ocasiones noté sorpresa en sus ojos, pero la mayor parte del tiempo permaneció impasible. A medida que hablaba me sentía más segura de mí misma.
—Marc, mucho de lo que te he contado hasta ahora es muy personal y me gustaría, de ser posible, que esta información no la compartieras con nadie más. Lo que te voy a decir de aquí en adelante utilízalo según consideres.
Me observó en silencio. Yo me froté la frente; comenzaba a tener dolor de cabeza de nuevo.
—Jay Goldman, antes de que lo detuvieran en Suiza, se llevó el negocio de David y Russ —proseguí—. Russ me dijo que Jay se apoderó de la base de datos de clientes actuales y precalificados y de todos los documentos relevantes. Hay una persona que lo ayudó, se llama Jamie, el mismo que vino a mi restaurante. No sé su apellido. Es un contable inglés, alto, rubio y delgado. Ya les di su descripción a los policías que vinieron aquel día. Su despacho está en Londres con Casanova. Russ sospecha que están operando desde allí. Jay ha desaparecido del mapa, pero estoy convencida de que Jamie, o cualquier otro, sigue con el negocio.
—Aunque lo estén haciendo, es posible que operen como una empresa registrada en algún paraíso fiscal, no en España, y así es imposible engancharlos —objetó Marc.
Sacudí la cabeza.
—La empresa de David y Russ, General Securities LLC, la han cerrado. Bueno, han congelado la cuenta de Mónaco. Supongo que Jay comenzaría a utilizar la cuenta suiza, pero ahora que está también intervenida, estoy segura de que utilizan la de la empresa española, General Securities S.L., con cuenta en el Deutsche Bank. Los potenciales clientes ya están precalificados y han oído ese nombre. Sería arriesgado, pero rápido. Seguirán vendiendo acciones de empresas que no existen o algo por el estilo.
—Ana, estás hablando de un chiringuito financiero activo —dijo Marc con ojos entrecerrados.
—Sí, no me cabe duda.
Me observó unos instantes con cara inexpresiva. Mi gato seguía recostado plácidamente en su regazo. Tenían un parecido: la mirada felina.
—Los chiringuitos financieros actúan con mucha astucia en España —comentó—, no se acercan a españoles. Por lo tanto, violan el código civil, pero no el penal. Sus víctimas son extranjeros, normalmente de habla inglesa. El problema en estos casos es que si no se tienen pruebas ni se puede acudir a un juez para que firme la autorización de arresto, la policía tiene las manos atadas. Tardamos bastante en conseguir arrestar a alguien. Necesitaré algo más que un nombre.
Me incorporé y caminé hasta el dormitorio. Regresé con impresos y fotocopias que había preparado con la información que consideraba relevante: números de cuentas bancarias, confirmaciones de transferencias, correspondencia con los clientes, una copia del anuncio de Jamie en la revista Metropolitan y las IPs.
Le pasé toda la documentación a Marc y me senté de nuevo en el sillón con las piernas cruzadas. Él empezó a leer los documentos mientras yo lo observaba. Noté que leía con una rapidez abismal. Se detuvo mucho tiempo en la hoja de los IPs. Luego me lanzó una mirada que me atravesó. Tuve otra vez la extraña sensación que me invadió cuando lo conocí: estaba frente a alguien que sabía mucho más de lo que parecía.
—Estoy segura de que no descubriréis nada sospechoso sobre General Securities S.L. hasta la fecha en que Russ fue detenido —dije—. En su maletín encontré copias de TC1 y TC2 y declaraciones de IRPF y de IVA. Todo parece correcto y la cifra de negocios no llama la atención.
Esperaba que mi revelación no le trajera problemas a Russ en España, pero no lo dije por miedo a sonar patética. Pensé que no pasaría. En mi opinión, la operativa había sido correcta bajo su administración, pero no estaba segura de tener toda la información.
Marc me volvió a observar, esta vez con mayor cautela.
—¿Querrás firmar lo dicho como denuncia o testificar?
—No. —Sacudí la cabeza—. No sé quién más anda suelto por allí y no quiero que mi nombre aparezca en ningún momento.
—Te entiendo.
—¿Por qué Barcelona? —pregunté por curiosidad.
—No es solo Barcelona. Madrid, Málaga y Marbella están invadidas. La pregunta es: ¿por qué España?
Asentí.
—Es un lugar atractivo para traer a jóvenes vendedores —dijo.
Dejó los papeles junto a él, en el sofá, y miró a Charlie, que permanecía en su mundo de somnolencia y ronroneo.
—El clima, la comida —prosiguió—, las mujeres, el alcohol, los cigarrillos baratos y, en general, el coste de vida más asequible. Los traen aquí ofreciéndoles una alta comisión por ventas y les pagan el alquiler del alojamiento durante un tiempo. Además, tenemos brechas en la legislación. Por ejemplo, ahora mismo cualquier extranjero puede abrir una empresa en España solo con su pasaporte. Se ha hecho una proposición de ley, que probablemente será aprobada por el congreso, para exigir que la persona tenga un NIE para poder ser empresario en España. Esto permitirá un mejor control y evitará la aparición y desaparición de empresas fantasma, pero hay muchas otras lagunas de las que se seguirán aprovechando.
—Al menos algo está cambiando —dije encogiéndome de hombros.
Marc hizo una mueca con los labios y puso una expresión sarcástica.
—Sí, algo —dijo—. Un pequeño granito de arena. Para cuando logremos controlar la situación en España, ellos se irán a otro país o cambiarán su modelo de negocio. De hecho, ya se está dando, los chiringuitos financieros están comenzando a aparecer en países excomunistas.
—¿Llevas otros casos como este? —pregunté con intriga.
—Varios —dijo de forma evasiva—. El problema es que mientras haya mercado, habrá oferta. Es como la droga. Y si el cliente se vuelve desconfiado y más astuto, ellos cambiarán la oferta, pero seguirán. La única forma de combatir esto es educando, pero es un proceso muy largo y muchos caen en la trampa.
Lo escuché en silencio. Un sentimiento de decepción me oprimía el pecho. Marc me observó, pensativo.
—En mi carrera he conocido a muchos delincuentes involucrados en crímenes financieros y a sus víctimas —dijo con voz muy fría.
Se me encogió el corazón al oír que se refería a Russ como delincuente.
—Pero nunca había conocido a sus familiares —prosiguió—. Ahora me doy cuenta de que el daño que esta gente os hace es brutal.
—Creo que ha cometido un error y le voy a dar otra oportunidad —dije clavando la mirada en el suelo—. No sé cómo acabará él. Al principio, el cargo era delito de apropiación indebida. Después el abogado me dijo que lo acusaban también de estafa y ahora a esto se suma que sospechan que está involucrado en blanqueo de dinero. Para mí, todo el caso es bastante confuso y no acabo de entenderlo.
Me arreglé el pelo sin necesidad; la mano me temblaba.
—¿Eres consciente de en qué te metes?
—No, no lo soy —dije—. Si lo fuera, tal vez no me quedaría con él, pero lo quiero y creo que cambiará —Me encogí de hombros—. Quizá estoy chapada a la antigua…
—Lo que te voy a decir ahora te lo voy a decir como un profesional —dijo mirándome fijamente a los ojos—. Entiendo que quieras a ese Russ y que hayas decidido darle una segunda oportunidad, pero déjame explicarte el perfil de gente que trabaja en estos lugares. Son jóvenes de orígenes humildes, con pocos recursos, desesperados por ganar dinero fácil. No tienen educación ni aspiran a tenerla. Les da igual qué pase con los inversores. Su pretexto es: que se informen y no sean tontos. No tienen escrúpulos. Algunos, los más íntegros, se dan cuenta de lo que es el negocio y se van, pero son pocos. Por lo que me dices, Russ ya es algo mayor como para ser el típico vendedor de un chiringuito financiero. Eso me hace pensar que lleva mucho tiempo metido en este mundillo. No me extrañaría que la empresa donde trabajaba antes se dedicara a lo mismo. Si le quieres dar una oportunidad, hazlo consciente de lo que es. Algunas cosas nunca cambian.
—Marc, ahora está en la cárcel. No tiene conexión con el mundo exterior. Ya está pagando con creces lo que ha hecho. He conocido a sus padres y a su hermana. Son buena gente. Creo que le han inculcado a Russ los valores de la familia, el amor, y eso es lo que a mí me importa. Sospecho que se ha dejado corromper por gente como David, que lleva en la sangre la tendencia a la delincuencia. Antes de que vinieras, estuve buscando en Internet. No la encuentras enseguida, pero hay información sobre David Bloom. Está denunciado en una lista que publicó la FSA en el 97 por haber negociado con opciones e intercambio de divisas indebidamente. Un juez lo condenó al pago de una multa de más de sesenta mil libras. También está en otra lista de la FSA en la que se advierte de su situación y se le nombra como uno de los líderes de los chiringuitos financieros de Barcelona.
Lo miré con expresión triste. Me habría gustado que las cosas se hubieran dado de otra manera.
—Tal vez tengas razón —proseguí tras una breve pausa—. Russ puede ser la típica persona que se deja corromper por dinero fácil. Tal vez lo sucedido en Mónaco sea una maldición de la que Russ aprenderá, o tal vez no, y entonces me tendré que olvidar de él.
—Ana, me pongo malo al pensar que no te habrías enterado de todo esto si él no hubiera caído preso. Te podrías haber pasado años a su lado compartiendo sus éxitos profesionales y viviendo en la ignorancia absoluta.
—No creo. Él comenzaba a darse cuenta de que algo marchaba mal.
—No —dijo categóricamente—. No lo conozco, pero estoy convencido de que te estás equivocando. Creo que la única razón por la que podría querer dejarlo todo eres tú y no su conciencia.
Sus palabras encerraban una gran verdad y me dejaron sin habla. Me sentí hundida; ¿podría Russ de verdad cambiar?
—Si te quedas a su lado, siempre tendrás que estar atenta a lo que hace y cuidarle la espalda, porque tendrá la tendencia a descarrilarse. Has de pensar si quieres desempeñar ese rol. Tienes que tener mucho cuidado, te podrías convertir en su cómplice.
En aquel momento no comprendí el significado de sus palabras ni sospeché de la razón que tenía. Yo ya estaba atenta y le cuidaba la espalda. Marc me observó un largo instante. Era obvio que se preocupaba por mí. Recordé el accidente, las miradas que me había lanzado la noche anterior, el acercamiento de esa mañana y, después, la foto del piso.
—Creo que he tocado fondo. Lo siento por lo sucedido esta madrugada. No me acuerdo de todo.
Mi voz se quebró un poco.
De repente, me pareció que él se relajaba. Se apoyó en el respaldo del sofá. Un súbito brillo centelló en sus ojos y una tímida sonrisa embelleció su cara.
—Vi como el coche te siguió a lo largo de varias manzanas y te empujó. Luego te estuve observando durante la inauguración del restaurante. Me quedó claro que estabas viviendo un infierno por dentro y quise averiguar qué era.
Suavizó la voz ronca hasta punto afónico y acarició a Charlie.
—Anoche también te observé. Era consciente de que te aferrabas a mí por efecto del estrés. Te vi tan destrozada que no me importó, incluso cuando comenzaste a llamarme Russ y me suplicaste que jamás me fuera de tu lado. Perdiste el conocimiento unos segundos en el taxi, creo que por agotamiento y deshidratación. En casa te di suero y te dormiste. Me quedé a tu lado un buen rato hasta que estuve seguro de que no te ibas a desmayar otra vez.
A pesar del tono gentil, sus palabras fueron muy directas. Sentí una extraña mezcla de tensión, nerviosismo y atracción. Marc era muy perceptivo y, a esas alturas, ya sabía mucho de mí, tal vez más que mis amigos, mis padres o incluso Russ. Sin embargo, aquello no me molestaba. Más me incomodaba el interés que él despertaba en mí, el deseo de descubrirlo, de conocer la personalidad que ocultaba detrás de sus miradas penetrantes y el semblante reservado.
—Sí, estoy viviendo un infierno —dije—. ¿A que nunca imaginaste que era esto? —añadí.
Él sacudió la cabeza.
—No. Al principio pensaba que era un caso de violencia doméstica y que no querías denunciarlo. Luego comencé a sospechar que había algo más, no tienes el típico perfil de mujer maltratada. No, no pensé que me toparía con un nudo de sanguijuelas, tampoco pensé que me encontraría con alguien de carácter tan fuerte y sacrificado como el tuyo. La decisión que has tomado de estar al lado de Russ te pondrá a prueba a diario, Ana.
Respiré hondo.
—Ya sabes mi historia, cuéntame la tuya —sugerí con sutileza.
Pero él no estaba dispuesto a hacerlo. Su mirada se tornó distante y consultó el reloj.
—Me tengo que ir —contestó bruscamente.
De repente se incorporó y Charlie saltó de su regazo, asustado. Yo me incorporé también. Se puso la chaqueta y cogió los documentos. Se detuvo frente a mí y me recorrió la cara con los ojos. Volvió a ser el Marc reservado.
—Pero estamos en contacto —añadió.