Fui la primera en llegar al restaurante Noti y me acomodé en la barra. Era uno de esos lugares vanguardistas de Barcelona donde la gente acudía para degustar la gastronomía postmoderna catalana, elaborada por algunos de los mejores chefs de la ciudad. María entró a los cinco minutos. Iba como siempre: vestida de revista. Llevaba un abrigo de piel, debajo una camisa púrpura semitransparente que dejaba entrever su sujetador negro, unos pantalones negros ajustados al cuerpo y unas botas, también negras, de tacón. Su maquillaje, discreto, estaba perfecto. Su pelo rojizo y lacio tenía unos reflejos caoba que le aportaban un brillo suave a la tez. Ella trabajaba como directora creativa en una reconocida agencia de publicidad, ganaba un pastón y le fascinaban la moda, las joyas y el sexo.
Sonreí al verla.
—Has follado —exclamó en voz baja, la que empleaba para arrancar confesiones.
—¡Shh! —refunfuñé.
Aparte de nosotras y el barman, no había todavía nadie en el lugar. Eran apenas las ocho y media y el personal se estaba preparando para la cena.
María se sentó en la silla sosteniéndome la mirada. No aguanté y sonreí.
—¡Lo sabía! —Exclamó con una divertida mirada mientras intercambiábamos besos—. ¡Hace muchísimo que no me llamas! ¡Sinvergüenza! ¡Quiero saberlo todo! —concluyó y se quitó el abrigo.
La miré algo indecisa. Habían pasado tantas cosas últimamente…
—María, creo que estas semanas han sido las más intensas de mi vida.
Le hice una señal al barman, que se acercó. Era un chico joven, gallardo.
—¿Qué te apetece beber? —le pregunté a María.
Ella evaluó al barman con la mirada. María era carismática y ligona, a pesar de estar casada con el hombre más espectacular de la tierra, Nav, originario de la Isla de Mauricio.
—Una copa de cava —dijo volviendo a enfocar su atención en mí.
—Que sean dos —le dije al barman, que de inmediato nos puso dos copas enfrente.
—Como ya te conté —retomé el tema—, Thomas y yo nos separamos hace tres semanas. Se ha mudado a casa de sus padres hasta que yo consiga otro piso para vivir, ese se lo quiere quedar. Se ha ido de la empresa y ahora tengo que hacerme cargo yo de ella. Cuatro de los consultores han renunciado y sospecho que algunos más nos abandonarán. Se me hace un nudo en el estómago cada vez que pienso que si cometo algún error puedo perderlo todo —dije frotándome la frente—. Pero a la vez estoy feliz porque me he enrollado con Russ y ha sido increíble.
—¡Vaya! —exclamó María con los ojos abiertos como platos.
Asentí. El barman nos sirvió Mas Tinell.
—¿Te has enamorado?
Parecía que solo se hubiera percatado de la última frase de todo lo que le había dicho.
—Creo que sí.
Sonreí al pensar en Russ.
—¿Cuándo me lo vas a presentar?
Ella iba al grano.
—Espero que pronto. ¿Cómo crees que se lo tomará Nav? —le pregunté indecisa.
—Bien. Eres mi amiga y él lo entenderá —dijo convencida.
—Entonces ya organizaremos algo —prometí.
Quería la opinión de María, pero… ¿y si no me gustaba?
—¡Estupendo! Ya pensaré en algún sitio —exclamó ella con ojos brillantes por la emoción y levantó la copa—. ¡Salud!
Brindamos.
—¿Cómo te sientes respecto a Thomas? —retomó la batería de preguntas.
—Para nada me hubiera imaginado que pudiera irse de la empresa. Creí que seguiría con la consultoría y sería yo quien se marcharía.
—¿Estás resentida?
—Algo, pero sobre todo triste. Lo extraño —Sacudí la cabeza—. Hemos estado juntos muchos años y estoy acostumbrada a estar con él. Me hace falta su apoyo. Durante los últimos días he tenido que tomar decisiones para las cuales me hubiera gustado tener su opinión. En una ocasión lo llamé y hablamos más de media hora sobre el trabajo. Estuve a punto de pedirle que regresara.
María sonrió con simpatía.
—Me parece que lo echas de menos más como compañero de trabajo que como marido…
—Creo que sí —acepté—, pero también como amigo.
—No te preocupes, el tiempo te ayudará a olvidar —dijo con sabiduría.
—Supongo que sí, pero mientras tanto me pasaré los días dudando de si lo hago bien o no.
María apartó la copa de cava y se apoyó en la barra.
—Ana, Thomas ya ha salido de tu vida. Lo más difícil era tomar la decisión de separaros y ya lo hiciste. Ahora tienes que mirar hacia adelante. Es cierto, tendrás que velar por ti misma, como hacemos todos. Seguro que lo echarás de menos, es lo más normal, habéis estado juntos muchos años y además no os odiáis. Hay tantas parejas que se separan a fuerza de peleas, a diferencia de vosotros. Es bueno que podáis estar en contacto y hablar o veros de vez en cuando, pero lo mejor es que aceptes que eres una persona adulta y que debes tomar las decisiones por tu cuenta.
No comenté nada al respecto. Por supuesto, mi amiga tenía razón, pero como cualquier cambio en la vida, aceptarlo iba a tomar su tiempo. Me puse un mechón de pelo detrás de la oreja.
—¿Y Russ? —Cambió de tema.
—Russ… No lo vas a creer, pero hace dos semanas que no nos vemos. He estado muy agobiada con el trabajo, aunque sí que hemos hablado mucho por teléfono. El recuerdo es… muy romántico —dije sonriendo tímidamente.
—¿Y cómo es en la cama? —sus ojos brillaron con curiosidad.
—María, ¡por Dios! —exclamé.
—¡Venga!
Ella rio. La miré, divertida; no me dejaría en paz hasta que le contestara.
—Es apasionado e ingenioso —dije despacio buscando las palabras adecuadas.
María soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás.
— ¿Qué más? —presionó.
—María, no te voy contar más. Es algo íntimo. Solo te diré que no es el tipo de hombre que se queda en los límites.
Cuando pronunciaba aquellas palabras, no tenía ni idea de lo acertada que sería mi percepción de Russ en todos los sentidos. María me guiñó un ojo y rio aún con más fuerza.
—Ya te tocaba, ya te tocaba —repitió entre risas.
Se nos acercó el maître con la carta. Al igual que el barman que nos atendía, era muy joven y atractivo.
—Bona nit. ¿Se quedan a cenar? —preguntó y esbozó una sonrisa servicial.
—Sí —le informó María antes de tomar las cartas.
—¿Les gustaría escuchar las sugerencias?
—Si estás entre ellas, adelante —lo tentó mi amiga.
El pobre chico se puso de mil colores. Salí al rescate, pues ya me conocía la oferta.
—Yo sé lo que quiero. Una ensalada oriental y una lubina en salsa de trufas.
El maître me lo agradeció con la mirada.
—Yo tomaré la misma ensalada y el entrecot —dijo María, que seguía observándolo con una chispa juguetona en los ojos.
—¿Cómo le gusta la carne? —preguntó inocentemente.
«Wrong question», pensé.
—Bien jugosa —le contestó María arrugando la nariz.
El maître se ruborizó de nuevo y se retiró deprisa.
—María, déjalo en paz, es un crío —le dije, sonriente.
—Es que es tan guapo…
—Y jovencito… —Arqueé las cejas.
—Exacto —dijo observando como se alejaba.
—¿Y tú qué me cuentas? —le pregunté para cambiar de tema.
De repente, la expresión de su cara se volvió afligida.
—Me he enrollado con otro —dijo.
Abrí los ojos como platos. María ladeó la cabeza.
—Cuéntame más—dije como hipnotizada.
Ella suspiró.
—No es nadie guapo, interesante o especial —resumió casi en susurros.
Me tuve que inclinar más hacia ella, porque apenas la oía.
—Es un chico que trabaja con nosotros, Sergi. Es abogado y se ocupa de las contrataciones puntuales que necesitamos para las campañas de publicidad. Le atraigo como un imán y no pierde ni una oportunidad de pasarse por mi despacho cuando está en la central. Está siempre ligando conmigo —Apoyó los codos en las piernas, cruzadas, y se llevó las manos a la nuca para masajearla—. La semana pasada quedamos para tomar unas copas después del trabajo en un restaurante que se inauguró ese mismo día. Él bebió bastante y no quería conducir. Me preguntó si lo podía llevar a su casa. Entre risas y cotilleo subí a su piso y… Tan pronto se cerró la puerta a nuestras espaldas, me empujó contra ella y comenzó a desvestirme. Fue tan físico… Yo me sentía tan necesitada, que... ¡Dios! —Se frotó la frente—. Luego, cuando llegué a casa, Nav estaba durmiendo. Me quedé mirando cómo dormía durante una hora. Lo vi tan guapo que no podía apartar la vista de su cara —Ahora María sonreía con ternura—. Ana, cuando Nav me dice que está cansado y yo estoy vestida de encaje y cachonda, me subo por las paredes. Me tengo que tragar la adrenalina, quitarme la ropa sexy y ponerme el pijama. Eso es todo. ¡Y no hay manera de levantársela! —concluyó.
Estiré la mano y acaricié la suya.
—María, lo siento —dije arrepentida—. Lo siento por no haberte cogido las llamadas…
Me observó con los ojos aguados. Tenía roja la punta de la nariz.
—Ana, le has dado un cambio radical a tu vida. Es normal que no cojas llamadas en momentos como estos.
María suspiró y se masajeó las sienes con las palmas.
—Yo quiero a Nav —añadió—, y confío en que se dé cuenta de lo que me está haciendo pasar. Hablé con él y le expliqué que no puedo seguir así. Le pedí que dejara de pensar que está cansado y que se diera cuenta de que no es un viejo, que la vida está para disfrutarla. No quiero volver a llegar al extremo al que llegué. No me gusta sentirme así —dijo, y se tocó los lagrimales con las yemas de los índices—. Comenzamos a ir a una psicóloga —añadió con voz apagada y tomó un sorbo de cava.
—¿De veras? —me sorprendí.
—Sí. Después de lo sucedido, me di cuenta de que estaba llegando a mi límite. Hemos tenido dos sesiones, en la segunda ya nos recomendó separarnos temporalmente.
Apretó los labios. Me entristecí aún más por ella. La alegría que sentía por mi nuevo comienzo con Russ se esfumó.
—Ana, es que somos tan diferentes… —prosiguió alzando las manos—. Él es tranquilo, apático, puede pasarse días, semanas sin hacer nada, vagando por el piso. Lo único que hace es trabajar. Y yo no puedo estar así. Me aburro. La falta de sexo me desespera.
—¿Lo vais a hacer? —quise saber, en tanto que por dentro me seguía reprochando no haberla llamado durante las últimas dos semanas.
—No lo sé. Nav no cree que funcione. Su mala actitud me hace sufrir —dijo con desesperación.
—No es que tenga una mala actitud. Él es así. Es su forma de ser.
—Quizá, pero yo me pongo de los nervios. Voy aguantando, aguantando, y al final estallo. Le empiezo a reclamar y exigir más y más. Y él se encierra en sí mismo... —María se llevó las manos a la cabeza—. Es un círculo vicioso —dijo, frustrada.
Reflexioné unos segundos mientras observaba el recopilatorio de licores que tenían a lo largo de la pared del bar. El ron venezolano no faltaba. El problema de María se estaba volviendo serio. Con la edad, Nav probablemente se iba a calmar aún más. María, por el contrario, iba a mil por hora y no se cansaba de salir y conocer a gente. El tema del sexo era fundamental para ella, lo necesitaba. Ya llevaba años reprimiendo su ritmo, adaptándose al de Nav. ¿Cuánto tiempo más iba a aguantar? ¿Cómo pensaba María que Nav iba a alcanzar su nivel de libido? ¿Creía que él podía cambiar? María quería mucho a Nav y, a pesar de las diferencias, a ella le apetecía dar un paso adelante en el matrimonio y tener hijos. Quizá un niño la calmaría; descargaría la energía que ahora la colmaba en una pequeña criatura, a la que llenaría de amor. Pero el hecho de que María sufriera de endometriosis era un impedimento adicional a las escasas sesiones de sexo para que ella quedara embarazada.
—Lo siento mucho —dije en voz muy baja volviendo la mirada hacia ella.
—Gracias. Vamos a intentar otra cosa también. Vamos a ir a un sexólogo —dijo resignada—. Mejor dicho, Nav irá. Es él quien tiene el problema, no yo.
Pensé en ello durante un instante.
—María, no tengo ni idea de qué decirte…
En realidad, sí sabía qué decirle y ya lo había hecho en varias ocasiones, pero a María no le gustaba mi punto de vista. Yo dudaba que Nav pudiera cambiar. Me daba la impresión de que María era muy sabia en el terreno profesional, pero se mostraba muy insegura y poco resuelta cuando tenía que solucionar sus problemas personales. Quizá en ese aspecto nos parecíamos.
—¿Cuándo vas a operarte de la endometriosis? —pregunté.
—De momento, no puedo —Alzó los brazos—. Estoy en campaña de lanzamiento de productos. Tengo que esperar a después de las vacaciones.
—¿Tanto tiempo? —exclamé—. ¿Y mientras tanto? ¿Seguirás con los dolores?
María slo se encogió de hombros y volvió a beber un poco de cava.