Al salir del hotel, me encaminé hacia el aparcamiento del World Trade Center. El lugar estaba repleto de ejecutivos que salían de las oficinas. Rondaban las siete de la tarde. Me percaté de que se oían muchas conversaciones en inglés. Distraída, pensé en María y caminé mirando a la gente, hasta que dos hombres parados cerca de la entrada del parking me llamaron la atención.

Tardé un instante en darme cuenta de que uno de ellos era Russ. Entonces, enfoqué la vista en el segundo hombre con quien hablaba. Era un rubio de pelo algo largo y tez muy blanca, mediano de estatura. El hombre fumaba y llevaba gafas de sol, por lo que no podía ver sus ojos, pero lo reconocí. Era David Bloom. Como en un flashback, recordé la sonrisa malévola que esbozó el día en que lo conocí en la carrera de Fórmula 1. Detuve el paso, me aparté un poco de la marea de gente, me senté en una de las mesas de un bar y los observé. Al principio, pensé que estaban conversando, pero al rato comprendí que realmente estaban discutiendo. Russ se encontraba de espaldas a mí y David, de perfil. Vestían de modo informal, lo que contrastaba con los trajes que se veían a su alrededor. David gesticulaba con las manos y las alzaba. Russ parecía controlarse más. Las tenía metidas en los bolsillos de los vaqueros y su dominante figura estaba un poco inclinada hacia delante. David le hablaba con rigor. En aquel momento, habría vendido mi alma al diablo para poder escuchar lo que decían. Sentí que me transpiraban las palmas de las la manos por los nervios.

La discusión se intensificó. David se alejó de Russ, pero a los pocos pasos, cambió de opinión y volvió. Furioso, tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó con enfado. Le dijo algo a Russ tocándole con el dedo índice el pecho. Parecía estar fuera de sí. Ahora Russ estaba de perfil, parecía que se controlaba, pero yo sabía que podía enfurecerse en un segundo. Y eso fue lo que sucedió. Agarró el brazo de David por la muñeca. Cerré los ojos un instante ante el temor de que le fuera a partir la cara, pero cuando los abrí, Russ le hablaba muy de cerca, no lo había golpeado. Después le soltó el brazo y se alejó. David permaneció unos instantes inmóvil, mirando en mi dirección. Me acobardé al pensar que podía reconocerme, pero desvió la mirada hacia donde se había ido Russ. Al final, se dirigió hacia una de las entradas del edificio sur.

Exhalé el aire que había contenido. Russ me había dicho que iba a estar todo el día en el despacho. Hice un cálculo rápido. Me di cuenta de que a David lo debían de haber liberado hacía poco. De repente, un pensamiento me empujó a saltar de la silla y correr hacia donde lo había visto desaparecer. Llegué justo a tiempo para ver como se metía en el ascensor. Estaba solo. Las puertas se cerraron y yo me acerqué. El ascensor se detuvo en el quinto piso. Saqué el móvil.

—Estoy reunida —masculló María, cuando por fin contestó.

—Piensa en una excusa y ven a la entrada del edificio. Necesito un favor urgente.