Pasé toda la tarde con los paletas, los peritos del seguro y mi abogada. Como era de esperar, el trabajador no estaba asegurado. Isabel hizo algunas llamadas y averiguó que la empresa ya había tenido varios juicios por accidentes laborales. Sin embargo, en teoría yo también era responsable.
—Vaya follón, Ana —comentó sacudiendo la cabeza—. Si presenta cargos, será un problema. Has tenido mala suerte.
—Isabel, he llamado al seguro, a una empresa que entra en su cuadro, ¿por qué tengo que asumir yo la responsabilidad? —protesté.
—Porque tienes que cerciorarte de que el personal esté asegurado y de que trabajen de acuerdo a la normativa de riesgos laborales.
—¡Joder! —exclamé frustrada y me llevé las manos a la cabeza.
—Tranquila, puede que nadie haga el seguimiento.
—¿Tú crees? Estoy segura de que los del hospital reportarán los hechos.
Isabel me observó pensativa.
—Esperemos a ver qué pasa. Por cierto, tengo buenas noticias.
La miré con esperanza.
—Tu sentencia de la separación ya ha salido. Dentro de un año, más o menos, estarás oficialmente divorciada.
—¿Cómo han quedado los términos? —le pregunté con desánimo.
No había pensado en Thomas desde hacía meses.
—Te ha tocado más o menos la mitad de lo que teníais.
—¿Cuánto es esto?
—Trescientos mil euros.
—¿Qué? —exclamé—. ¿Tanto dinero?
Isabel sonrió con ironía.
—Se ve que sí. La verdad es que estáis teniendo el mejor divorcio que he visto en toda mi carrera.
Comencé a reírme e Isabel me siguió.
—No me lo puedo creer —dije entre risas—, ¡tengo dinero!
—Y bastante, para los tiempos que corren.
—Estoy conmovida…
Pensé que tenía que llamar a Thomas. A fin de cuentas, se había portado como un caballero.
—No te precipites —me interrumpió ella—. Si no ha protestado es que tiene mucho más de lo que te está dando.
—Me da igual —contesté sonriente.