No probé bocado de la comida. Tenía el estómago hecho un nudo. Sin embargo, bebí dos copas de vino que me marearon un poco, pero logré conducir la moto hasta mi piso. Con temor, metí la llave en la cerradura y abrí la puerta. Todo estaba en su lugar. Me cepillé los dientes y rápidamente llené una mochila con ropa y mi neceser. Contemplé pensativa a Charlie.

—Lo siento, guapo, pero te tendrás que quedar unos días solo. Ven, vamos…

Lo conduje hacia la cocina, donde le llené el cuenco con comida fresca. El gato se olvidó de mí.

Conecté el portátil y accedí al servidor. Los archivos estaban sin abrir desde la última vez que había entrado. Inicié el Outlook con la esperanza de tener alguna noticia de Anton sobre Russ, pero no había nada. Entonces decidí llamarlo. Para mi disgusto, él no estaba y la secretaria me dio una explicación en francés que no entendí.

Me cambié de camiseta. Me puse una de manga larga y una cazadora encima. Ya comenzaba a refrescar por las noches y se notaba sobre todo al ir en moto. Observé de nuevo mi cara en el espejo y me retoqué el maquillaje y el lápiz labial. Metí el portátil en mi bandolera preferida, de piel marrón, y cogí la mochila y el casco. Antes de salir del piso eché una última mirada a mi alrededor. Esperaba poder encontrar todo como lo dejaba. El pensamiento de que alguien pudiera entrar e invadir mi espacio personal me indignaba. Suspiré y cerré la puerta con resignación. No podía hacer nada. Aunque me repetía una y otra vez que debía ir a la policía, no me atrevía a hacerlo.

Mientras bajaba en el ascensor reflexioné. Quedaban tres días para la inauguración del restaurante y todavía había muchos cabos sueltos. Uno de ellos era encontrar a un jefe de sala, algo que todavía no había logrado a pesar de haber entrevistado a unas diez personas. Tenía a Fernando, un camarero argentino con bastante experiencia en la restauración y un don de gentes fantástico. Lo había contratado hacía ya casi un mes y me inspiraba mucha confianza. Siempre hablaba con tono dulce y parecía que nada lo sacaba de su estado de paz. Durante la entrevista le había ofrecido el puesto de jefe de sala, pero él no tuvo problemas en decir que pensaba regresar a su país como máximo en un año y que lo único que quería era ahorrar sin asumir responsabilidades. Se había ofrecido a ayudarme en todo mientras encontraba a alguien. Su franqueza me había gustado mucho.

En la consultoría había comenzado a organizar visitas a clientes en diez días. Iba a ser una semana de viajes de trabajo por toda España; Ignacio y Federico me acompañarían a las visitas. Quería ir a ver a Russ el domingo siguiente y tenía pendiente contactar con la trabajadora social de la cárcel.

Pensando en todo eso, salí del edificio y me dirigí hacia la esquina donde había aparcado la moto. Metí la bandolera debajo del asiento y coloqué la mochila con la ropa en la parte delantera. Iba a ser algo incómodo conducir, ya que tenía que sostener la mochila con las piernas.