Al cabo de un cuarto de hora, el calor y el ron hicieron su efecto. Poco a poco, los músculos de la espalda se relajaron y me tranquilicé. Me entró el sueño. Cuando el agua se comenzaba a enfriar, salí de la bañera, me puse el albornoz y me acosté en la cama. No paraba de pensar en el futuro y en Russ. El sonido de mi móvil me sacó del trance. No reconocí el número.

—¿Diga? —contesté con voz cansada.

—Hola, Ana. ¿Ana? Eres tú, ¿verdad? —preguntó una voz femenina con un fuerte acento extranjero que al principio no logré identificar.

—Sí… —contesté dudosa.

—Soy Vanessa —dijo.

Era acento brasileño. Lentamente me incorporé para sentarme en la cama.

—Hola, Vanessa —dije con cautela.

No estaba segura de cómo tratarla, ni qué decir después de lo sucedido con Russ y David. Pero ella no me dio tiempo para dudar; comenzó casi a chillar al otro lado de la línea.

—Ana, esto es imposible. Yo no puedo vivir así. David no se qué se ha creído, pero no me ha dejado ni un duro. Tengo un hijo suyo y no tengo dinero para pagar el alquiler. Es un impresentable, un estúpido por irse a Mónaco. Solo a un tío tan arrogante como él se le puede ocurrir semejante tontería. Ya sabía que lo querían interrogar. ¿Qué se imaginaba? ¿Qué se habían olvidado de él? Estoy tan cabreada que ni te imaginas… Y este Jay… Me ignora. Le dije que me diera dinero, pero pasa de mí. No contesta mis llamadas, se esconde. Pero las pagará cuando Dave esté de vuelta —Vanessa no se detenía ni para respirar—. David le va a sacar los ojos cuando sepa cómo me está tratando y ocultando el dinero. Son unos sinvergüenzas, todos. Se las dan de grandes amigos cuando todo va bien, pero cuando hay problemas desaparecen. Jay ha estado cenando en mi casa, en mi mesa, y ahora hace ver que no me conoce. Es más, se ha llevado todo el negocio que dejó Dave y se está forrando. No tienes…

—Vanessa —logré decir, pero ella me ignoró.

—No tienes ni idea de cómo se está forrando y yo le tengo que suplicar que me dé dinero.

La voz de Vanessa se iba agudizando más y más.

—¡Vanessa! —grité.

Por fin calló.

—Vanessa —repetí—. ¿Puedes respirar y hablar más despacio?

Oí que respiró profundamente.

—Lo siento, Ana —dijo con voz menos histérica.

—Me estás llamando para hablarme de David y Jay. ¿Por qué? —le pregunté sin prisas.

Se produjo un silencio.

—Ana, siento lo de Russ —dijo.

—¿Ah, sí? ¿De verdad? —exclamé en tono irónico—. Me ha dado la impresión de que me llamabas para quejarte de que no tenías dinero. ¿Eso qué tiene que ver conmigo?

Mi intervención fue de lo más cortante. A esas alturas comenzaba a perder la paciencia con la gente que rodeaba a Russ.

—Ana, Russ te habrá dejado algo —dijo descaradamente.

Me enfurecí. Primero Darrell y Jamie, y ahora Vanessa.

—¿Qué estás insinuando?

Ella no advirtió el tono helado de mi voz, porque retomó la velocidad del balbuceo de antes.

—¡Me tienes que ayudar! Russ tiene dinero gracias a David. ¡Se lo debe todo a él! —dijo con frenesí.

Sentí como si me hubieran tirado encima un cubo de agua fría. Primero contuve la respiración, pero luego inhalé con todas mis fuerza porque comenzaba a marearme. Tenía ganas de gritar y lo hice.

—¿Estás loca? ¿Tú qué te has creído? —vociferé—. Russ está donde está por culpa de David, porque él lo metió en un negocio de mierda y cuando llegaron los problemas no le avisó de que los estaban buscando en Mónaco. Gracias a David… ¿Cómo se te ocurre decir eso? Tu marido es un estafador como la copa de un pino y lo único que hizo con Russ fue hundirlo. ¿Te das cuenta? ¡Y encima me llamas para pedirme dinero! ¡Vete a la mierda!

—Ana, ¡tranquilízate! —dijo Vanessa con voz asustada—. Las cosas no son como crees.

—¿Ah, sí? —exclamé—. Entonces ¿cómo son? ¡Explícamelo! Porque yo no entiendo nada. ¡Que alguien de vuestro maldito círculo me explique cómo son las cosas!

Vanessa suspiró y calló unos instantes. Se me tensó la piel de los nudillos por la fuerza con la que sostenía el móvil en la mano.

—Ana, es que el mundo es injusto.

La respuesta no pudo ser más estúpida.

—Vanessa, te doy diez segundos para que me expliques las cosas, si no voy a colgar el teléfono —dije con frialdad.

Pensé que mientras ella creyera que le iba a dar dinero, me iba a hablar.

—Vale, vale. ¡Espera! —exclamó—. Ana, me tienes que entender. David no me dejó nada de dinero. No tengo ni para pagar el alquiler de este mes. Sé que él tiene dinero, pero no sé dónde está. Lo peor es que me dice que no debo viajar a Mónaco porque me podrían arrestar —Vanessa de repente comenzó a sollozar—. ¡Por Dios, que tengo un hijo!

No la interrumpí.

—Jay se ha llevado el negocio de David —dijo sin parar de llorar.

—Vanessa, el negocio de David era estafar a la gente. Si Jay se ha quedado al mando, deberías ir a la policía y denunciarlo.

—¿Y eso cómo me va a traer dinero? —chilló entre llantos.

Me quedé pasmada.

«Madre mía… ¡Qué gente!», pensé.

—Vanessa, esto es ilegal. ¿Te das cuenta? El dinero que quieres utilizar es dinero robado —exclamé, aunque sospechaba que le daba igual—. Dime, ¿dónde está Jay?

Vanessa no contestó.

—Vanessa, ¿cómo lo haces? —pregunté en un intento desesperado de obtener más información.

—¿Cómo hago el qué? —preguntó sorprendida.

—¿Cómo duermes tranquila por las noches sabiendo cómo tu pareja se gana la vida?

Pensaba que iba a colgar.

—No siempre ha sido así —susurró al final—. Russ no tendría que haberse metido en esto. Es demasiado… diferente. El peor es Jay. Ya verás, Ana, hará todo lo posible para impedir la salida de David y Russ de la cárcel.

—¿Por qué? ¿Qué papel juega él en todo esto? ¿Dónde está?—insistí de nuevo.

—¿Jay? —exclamó Vanessa desesperada—. Jay es el que blanqueaba el dinero en los bancos de fuera de España. Lo llamaban el transportista. Jay no me quiere dar dinero, porque David ya está en la cárcel y no lo teme. Pero es un error. David saldrá y entonces Jay pagará caro lo que ha hecho. Ana, siento haberte molestado. Tú no eres parte de esto.

«No, ¡ni de casualidad!», pensé horrorizada.

—No tengo más remedio que acudir a la familia de David —Su voz se volvió áspera y rencorosa—. Su madre es una bruja, no la soporto, pero tendré que besarle el culo para tener con qué vivir mientras el guarro de su hijo intenta sacar el culo de la cárcel. No puedo creer que David haya sido tan estúpido. Adiós, Ana.

Vanessa colgó. Yo también. Esa mujer le hacía honor a su marido. Tal para cual. Un malestar me invadió poco a poco y me revolvió el estómago. Salté de la cama y fui corriendo al baño. Las náuseas me sacudieron todo el cuerpo y presionaron los músculos del estómago al máximo, pero no pude vomitar. Temblé como una hoja. Logré tranquilizarme un poco respirando profundamente y me recosté en el suelo del baño. El frío de las baldosas calmó apenas mi cólera.

—¿Estás bien? —oí gritar a Delia desde el salón.

«Y sigue con la maldita pregunta…», pensé con tristeza. «¡Que no estoy bien, ni lo estaré en mucho tiempo!».

Recordé a Jay. Tenía un aspecto común: ni alto ni bajo, ni delgado ni gordo, pelo marrón corto, ojos claros, expresión aburrida. La única vez que lo había visto vestía de forma descuidada. No estaba segura de poder reconocerlo si lo volvía a ver. No se había quedado con ellos en Mónaco, había vuelto a Barcelona. Era probable que Vanessa tuviera razón: él había vaciado la oficina y se había llevado la base de datos de la empresa, y ahora estaría continuando el negocio, estafando a gente. Me preguntaba si podía implicar a Russ en algo más. Esperaba que Jordi hubiera logrado darlo de baja como administrador.

Me incorporé con dificultad y regresé a la cama. Seguía teniendo el estómago revuelto. Tal vez debía acudir a la policía, pero no sabía por dónde comenzar ni qué contar exactamente. La única pista que tenía de Jay era un número de móvil y su nombre. A esas alturas, estaba convencida de que ya se habría deshecho de él. Y además, ¿cómo se apellidaba? ¿Golmann, Goldmann? No lo recordaba. Suspiré con frustración y miré el teléfono. El número de Vanessa seguía en la pantalla. En un impulso, lo guardé.

Abuso de confianza. La otra verdad
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