—Ana, hay un hombre que te está buscando —dijo Fernando tras asomarse por la puerta de la cocina.
Yo estaba hablando con Pierre antes de que empezaran las cenas.
—¿No te ha dicho quién es? —le pregunté.
Ya había tenido suficientes reuniones durante la tarde, todas problemáticas.
—No pregunté, pero creo que lo conocés —respondió Fernando con aire risueño.
Intrigada, subí a la sala. Marc estaba sentado en la barra, fijándose en el trabajo del cerrajero, que estaba acabando de reparar la puerta. El corazón me dio un vuelco. Me acerqué a él.
—Hola —saludé.
Me sonrió.
—Hola.
No lo había visto desde hacía casi un mes y aun así, cada día hacía el esfuerzo de no pensar en él. Lo miré absorta. Se me había olvidado lo atractivo que era cuando sonreía.
—Vi la denuncia, ¿estás bien? —preguntó con su voz ronca.
—¿Eres mi ángel de la guarda? —sonreí.
—Quién sabe, pero seré breve, porque no tengo mucho tiempo.
—Ya está todo controlado. No se han llevado nada —dije.
Me observó, pensativo, y asintió.
—Justamente por eso.
—¿Qué insinúas? —pregunté inquieta.
—Que ha sido una actuación premeditada para asustarte o darte un aviso.
Sentí como se me helaba la sangre. Debí palidecer, porque Marc me cogió del brazo y me forzó a sentarme.
—No tengo ni idea… —balbuceé.
—No te asustes, estaré pendiente —dijo Marc con cariño y sentí el impulso espontáneo de no dejar que se fuera de mi lado—. Llámame al móvil si recuerdas o si sucede algo. A cualquier hora.
Se levantó. Parecía indeciso y se cambiaba el casco de una mano a la otra.
—Ya hemos empezado las sesiones de terapia de pareja —dijo al final.
Lo noté incómodo.
—¿Y qué tal?
—Es duro —suspiró.
—No te rindas —le dije cogiéndole la mano que le quedaba libre—, no hay nada fácil. Es lo que yo he aprendido.
Asintió y me apretó la mano. Sonreí.
—Os irá bien, ya verás —le aseguré, aunque el fracaso también era posible.
Volvió a mirar hacia la puerta. Luego me observó un rato con su mirada felina.
—No estoy seguro, algunas cosas son irreparables y otras, inalcanzables.
No le supe contestar. Me pregunté si sus palabras también se referían a Russ y a mí. Vaciló un instante y entonces se fue. Años más tarde, cuando recordé esa conversación, caí en la cuenta de que fue uno de aquellos momentos cruciales de la vida en los que uno tiene que estar despierto. Fue una invitación sutil que él expuso y que yo no tomé. De haberla aceptado, nuestras vidas hubieran sido muy distintas y seguramente menos complicadas.