En el camino de vuelta, mientras yo conducía, Russ se mantuvo callado observando el tráfico por la autopista.
—¿Sabes qué? Me voy a comprar un coche —anunció de repente.
—Ya era hora —le dije sonriendo—. Te harás rico ahorrando lo que te gastas en taxis.
Se quedó callado.
—¿Este David es realmente tu amigo? —pregunté.
—No —negó sin pensárselo—. Trabajo con él. Paso mucho tiempo a su lado y es lógico que tengamos que relacionarnos. David no es amigo de nadie.
—¿Te sientes cómodo trabajando con él?
Para mi sorpresa, Russ no contestó. Lo miré un momento. Parecía confundido por una incertidumbre. Apretaba los labios sin ser consciente. Volví a concentrarme en conducir.
—Ya no tanto —confesó al fin.
—¿Por qué?
—No estoy seguro. Trabajaré con él un par de meses más y luego me iré.
—¿Y qué vas a hacer entonces?
Russ me observó.
—No te preocupes, Ana. Encontraré trabajo —dijo, y de reojo noté que esbozaba su sonrisa seductora.
—Vanessa me contó que había abortado —pronuncié al rato.
—¿Cómo? —exclamó.
—¿Qué te sorprende, que lo haya hecho o que me lo haya dicho? —le pregunté con tranquilidad.
—¡Ambas cosas!
—A mí me sorprende que me lo haya dicho —confesé.
Él no dijo nada. Se limitó a mirar mi perfil.
—Russ, me siento incómoda con las personas que te rodean. Este David tiene una mirada… muy maliciosa —me quejé con voz grave.
Suspiró y se pasó la mano por la frente. Lo veía preocupado. Al final habló.
—Últimamente David me está dando mala espina. Como te dije antes, me saldré pronto de este negocio. No comprendo sus planes y él no los quiere compartir. Dice una cosa, pero hace otra a mis espaldas. En cuanto a su relación con Vanessa... es desastrosa. Se aman y se odian. A menudo abusan de las drogas y el alcohol. Vanessa ha intentado dejar a David varias veces, pero él siempre la busca. Ella no tiene ni profesión ni ha trabajado jamás en la vida. Necesita su dinero y le chantajea con el hijo —Russ volvió a suspirar con frustración—. Duele ver como un niño, bajo la presión que le ponen sus padres, está comenzando a perder la inocencia en la mirada. Samuel va a acabar siendo drogadicto o delincuente, o ambas cosas.
—Parece que David lo quiere mucho —dije al recordar cómo lo había abrazado y lanzado al aire.
—Claro que lo quiere —dijo Russ con voz melancólica—, pero también lo ignora y grita a su madre delante de él.
—¿A ti te gustan los niños?
—Sí, mucho —respondió con una sonrisa.
—¿Por qué no me lo habías dicho hasta ahora?
Sentí que me observaba.
—Ana, ¿por qué no te gustan los niños?
Lo miré y luego desvié la mirada.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunté por fin.
—Llevabas seis años casada y no has tenido hijos. Preferías trabajar que ser madre. Te quedas paralizada en presencia de un niño. No es difícil imaginarlo —concluyó.
Enmudecí. Russ extendió la mano y me apartó el pelo del hombro.
—Aunque creo que todo se debía a que estabas con la persona incorrecta —dijo con su voz aterciopelada.
Le lancé una mirada mortífera.
—¡Olvídalo!