Cuando llegamos al hotel, nos topamos con Jan y Magda bajándose de un Porsche Carrera 4. Miré a Russ. Su expresión era impasible.
«Demasiado lujo para alguien que trabaja en SAP», pensé.
Aparcaron el coche de Jan delante del edificio. Yo tuve que conducir mi pequeño BMW al parking público porque el botones me dijo que no había más puestos disponibles. Me dirigía hacia el aparcamiento cuando un Maseratti se detuvo frente al hotel. Vi por el retrovisor que el propietario le lanzó las llaves al botones para que lo aparcara y este corrió a hacerlo. Una ola de indignación me invadió y sentí el impulso de bajarme del coche y darle un sermón. En lugar de eso, le llené los oídos a Russ con mis quejas.
Nos reunimos con los demás en la entrada. Dejé una nota para Enrique en la recepción y salimos a la terraza. Allí se abría una hermosa vista hacia el Puerto Olímpico y el mar.
Jan insistió en pedir champán, porque ver la Fórmula 1 en vivo era una ocasión que lo merecía. Tardé diez minutos en darme cuenta de que Jan y Magda eran unas mariposas sociales, increíblemente atraídas por el mundo de los ricos. Ambos eran húngaros, aunque Jan había crecido en el Reino Unido, en Essex, y a los dos les fascinaban los coches de lujo, los yates, la ropa cara, los viajes a destinos exóticos y la comida gourmet. Jan hablaba del yate de su hermano, que estaba en las Islas Vírgenes Británicas, y del trabajo de Magda, que era diseñadora de interiores y tenía una lista de clientes bastante ricos. Ella habló poco. Tal vez porque no se atrevía a interrumpir a su marido. Russ le escuchaba la mayor parte del tiempo y, si hablaba, era para hacer algún comentario gracioso.
El ambiente se tensó cuando apareció Enrique. Jan de inmediato volcó toda su atención en él. Parecía un bicho chupa sangre. Lo bombardeó con preguntas: a qué se dedicaba, cómo había llegado a ser patrocinador de Fórmula 1, dónde vivía, en qué invertía su dinero… Miré a Enrique con otros ojos, no con ojos de amiga, y comprendí por qué alguien como Jan podía interesarse tanto por la vida de alguien como él. Enrique era de la élite y tenía clase. Era millonario de cuna y se dedicaba a incrementar la fortuna familiar. Tenía sobrepeso, pero aun así caminaba con suma elegancia e infundía respeto. Se vestía con mucho estilo y solo con ropa de marca. Sus relojes eran de colección. Fumaba únicamente puros cubanos. El personal de los hoteles, tiendas o clubes sociales de inmediato acudían a atenderle a su más mínimo gesto.
Enrique desestimó a Jan por completo y centró sin reparos toda su atención en Magda. Yo suspiré frustrada. Ya había previsto su reacción y era imposible pararlo. Para colmo, ella coqueteaba con él y no dejó de sorprenderme que Jan ni se inmutara. Russ observaba a Enrique con desdén. La conversación iba sobre Ferrarris, Porsches, Saint Tropez, Mónaco, las casas de Enrique, sus yates y avionetas... Al cabo de una hora ya tuve suficiente. No había logrado cruzar ni dos palabras con Enrique sin que Jan o Magda intervinieran. Le hice una señal a Russ para que supiera que me quería ir. Él estaba más que dispuesto.
—Enrique, me voy —le dije desanimada—. Llámame si tienes tiempo mañana para tomar algo y hablamos.
Se incorporó y me guiñó un ojo.
—Lo siento —me susurró al oído—. La rubia me tiene loco.
—Ya lo veo. Está casada —murmuré de vuelta.
—Mejor —declaró él y esbozó una sonrisa.
Sacudí la cabeza.
—Me cae bien tu novio —añadió antes de despedirse de Russ.