El chill out CDLC no tenía ni sombra de su típica calma a esas horas de la madrugada. Estaba repleto de gente y la música tronaba. Conocer a Marc era una ventaja para entrar con facilidad. Llamaron a la encargada, que apareció de inmediato. Era una chica joven, alta y pelirroja. Llevaba unas gafas de montura negra e iba vestida a la última moda. Se derritió al ver a Marc y le dio un abrazo eufórico. Se desternillaba con cada palabra que él decía. Yo caminaba detrás de ellos, junto con el resto del grupo, y los observaba con desgana. Con rapidez, nos instalaron en una mesa alta cerca de la barra y, con igual rapidez, cubrieron la mesa de bebidas. Marta se fue porque se encontró con otro grupo de amigos. Gemma, Joan y Sandra no tardaron en beberse un par de chupitos y se perdieron en la pista de baile. Marc y yo nos quedamos en la mesa. Él pidió algo más para beber.
—¿Qué es? —grité por encima del ruido de la música.
Alcancé la copa. El humo y el aire estancado del lugar comenzaron a provocarme malestar y agobio.
—Un tequila sunrise —me contestó al oído.
«Dios, justo lo que necesito para mi estómago vacío», pensé.
Intenté retirar la mano con disimulo, pero Marc la cogió en el movimiento. En ese instante sentí su cuerpo apretado contra el mío. Su mano derecha se deslizó por detrás de mi espalda y me bloqueó cualquier movimiento de huída. A pesar del aire sofocante, un escalofrío me recorrió. Tenía su cara demasiado cerca.
—Bebe —ordenó categórico —. Ya que estás aquí, bebe e intenta olvidar lo que te tiene amargada.
Ese acercamiento atrevido y la demostración procaz de dominio fueron tan inesperadas que me paralizaron. Me llevó la copa muy despacio a los labios y obedecí. El cóctel tenía un agradable sabor y me calentó por dentro mientras lo consumía. Marc me quitó la copa y la puso sobre la mesa. Me observó un instante que me pareció eterno, mientras yo comenzaba a sentir el efecto del tequila. La gente comenzó a flotar a mi alrededor, me sentí débil y embriagada.
—Bailemos —me susurró al oído.
El roce de su aliento me estimuló y cuando su mano comenzó a acariciar mi espalda provocó una excitación tremenda que me recorrió las venas en avalancha. Sentí un vacío peligroso en el vientre, un indicio de debilidad, de deseo. Cerré los ojos. ¡Cómo me habría gustado estar en los brazos de Russ! Marc interrumpió mi fantasía intentando arrastrarme hacia la pista.
—No —dije—. No, Marc.
Me miró con aire dubitativo, pero no me soltó.
—¡Déjame! —exclamé y me deshice de su abrazo.
Yo veía en él un atractivo viril: era alto y su cuerpo se movía a paso elegante al caminar; su cabello, denso, caía de forma desaliñada por encima de una cara interesante de pómulos anchos, nariz perfilada, labios finos y curvados y mentón ligeramente afilado. Su mirada era profunda y penetrante, y me inquietaba. Entonces, en mi mente vislumbré la hermosa imagen de Russ: los ojos celestes, las canas plateadas, la sonrisa arrebatadora, el cuerpo enérgico y la personalidad risueña y positiva. Recordé su voz seductora, los abrazos cariñosos, los besos apasionados y el calor de su piel cuando estábamos en la intimidad.
Mi espíritu se quebró. Comencé a llorar en medio del alboroto de la discoteca. Me daba igual, estaba destrozada. Marc me abrazó y me aferré a él. Sollocé contra su pecho. El tiempo, el lugar, las personas dejaron de significar algo para mí. La música ya no se oía. No era Marc quien me abrazaba, era Russ. Eran sus manos fuertes las que me estaban envolviendo. Era su voz la que me susurraba palabras al oído que yo no comprendía, aunque intuía que me aseguraba que todo iba a salir bien. Eran sus palpitaciones las que se aceleraban. Era el aroma de su piel el que me absorbía. Eran su ternura y sus caricias las que ansiaba. Era él quien me sacó de la discoteca. No podía dejar de tocarlo, sentirlo y desear que el milagro se prolongara para siempre. Lo abracé con fuerza temiendo que se fuera a ir y me dejara de nuevo sola. No era una ilusión, Russ había vuelto. Era todo lo que importaba. El mundo comenzó a girar alrededor de mí y luego reinó la oscuridad.