Limitaciones
La semana siguiente fue un no parar. El lunes, Kiko, Ignacio y yo estuvimos en Madrid y en Burgos; el martes, en A Coruña y Oviedo; el miércoles, en Bilbao; el jueves, en Stuttgart; y el viernes, en Manresa. Cerramos tres contratos para los siguientes dos años y otros dos a corto plazo. Me sentía contenta por los logros, pero cada noche, cuando me quedaba sola en la habitación del hotel, pensaba durante horas en Russ y en mi madre. La falta de contacto con él me seguía deprimiendo y el estado de salud de ella me preocupaba. Mi padre me intentaba tranquilizar cada vez que los llamaba. Me decía que mi madre estaba mejorando, pero yo no me lo creía del todo. Organicé un viaje para ir a verlos el siguiente fin de semana. Iba a ser agotador y sabía que tenía que comenzar a relajarme para evitar otro ataque como el que había tenido frente a Marc y para no caer enferma. De momento, tenía que aguantar.
Al regresar a Barcelona después de una semana de ventas exitosas, me sentía más abierta al diálogo. Contacté con los padres de Russ. Su padre seguía devastado. Estaba moviendo cielo y tierra para que bajaran las medidas de seguridad en Mónaco y para que Russ pudiera recibir visitas. Era amigo de un parlamentario británico que representaba al País de Gales, donde ellos vivían, y por la vía política habían solicitado una explicación de la severidad de las medidas. No recibieron ninguna respuesta satisfactoria. Mónaco ignoró la queja de que el asunto no se trataba con la adecuada consideración a los derechos humanos. Me preguntaba cuánto tiempo seguiría Russ bajo esa imposición. Había llamado a Anton varias veces durante la semana, pero apenas el viernes a última hora se dignó ponerse al teléfono.
—Buenas tardes, Ana —Me saludó con una inesperada amabilidad que me pareció hipócrita—. Vi a Russell ayer por la mañana y me pidió que te informara sobre los acontecimientos.
«¿Por qué no me habías llamado, entonces?», pensé enfadada.
—Bien —logré decir con la boca seca por culpa de los nervios.
—Todo está un poco caótico. Estamos esperando más información de Suiza. Ya sabemos que ningún cliente ha denunciado a Russell ni su negocio.
Eso ya lo sabía. No dije nada.
—Como ya te comenté, la denuncia vino por parte del banco. Consideraron que las transacciones que realizaba la empresa de Russell y David eran sospechosas. La cuenta bancaria se utilizaba como una cuenta corriente, lo que no es habitual en una empresa de inversiones. En Mónaco, las cuentas bancarias se suelen mantener sin muchos movimientos. Es decir, los clientes mueven solo un 10 o 20% de los fondos. Además, uno de los clientes de General Securities LLC contactó con el banco para preguntar por los títulos de las acciones que había comprado. No era una reclamación, pero eso llamó la atención al director. Entonces, el banco se puso en contacto con David Bloom para comentar ambos temas, pero este le dijo que no le interesaba dejar liquidez en el banco y que iba a cerrar la cuenta. El banco emitió un aviso de posible negocio fraudulento a las autoridades monegascas. El juez autorizó la investigación del caso y citó a David Bloom para un interrogatorio sobre la naturaleza del negocio. Él no se presentó, Russell Edwards tampoco, ni enviaron comunicación alguna, por lo que el juez autorizó la orden de detención.
—¿Y por esto los encarcelan? —pregunté—. No hay pruebas, solo la sospecha de un director de banco.
—No se presentaron a la citación ni enviaron a sus abogados —repitió Anton con voz algo aburrida—. La ley monegasca permite al juez detener a personas involucradas en presuntos crímenes financieros si tiene sospechas y quiere investigarlo. Los pueden detener hasta cuarenta y ocho meses mientras dure la investigación.
Se me cortó la respiración.
—Ahora mismo, el fiscal, bajo las instrucciones del juez, está enviando cartas a todos los clientes de General Securities LLC para informarles de que David Bloom y Russell Edwards están detenidos por operaciones sospechosas. Se les está preguntando si les interesa denunciarlos.
Mi mente se negó a procesar lo escuchado y se quedó en blanco por unos instantes.
—Además —prosiguió Anton—, se ha pedido a las autoridades españolas que colaboren aportando cualquier información sobre las cuentas de la empresa de David Bloom, Nonejedy S.L., a donde él desviaba los fondos de la cuenta de Mónaco. Igualmente, se les ha pedido información a los demás bancos monegascos sobre David Bloom y Russell Edwards, para ver si tienen otras cuentas y otras empresas. Cuando tengan toda esta información nos harán llegar una copia a los abogados y sabré más.
—Anton —dije con resolución—, Russ está en una situación absurda. Se están fabricando pruebas contra él por un crimen que tal vez no haya cometido. A cualquier persona a la que encierren e impidan llevar la operativa de su empresa, tarde o temprano defraudará a sus clientes. Simplemente porque no está disponible para atenderlos. Además, si los clientes reciben una carta en la que se les dice que los directivos ya están detenidos, se les da una razón para alarmarse. Cualquiera reclamaría en su contra.
—El fiscal argumenta que si la empresa fuera sólida, seguiría su ritmo aunque los directores no estén disponible por un tiempo.
—Pero ¿cómo? ¡Si las cuentas están congeladas! —exclamé perpleja—. Aunque la empresa quisiera devolver el dinero a los clientes, no lo puede hacer. Esto no tiene sentido.
—En teoría, sí —replicó con voz cansada—, porque una parte de los fondos de los clientes ni siquiera está en la cuenta de Mónaco.
—¿Dónde está, entonces?
—En la cuenta de Nonejedy S.L., en España, y en la cuenta suiza que Jay intentó robar. Ahora Mónaco quiere saber más.
—¿Por qué le interesa eso a Mónaco? Deberían dejar que las autoridades españolas y suizas se ocuparan.
—Está todo interrelacionado.
Recordé mi conversación con Marc.
—Anton, en la lista de clientes a quienes se les están enviando las cartas, ¿hay ciudadanos monegascos?
—No —contestó.
—¿Entonces?
—Ana, he utilizado argumentos muy poderosos para conseguir algún avance en el caso de Russell —Me pareció que Anton comenzaba a enfadarse—. Primero, nadie le envió una carta citándolo para un interrogatorio, solo se la enviaron a David. Segundo, el banco aceptó tener la cuenta de General Securities LLC sin que la empresa estuviera registrada en Mónaco, lo que según nuestra ley es ilegal. Tercero, un directivo no puede llevar la operativa de una empresa si está en la cárcel. Cuarto, no hay víctimas monegascas. Quinto, los fondos fueron a parar a una cuenta de David Bloom. Todos los argumentos fueron desestimados por el juez como irrelevantes.
—¡Pues apela! —exclamé fuera de mí.
—Ya lo he hecho. En dos semanas nos presentaremos otra vez frente a la corte de apelación, pero, ya te digo, no pasará nada. Archivarán la apelación y seguirán con el curso de la investigación, a su ritmo.
—¿Por qué?
—Porque sospechan que la empresa General Securities LLC es una tapadera de una operación de chiringuito financiero que se extiende por toda Europa —prosiguió con calma—. Por eso, aunque no hay pruebas explícitas contra Russell Edwards, ni él ha recibido directamente fondos de la cuenta de Mónaco, seguirá detenido hasta que se acabe la investigación.
—¡Pero si todo esto es una mentira! —exclamé destrozada—. Es obvio que David Bloom es el cerebro que está detrás de toda esta operación.
—Puede ser obvio para ti, pero también puede ser un montaje —objetó Anton—. De momento, parece que el dinero no fue a parar a cuentas de Russell. Pero ¿y si la documentación que llegue de España o Suiza revela lo contario?
Me quedé helada. En los estados financieros de sus cuentas de Chipre, el dinero provenía de Nonejedy S. L.
—En tal caso, Russell resultará ser el más astuto de los dos —dijo Anton.
Mi mente se negaba a aceptarlo. Pensaba sin parar.
—Anton, ¿de qué cantidad de dinero estamos hablando? —pregunté.
—Casi dos millones de euros.
—Corrígeme si me equivoco, dos millones de euros no es mucho dinero para Mónaco, ¿verdad? ¿Por qué se toman tan a pecho este caso?
Mi argumento era subjetivo y absurdo. Cualquier crimen, grande o pequeño debería resolverse, pero mi mundo giraba en torno a Russ.
—Porque el juez y el fiscal creen que detrás de General Securities LLC se esconde una organización grande —volvió a decir—. Su intención es detener a los líderes, porque si no lo hacen la red podría seguir expandiéndose. La meta de Mónaco es mantener el nombre del país limpio. Aquí no se quiere tener a hombres de negocios aficionados o fraudulentos, aquí se quiere tener fama de ser un lugar seguro y respetado. Las autoridades harán todo lo posible por barrer a los pequeños delincuentes.
«¿Y a los grandes?», pensé.
Recordé a Jay, Darrell y Jamie. Todos querían parte del pastel y estaban dispuestos a hacer lo posible por conseguirlo. Recordé el piso de Russ destrozado y las amenazas de Darrell. Jay ahora estaba detenido. Me preguntaba hasta dónde llegaría Marc con la información que le había dado.
—¿Qué vas a hacer de aquí en adelante? ¿Cuál será tu estrategia de defensa? —le pregunté a Anton.
—He pedido la puesta en libertad de Russell por falta de evidencias claras en su contra. El juez rechazó mi petición y voy a apelar. La corte de apelación ignorará mi recurso y no tendré más remedio que esperar las respuestas de los clientes. Espero que no haya muchas quejas. Algunas habrá, es lógico. Entonces nos volveremos a reunir con el juez y el fiscal, y prepararé la defensa dependiendo de las circunstancias.
—¿Cuánto tiempo se les está dando a los clientes para contestar a las cartas?
—Cuarenta y ocho meses.
Enmudecí. Me sentí destrozada. Primero venía la espera por lo de Suiza y, después, la espera por las respuestas de los clientes. Cuarenta y ocho meses eran cuatro años. El buen humor por el éxito de las ventas desapareció y la angustia me volvió a invadir. Tenía que aceptar la culpabilidad de Russ y todas las consecuencias, pero me resultaba difícil.
—Ana, ¿te puedo pedir algo? —añadió Anton con tono hastiado—. Por favor, explícale al padre de Russ lo que te acabo de contar. No quiero perder el tiempo con otra conversación sobre lo mismo.