El accidente

Volví al trabajo y me encontré con que dos consultores habían abandonado y con que habíamos perdido a un cliente por culpa de la competencia. La noticia me enojó, porque Kiko e Ignacio no me habían dicho nada. Ellos se disculparon y se defendieron diciendo que no querían preocuparme durante la maternidad. Supe que, aunque pudiera confiar en mi equipo para mantener la empresa, yo era la única que en realidad se desvelaba por el negocio y la única que lo podía sostener a largo plazo. Pensé que debía de buscarme algún socio, sobre todo ahora que tenía una familia. Pero, por el momento me concentré en las ventas, intentando reponer esa pérdida.

Mi vida marchaba bien, de manera tranquila y normal, como la había querido tener. Dylan era una fuente de alegría para mí y crecía rodeado de atención y amor. Russ seguía con su negocio y teníamos una relación estupenda. No volvimos a saber nada más de David ni de otros de sus antiguos socios. Las pocas veces que Russ contactó con Anton Medina, este le aseguró que el caso de Mónaco no se reabriría, y, si se reabría, a él le tocaría solo pagar una multa. Parecía que el sarcasmo que había observado Russ hacía tiempo seguía en pie: la cuenta seguía congelada, ellos tenían el dinero de la fianza y el caso estaba siendo olvidado. Sobre las víctimas, no se sabía nada.

Cuando a finales de octubre recibí una llamada de Marc, no imaginé que me llamara para otra cosa que no fuera retomar el contacto a nivel personal. Yo estaba en medio de una llamada en conferencia, pero sin dudarlo pedí una pausa.

—¿Sí? —contesté al móvil.

—Hola, Ana.

Su voz ronca me transportó al pasado. Sentí un vacío en el vientre y los recuerdos de Marc, Russ, Jay, David, Vanessa, Mónaco y el restaurante me invadieron. Mi interior parecía un remolino de imágenes, emociones, dudas y esperanzas arrinconadas y reprimidas que se avivaron en milisegundos y me atormentaron de nuevo.

—Hola.

—¿Cómo estás? —preguntó con amabilidad.

—Bien.

—Me gustaría verte —dijo y yo tuve un mal presentimiento—. Es bastante importante.

—¿De qué se trata? —pregunté sutilmente.

—¿Puedes venir a nuestra sede?

—Sí. ¿Dónde está?

Me dio la dirección de la sede en Sabadell y colgó. Justo entonces me percaté de que había sido muy distante y de que no sonaba a nada personal. Nerviosa, cogí mis cosas y salí deprisa de la oficina.

A partir del quinto mes de embarazo dejé de utilizar la moto. Mi ginecóloga me lo había prohibido y, después de nacer Dylan, Russ no me dejaba utilizarla por miedo a que me pasara algo. Así pues, cuando trabajaba en Barcelona viajaba en transporte público. Aquel día cogí un taxi debido a la distancia.