Para alguien que ha crecido en el trópico, que vive en Barcelona y que está acostumbrado a pasar la mayor parte del tiempo al aire libre, estar enclaustrado en espacios cerrados por un tiempo continuado con el fin de esconderse de la incesante y fastidiosa lluvia, era una tortura. Llovió cuando aterrizó el avión en Heathrow, llovió durante todo el viaje en coche hasta Cardiff y llovió durante la semana que nos quedamos en Gales. Tenía la sensación de que nunca dejaría de llover.
Durante todo el viaje, Russ me estuvo contando la historia de su país con todo detalle, siendo fiel a su afición: la historia. Me arrastró a conocer los castillos y los parques de Cardiff, pero después de contemplar dos días enteros la arquitectura medieval y victoriana, sentí la necesidad de viajar en el tiempo, y obligué a Russ a llevarme a la moderna bahía de la ciudad y a Queen Street y St. Mary's Street. Dedicamos un par de horas a ir de compras y acabé con dos bolsos nuevos.