María contemplaba fascinada la decoración y los frescos. Había visitado el local cuando estaba en plenas obras. Tuve que reconocer que la diferencia era abismal. De una camisería elegante de estilo neoclásico habían creado un caos de construcción y luego había nacido un restaurante gourmet de diseño vanguardista. Ahora que ya estaban todos los muebles colocados, el ambiente se percibía refinado y acogedor a la par.

—Ana, esto es… grandioso —dijo.

A pesar de mi desánimo, sonreí. María seguía apreciando todo con atención. Caminó hasta el fondo de la sala para mirar el lavabo y bajó al sótano. Cuando regresó, se la veía pensativa.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Ana, este proyecto es mucho más ambicioso de lo que pensaba. Esto será un restaurante de clase.

—Sí.

Sonreí.

—¿Te das cuenta del trabajo que significará para ti?

Mi sonrisa se esfumó.

—Sí, me doy cuenta —dije con poco ánimo—. Creo que tengo un buen equipo, lo único malo es que no tendré tiempo de supervisarlo. Allí está el problema. No esperaba que Russ no estuviera. Ahora, aparte de la consultoría y el restaurante, tengo que viajar a Mónaco. He invertido demasiado en este proyecto como para pararlo, así que no tengo más remedio que respirar hondo y seguir adelante como pueda.

Y así lo hice, aunque la carga de trabajo me llevó al borde del colapso.