—Amor, ¿a qué viene tanta prisa? Ven… —murmuró Russ, estirado en el centro de la cama.
Estaba completamente desnudo y me tentaba con su mirada traviesa.
—Venga, levántate —dije—. Vamos a hacer algo que no sea pasar el día entre las sábanas.
Me observó con aire soñoliento.
—¿Ya te has cansado de mí?
—No. Quiero pasar el día contigo, pero no solo en la cama —contesté subiendo la cremallera de mis vaqueros.
Russ se levantó con pereza y se me acercó.
—Hagámoslo en el salón —susurró antes de bajarme la cremallera.
Lo detuve.
—No. No me voy a quitar la ropa. Es más, tú te vas a vestir y vamos a salir. Te doy diez minutos y si no me voy sola.
—Me puedo vestir en cinco minutos y los otro cinco utilizarlos para darte placer…
—¡Russ! —exclamé.
Se apartó de mí.
—¡Vale, vale, puritana! —refunfuñó—. Voy a vestirme.