Pasé todo el recorrido hasta el restaurante intentando calmarme. El encuentro con Vanessa me había sacudido hasta la médula. No sentía ninguna lástima por ella, pero se me encogía el corazón al pensar en lo que podía vivir su hijo. Lo que había averiguado sobre Jay me dio a entender que, si él entraba en mi piso, iba a ser pronto. Si era un cobarde, como ella decía, no iba a enfrentarse conmigo, pero tal vez enviaría de nuevo a Jamie y a Darrell. Me dio un escalofrío solo de pensarlo. Darrell me daba miedo. Esperaba que Marc viniera a la inauguración. Si hasta entonces no tenía noticias de Russ, iba a hablar con la policía. Cuando el taxi se detuvo frente al restaurante, eché un vistazo por la ventanilla y vi a Fernando, que miraba a través del ventanal. Se me escapó un suspiro. Tenía demasiadas cosas que hacer.

—Ana, ¡al final viniste! —exclamó al abrir la puerta del local, tan pronto vio que me bajaba del coche—. Te dejé cinco mensajes en el móvil.

Había visto las llamadas perdidas, pero no había tenido fuerza para concentrarme en eso.

—¿Qué pasa? —le pregunté al entrar al restaurante.

—Vino… —De repente, se interrumpió—: Ana, ¿qué te pasó?

Inconscientemente me llevé la mano a la mandíbula. No me había visto en el espejo, pero seguro que tenía un moretón.

—Me he caído de la moto —dije—, pero estoy bien.

—Bueno —dijo Fernando observándome.

—¿Qué pasa? —volví a preguntar impaciente.

—Citaste a una persona para entrevistar hace una hora.

—¡Mier…! —Me censuré—. ¿Dónde está?

—Abajo.

Iba a bajar al sótano cuando un pensamiento me frenó. Entré deprisa al lavabo. Lo que vi en el espejo me enfureció. Un morado pálido cubría el lado izquierdo de la mandíbula, pero lo que más me atormentaba era la hinchazón que comenzaba a aparecer. En dos días tenía la inauguración, a la que acudirían un montón de periodistas. Impaciente, saqué el neceser y me apliqué un poco de maquillaje. Logré disimular el color, pero el golpe seguía notándose.

—¡Maldita sea! —exclamé frustrada.

Me dirigí al sótano.

—Espero que el que te hiciera eso acabara con un morado más grande —dijo el candidato tan pronto me vio.

A pesar del dolor, sonreí. Carlos me cayó bien desde el primer momento. La entrevista duró diez minutos. Al finalizarla, estaba contratado. Era mallorquín, de estatura media y algo regordete. Tenía cuarenta años y unos ojos azules en los que se contrastaban la picardía y el respeto. Siempre había trabajado en la restauración y venía de un bar restaurante muy conocido de la Diagonal. Buscaba un proyecto interesante donde pudiera hacer carrera hasta incorporarse en el equipo directivo. Era justo lo que yo necesitaba, alguien con ganas de involucrarse y de ayudarme a llevar el negocio.

Sin embargo, esa fue la única buena noticia en el restaurante. Tan pronto acabé la entrevista, se me acercó Claudia, agitada. Me pidió retrasar la apertura porque la tubería de las pilas había fallado. Cuando entré en la cocina, me encontré a Marisol y a su equipo sin poder hacer nada porque los desagües se habían taponado. Al parecer, la tubería que bajaba de los desagües no tenía la inclinación adecuada y la pendiente no era suficiente para que el agua fluyera con libertad. Sentí ganas de estrangular a Claudia. Para arreglar el problema tenían que romper el suelo y la pared a fin de cambiar toda la tubería. Me parecía insólita la negligencia.

—¡Claudia! —exclamé—. ¿Cómo ha podido pasar?

—No es mi culpa… —comenzó a quitarse la responsabilidad.

—¿Ah, no? —pregunté fuera de mis casillas—. Eres tú quien supervisa a los albañiles. ¿Cómo puedes permitir que esto ocurra?

Claudia comenzó a soltar excusas, pero yo ya no la escuchaba. Me exasperé, el dolor mandibular me desquiciaba y tenía los nervios de punta por todos los problemas que se me presentaban.

—¡Me da igual el culpable! —la interrumpí con un grito—. Tienes un día para resolver el problema.

Le di la espalda.

—Marisol, ¿se puede hacer algo? —pregunté.

—No sé qué hacer… —dijo con impotencia—. Para cualquier cosa necesitamos agua.

Me cubrí los ojos con una mano.

—Ya pensaré en un menú de canapés más sencillo —aventuró tímidamente.

—Vale —fue todo lo que dije y subí a la sala.

Allí me encontré a Fernando, que hablaba con Carlos. Miré la hora, eran cerca de las siete de la tarde.

—Fernando, por favor, explícale todo lo de la sala a Carlos y enséñale dónde están las cosas. Y dale un uniforme. Voy a salir un momento —dije.

Me fui directa al locutorio. No tenía correos de Anton. Sin embargo, otro remitente me llamó la atención de inmediato: crua@gouv.mc. Lo abrí:

Estimada Ana:

Me llamo Claire Rua, soy la trabajadora social de la cárcel. No hemos tenido la oportunidad de hablar, pero te llamaré pronto. Te comento que he visto hoy a Russ. Se encuentra bien, aunque dice que te extraña mucho. Me pidió que te pasara este mensaje urgente:

“Envía un correo a Jay a ninga662EU@hotmail.com y dale los números que están al dorso de la foto de Roma. Te quiero, te diré más cuando vengas. Intenta que sea pronto.”

Estoy disponible en el número +37798800062. Suelo ir a la cárcel los jueves o los lunes, pero puedo enviarle mensajes a Russ, si son urgentes, antes de las 17h de lunes a viernes.

Un cordial saludo,

Claire

Leí el mensaje muchas veces. Me alegró saber de Russ, aunque fuera a través de un intermediario. A pesar de los problemas que estaba teniendo por él, me hacía una falta tremenda. Recordé lo que me había dicho Vanessa:

«Esta cuenta solo la conocen David y Russ. Es suiza y es la que tiene el mayor número de clientes. Si Jay la llega a descubrir, la vaciará. Eso jodería aún más a nuestros hombres, mientras que él desaparecería, se escondería.»

«Jay sabe que no tiene mucho tiempo. La cuenta de Suiza puede ser congelada en cualquier momento.»

Me pregunté por qué Russ querría dar tal información a Jay, algo que seguramente lo perjudicaría. Entonces, un pensamiento tan claro como la luz me atravesó: comprendí que lo hacía por mi seguridad. Él conocía a Jay y sospechaba que iba a hacer lo que ya estaba haciendo. Consideré no proceder como Russ me pedía, pero desistí. Él conocía su mundo, yo no.

Sin demora envié el correo a la dirección indicada. Me sabía la secuencia numérica de memoria. Me pregunté si Jay contestaría.