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Por consiguiente, nuestra idea de la libertad y de la necesidad aumenta y disminuye gradualmente según sea su lazo de unión mayor o menor con el mundo exterior, la distancia, más o menos dilatada en el tiempo, y la dependencia, más o menos grande de las causas en cuyo contexto analizamos el fenómeno.
Así pues, si observamos al hombre cuando su lazo de unión con el mundo exterior es sobradamente conocido, cuando el tiempo transcurrido desde la realización del hecho es el mayor posible y sus causas son del todo comprensibles, consideramos que la necesidad es máxima y mínima la libertad. Pero si observamos al hombre cuando su dependencia del mundo exterior es mínima y el acto fue realizado en un momento inmediato al tiempo presente y las causas de la acción son inasequibles para nosotros, llegaremos a pensar que la necesidad fue mínima y máxima la libertad.
Pero tanto en un caso como en el otro, por mucho que cambiemos nuestro punto de vista, por mucho que nos expliquemos el vínculo que lo relaciona con el mundo exterior, por muy accesible que esa relación nos parezca, por mucho que alarguemos o acortemos el período de tiempo, por muy comprensibles o inaccesibles que nos parezcan las causas, nunca podremos representarnos ni una libertad ni una necesidad completa.
1) Por mucho que procuremos imaginarnos a un hombre al margen de las influencias del mundo exterior nunca comprenderemos el concepto de la libertad en el espacio. Todo acto humano se halla inevitablemente sometido a determinadas condiciones por todo cuanto lo rodea, inclusive por su propio cuerpo. Cuando levanto y bajo el brazo, ese acto me parece libre, pero al preguntarme si me sería posible alzarlo en todas las direcciones, me doy cuenta de que lo hice donde había menos obstáculos para llevarlo a cabo, obstáculos que se encuentran en los cuerpos que me rodean y en la conformación del mío. Si de todas las posibles direcciones elijo una, lo hago porque en ella hay menos dificultades. Para que mi acto sea libre es preciso que no encuentre impedimentos. Para que un hombre sea libre debemos imaginarlo fuera del espacio, lo que evidentemente es imposible.
2) Por mucho que aproximemos el momento en el cual juzgamos la realización del acto, nunca conseguiremos el concepto de libertad en el tiempo, puesto que, al examinar un hecho realizado un segundo antes, debo reconocer ante todo la falta de libertad del acto, ya que está circunscrito al momento en que se hizo. ¿Puedo levantar el brazo? Lo levanto. Pero me pregunto: ¿podía no haberlo hecho en aquel momento ya pasado? Para comprobarlo, dejo de levantarlo en el instante siguiente. Pero eso no sucede ya cuando me preguntaba si obraba libremente. Ha pasado tiempo, que yo no pude detener, y el brazo que levanté entonces no es ya el mismo que empleo ahora, ni el aire en que lo movía es idéntico al que ahora me rodea. El instante en que hice aquel primer movimiento es irreversible, y en aquel momento fui capaz de hacer un movimiento no más, y cualquiera que hiciese no podía ser más que uno; el hecho de que en el momento siguiente no haya levantado el brazo no prueba que podía haber dejado de levantarlo entonces. Y puesto que mi movimiento no podía ser más que uno en aquel instante de tiempo, forzosamente había de ser ése. Para considerar ese acto como libre hay que imaginarlo en el presente, en el límite del tiempo pasado y futuro, es decir, fuera del tiempo, lo que es imposible.
3) Por mucho que aumente la dificultad para comprender la causa, jamás llegaremos a la idea de la libertad total, es decir, a la ausencia de causa. La primera exigencia de la razón es la de suponer la existencia de una causa y buscarla. La causa que expresa la voluntad de un acto nuestro o ajeno es incomprensible para nosotros, pero sin causa no puede existir ningún fenómeno. Levanto el brazo para realizar un acto independiente, pero el hecho de que quiera realizar un acto sin causa es la causa de mi acto.
Y aunque imaginemos a un hombre libre de toda influencia y no examinemos más que su momentáneo acto, no provocado por causa alguna, y admitamos que en el tiempo presente el infinitamente pequeño residuo de necesidad es igual a cero, ni aun entonces llegaríamos al concepto de la libertad absoluta, puesto que un ser que no se encuentra bajo la influencia del mundo exterior, que se halla fuera del tiempo y no depende de causa alguna, ya no es un ser humano.
De la misma manera, nunca podemos representarnos los actos de un hombre sujeto solamente a la ley de la necesidad sin que participe la libertad.
1) Por grande que sea nuestro conocimiento de las condiciones espaciales en que se halla el hombre, ese conocimiento nunca puede ser completo, porque el número de tales condiciones es infinito, lo mismo que el espacio. Por eso, desde el momento en que no están determinadas todas las condiciones e influencias a que está sometido el hombre, tampoco hay necesidad completa y existe cierta parte de libertad.
2) Por mucho que prolonguemos el tiempo transcurrido desde que se realizó el fenómeno analizado hasta el momento en que se emite el juicio sobre él, ese período será finito, pero el tiempo es infinito. Por esta razón, aun desde ese punto de vista, jamás puede existir una necesidad completa.
3) Por accesible que nos sea la serie de causas de un acto cualquiera, nunca la conoceremos del todo, porque es infinita, por lo cual tampoco llegaremos nunca a la necesidad total.
Pero además de lo dicho, aun cuando admitiéramos que la libertad puede llegar a cero y reconociéramos en algún caso —por ejemplo, en un moribundo, un embrión o un idiota— la falta absoluta de libertad, acabaríamos, si lo hacemos, con el concepto de hombre, pues desde el momento en que no hay libertad tampoco existe el hombre. Por eso la idea de que el hombre puede vivir y actuar sólo sujeto a la ley de la necesidad, sin un ápice de libertad, se nos hace imposible como la idea de un acto humano absolutamente libre.
Así, para representarnos la actividad de un hombre sujeto únicamente a la ley de la necesidad, sin libertad alguna, debemos admitir el conocimiento de una cantidad infinita de condiciones espaciales, de un período infinitamente grande de tiempo y de una serie infinita de causas.
Para concebir al hombre absolutamente libre, no sujeto a la ley de la necesidad, debemos imaginarlo solo, fuera del espacio, del tiempo y sin depender de causa alguna.
En el primer caso, si la necesidad fuese posible sin libertad, llegaríamos a definir la ley de la necesidad por la necesidad misma, es decir, como una forma sin contenido.
En el segundo caso, si la libertad fuese posible sin necesidad, llegaríamos a una libertad completa, fuera del espacio, del tiempo y de las causas; libertad que, precisamente por ser absoluta e ilimitada, no sería nada o sería un mero contenido sin forma.
Llegaríamos, en general, a las dos bases sobre las que se asienta toda la concepción del mundo vista por el hombre: el carácter incomprensible de la esencia de la vida y las leyes que la definen.
La razón dice: 1) El espacio con todas las formas que lo hacen perceptible —la materia— es infinito y no puede concebirse de ninguna otra manera. 2) El tiempo es un movimiento infinito sin un solo momento de reposo, y no puede concebirse de otro modo. 3) El vínculo de causas y efectos no tiene principio ni puede tener fin.
La conciencia, por su parte, afirma: 1) Estoy solo y todo cuanto existe es únicamente yo, por consiguiente mi yo incluye el espacio. 2) Yo mido el tiempo que fluye y fijo en un instante inmóvil del presente cuando me siento vivo; por consiguiente, estoy fuera del tiempo. 3) Como carezco de causa, considero por ello que soy la causa de toda manifestación de mi vida.
La razón expresa las leyes de la necesidad; la conciencia, expresa la esencia de la libertad.
La libertad ilimitada es la esencia de la vida en la conciencia del hombre. La necesidad sin contenido es la inteligencia humana y sus tres formas.
La libertad es lo que se juzga; la necesidad es quien lo juzga.
La libertad es el contenido; la necesidad es la forma.
Sólo separando las dos fuentes del conocimiento, que se relacionan entre sí como la forma con el contenido, se llega a conceptos que se excluyen recíprocamente y no pueden ser comprendidos: los conceptos de necesidad y libertad.
Y solamente gracias a su unión se consigue comprender la vida del hombre.
Fuera de esos dos conceptos, que, unidos, se relacionan como la forma y el contenido, no puede existir representación alguna de la vida.
Todo cuanto sabemos de la vida de los hombres no es más que esa relación entre libertad y necesidad, es decir, entre la conciencia y las leyes de la razón.
Todo lo que conocemos del mundo exterior de la naturaleza no es más que la relación entre las fuerzas naturales y la necesidad, o entre la esencia de la vida y las leyes de la razón.
Las fuerzas que determinan la vida de la naturaleza están fuera de nosotros y de nuestro entendimiento (no somos conscientes de ellas); las llamamos fuerza de gravitación, inercia, electricidad, fuerza animal, etcétera. Pero comprendemos la fuerza de la vida humana y la llamamos libertad.
Y así como la gravitación, percibida por cada individuo, pero incomprensible en sí misma, es entendida por nosotros en la medida de nuestro conocimiento de las leyes que rigen la necesidad (desde la primera noción de que todos los cuerpos pesan hasta la ley de Newton), la fuerza de la libertad es también incomprensible en sí misma, aunque la percibimos y la entendemos en la medida en que conocemos las leyes de la necesidad, de las cuales depende (a partir del hecho de que todo hombre muere hasta el conocimiento de las leyes más complejas de la economía y la historia).
Todo conocimiento nuestro no es más que la adaptación de la esencia de la vida a las leyes de la razón.
La libertad del hombre se diferencia de todas las demás fuerzas por el hecho de que el hombre es consciente de ella, aunque desde el punto de vista de la razón no se distingue en nada de las demás fuerzas. La gravitación, la electricidad o la afinidad química sólo se diferencian entre sí porque la razón las designa de diversos modos. La libertad del hombre se diferencia de otras fuerzas de la naturaleza solamente por la definición que la razón les adjudica. Y la libertad sin necesidad, es decir, sin las leyes de la razón que la definen, no se diferencia en nada de la gravitación, del calor o de la fuerza de la vida vegetal. Para la razón no es más que una sensación de vida momentánea e indefinida.
Y así como la esencia indeterminada de la fuerza que mueve los cuerpos celestes, la esencia indefinida de la fuerza del calor, de la electricidad o de la afinidad química o de la misma fuerza vital son el contenido de la astronomía, la física, la química, la botánica, la zoología, etcétera, así la esencia de la libertad constituye el contenido de la historia. Como el objetivo de toda ciencia es descubrir la esencia ignorada de la vida, esa esencia, en sí, sólo puede ser objeto de la metafísica, como la libertad en el espacio, en el tiempo, en dependencia de las causas, es objeto de estudio de la historia y, también, de la metafísica.
En la ciencia natural llamamos leyes de la necesidad a lo conocido por nosotros y fuerza vital a lo desconocido. La fuerza vital no es más que el resto desconocido de lo que sabemos sobre la esencia de la vida.
También, en la historia, lo conocido recibe el nombre de ley de la necesidad, y lo desconocido, el de libertad. La libertad, para la historia, no es más que el resto desconocido de lo que sabemos sobre las leyes de la vida humana.