VII

Al atardecer, cuando Ilaguin se despidió de Nikolái, el joven conde se hallaba tan distante de su casa que aceptó la invitación que le hacía el tío de dejar la jauría y todo el equipo de la caza en su aldea de Mijáilovna.

—Y si vinierais a mi casa, las cosas claras, siempre adelante, tanto mejor— dijo el tío. —El tiempo está húmedo; podríais descansar y llevarían a la condesita en coche.

Aceptaron la propuesta del tío; enviaron un cazador a Otrádnoie en busca del coche y Nikolái, Natasha y Petia se dirigieron a la casa de Mijaíl Nikanórovich.

En el porche de la entrada principal esperaban al amo cinco criados, unos grandes y otros chicos. Decenas de mujeres, jóvenes y viejas, se asomaron por la entrada de servicio a ver a los cazadores que llegaban. La presencia de Natasha, una señorita a caballo, despertó la curiosidad de los criados hasta tal punto que muchos, sin turbación alguna, se aproximaron para verla de cerca y, en su presencia, expresaban sus opiniones como si se refirieran a un fenómeno extraño o a un objeto expuesto que no pudiera comprender los comentarios que suscitaba.

—Fíjate, Arinka, va sentada de lado. Y le cuelga la falda… ¡Hasta lleva un cuerno!

—¡Por todos los santos! ¡Y un puñal…!

—¡Debe ser tártara!

—¿Cómo no te caes?— preguntó la más atrevida, volviéndose a Natasha.

El tío echó pie a tierra en el porche de su casita de madera, rodeada de jardín; miró a la gente y dio órdenes imperiosas de que se fueran quienes estaban de más y se preparara lo necesario para recibir dignamente a sus huéspedes y al acompañamiento.

Todos se dispersaron. El tío ayudó a Natasha a descabalgar y subir los movedizos escalones de madera. La casa, sin revestimiento alguno, con los troncos al aire, no tenía aspecto de estar muy limpia. No podía decirse que los habitantes de aquella casita pusieran gran celo en quitar las manchas, pero tampoco daba sensación de abandono. Un olor a manzanas frescas llenaba todo el zaguán, donde había colgadas pieles de lobo y de zorro.

Pasado el vestíbulo, el tío condujo a los jóvenes a un saloncito con mesa plegable y sillas de caoba, después a la sala con mesa redonda de abedul y un diván, luego a su despacho, con un diván raído, una alfombra muy vieja y retratos de Suvórov, de los padres del amo de la casa y de él mismo con uniforme. El despacho olía intensamente a tabaco y a perros.

El tío rogó a los jóvenes que se acomodaran como si estuviesen en su propia casa y se retiró unos instantes. Rugai, con el lomo sucio de barro, entró en la estancia, se acomodó en el diván y comenzó a limpiarse con la lengua y los dientes. Del despacho de Mijaíl Nikanórovich salía un pasillo donde se veía un biombo con los visillos rotos. Detrás del biombo se oían apagadas risas y susurros femeninos. Natasha, Petia y Nikolái se desvistieron y se instalaron en el canapé. Petia, apoyando la cabeza en el brazo, se durmió al momento. Natasha y Nikolái guardaban silencio. Sus rostros ardían, sentían mucha hambre y estaban muy alegres. Se miraron el uno al otro (pasada la cacería y en casa, Nikolái no creía necesario manifestar la superioridad masculina con respecto a su hermana); Natasha le guiñó el ojo y, no pudiendo contenerse más, los dos estallaron en una carcajada sonora, aun sin haber hallado pretexto para semejante risa.

Poco después, el tío volvía con un amplio chaquetón, calzón azul y botas de media caña. Natasha recordó que aquella vestimenta del tío, de la que se había sorprendido y mofado en Otrádnoie, nada tenía que envidiar a la levita o al frac. También Mijaíl Nikanórovich estaba contento, y lejos de sentirse ofendido por la injustificada risa de los hermanos —no podía ocurrírsele pensar que se burlaran de su vida—, él mismo se unió a esa hilaridad inmotivada.

—¡Bravo, condesita! ¡No he visto nunca una muchacha igual!— dijo, dando a Nikolái una pipa de larga boquilla y tomando otra corta para sí, que sujetó con tres dedos, como tenía por costumbre. —¡Todo el día a caballo como un hombre, y como si nada!

Al poco rato volvió a abrirse la puerta; a juzgar por el ruido debía de ser una criada descalza. En efecto, apareció una mujer de unos cuarenta años, gruesa, guapa, de mejillas sonrosadas, doble papada y labios bien marcados de color rojo; llevaba en las manos una bandeja grande bien surtida. Con dignidad afable y acogedora, irradiando simpatía en cada mirada y movimiento, miró a los huéspedes y los saludó con respeto y una sonrisa cariñosa. A pesar de su obesidad poco común, que la obligaba a caminar erguida, adelantando el vientre y el pecho, y con la cabeza hacia atrás, esa mujer (el ama de llaves del tío) se movía con extraordinaria soltura. Se acercó a la mesa, colocó la bandeja y, hábilmente, con sus manos regordetas y blancas, fue ordenando las botellas, aperitivos y dulces. Hecho esto, se apartó y con la sonrisa en los labios se detuvo en la puerta. “Aquí me tienen. ¿Comprendes ahora a tu tío?”, parecía decir a Nikolái. ¿Cómo no comprenderlo? No sólo el joven, sino también Natasha comprendía al tío, y el significado de su ceño y de la sonrisa feliz y satisfecha que se dibujó apenas en sus labios al entrar Anisia Fiódorovna. En la bandeja había setas marinadas, galletas de centeno a base de leche cuajada, miel al natural y miel espumosa hervida, manzanas, nueces frescas tostadas, vodka y licores de fabricación casera. Más tarde, Anisia Fiódorovna trajo mermeladas hechas con azúcar y miel, jamón y un pollo recién asado.

Todo había sido escogido y preparado por ella misma; todo tenía el perfume y el sabor de Anisia Fiódorovna. Todo recordaba su frescura, su limpieza y su grata sonrisa.

—Coma, señorita condesa— decía a Natasha, ofreciéndole ya un plato, ya otro.

Natasha comía de todo; le parecía no haber visto ni comido nunca un dulce tan oloroso, unas galletas, una miel con nueces y un pollo tan exquisitos.

Anisia Fiódorovna se retiró; Rostov y su tío, durante la cena, comenzaron a discutir, entre sorbo y sorbo de licor de guindas, sobre la jornada de caza, y las que le seguirían, sobre Rugai y los perros de Ilaguin. Natasha, con los ojos brillantes, los escuchaba sentada en el canapé. Había tratado varias veces de despertar a Petia, con el fin de que comiera algo, pero el muchacho no hizo más que pronunciar palabras incomprensibles, sin abrir siquiera los ojos. Natasha sentía tanta alegría, se encontraba tan bien en aquel ambiente nuevo para ella que temía tan sólo que el coche de Otrádnoie llegase demasiado pronto. Después de cierto silencio, muy frecuente en quienes reciben a alguien por primera vez, y, como respondiendo a los pensamientos de sus huéspedes, el tío dijo:

—Así voy terminando mi vida… Cuando muera, las cosas claras y siempre adelante, no quedará nada. ¿Para qué pecar?

Al decir esto, su rostro era muy expresivo y hasta hermoso. Nikolái recordó las cosas admirables que había oído decir de aquel hombre a sus padres y vecinos. En toda la comarca, su reputación era la de un hombre estrafalario pero noble y muy desprendido; solían recurrir a él como juez en asuntos familiares, y como albacea testamentario le confiaban secretos. Lo habían elegido juez y para otros cargos, pero él se negaba obstinadamente a aceptar un empleo público. Pasaba el otoño y la primavera en sus campos, montando en su caballo; en invierno solía quedarse en casa y en verano permanecía largas horas tumbado en su abandonado jardín.

—¿Por qué no acepta algún cargo público, tío?

—Ya lo tuve, pero lo dejé. No va con mi genio ni entiendo nada de eso. Se queda para vosotros, a mí me falta cabeza. La caza es otra cosa— y gritó seguidamente: —¡Abrid esa puerta! ¿Por qué la habéis cerrado?

La puerta del fondo del pasillo conducía a la sala de caza, nombre que se daba a la habitación de los cazadores. Alguien se dirigió allí con rápidos pasos de pies desnudos y una mano invisible abrió la puerta. De la habitación llegaron claramente las notas de una balalaika, manejada por manos hábiles. Hacía un rato que Natasha estaba con el oído atento; ahora salió al pasillo para oír mejor.

—Es Mitka, mi cochero… le compré una buena balalaika. Me gusta oírla— dijo el tío.

Era costumbre que cuando él volvía de cazar, Mitka tocase en la habitación de los cazadores.

—¡Toca bien, realmente muy bien!— dijo Nikolái con cierta involuntaria negligencia, como si le diera vergüenza confesar que le agradaban mucho aquellos sonidos.

—¿Cómo que muy bien?— le reprochó Natasha, a la que no escapó el tono con que había hablado su hermano. —¡Es un verdadero encanto! ¡Una delicia!

Así como las setas, la miel y los licores del tío le habían parecido los mejores del mundo, en aquel momento la música que llegaba desde la habitación de los cazadores le pareció el colmo de la delicia.

—¡Otra vez, por favor, otra vez!— exclamó Natasha desde la puerta cuando hubo terminado la canción.

Mitka afinó el instrumento y de nuevo sonó la Bárina con variaciones diversas y bien matizadas. El tío escuchaba con la cabeza inclinada y una imperceptible sonrisa. El motivo de Bárina se repitió muchas veces, la balalaika estaba afinada y una vez más volvía a los mismos acordes, sin que los oyentes se cansaran de escuchar. Anisia Fiódorovna entró de nuevo y apoyó su corpulento cuerpo en el quicio de la puerta.

—¿Lo está escuchando?— preguntó a Natasha con una sonrisa muy semejante a la del tío. —Toca muy bien.

—En ese pasaje no lo hace bien— observó el tío con energía. —Aquí conviene un trémolo, eso es, un trémolo.

—¿Es que sabe usted tocar?— preguntó Natasha.

El tío sonrió sin contestar.

—Mira si las cuerdas de la guitarra están bien, Anísiushka… Hace tiempo que no la cojo. La tengo abandonada.

Anisia Fiódorovna salió de buen grado y con paso ligero a cumplir el encargo de su señor y trajo la guitarra.

El tío, sin mirar a nadie, sopló el polvo del instrumento; tamborileó en la caja de la guitarra con sus dedos huesudos, afinó las cuerdas y se acomodó en la butaca. Con gesto algo teatral, separando mucho el codo izquierdo y guiñando el ojo a Anisia Fiódorovna, lanzó un acorde sonoro, limpio, y después, pausada y tranquilamente, comenzó con ritmo muy lento la conocida canción Por la calle empedrada. El motivo de la canción, su ritmo y sentido resonaron en el alma de Nikolái y Natasha en concordancia con la mesurada alegría que se desprendía de toda la personalidad de Anisia Fiódorovna, quien, encendido el rostro que ocultaba con su pañuelo, salió riendo de la estancia. El tío seguía tocando con el mismo tono enérgico, mirando con ojos inspirados el lugar donde antes estuvo Anisia Fiódorovna. En su rostro, bajo los bigotes grises, había una leve sonrisa, que se acentuaba al aumentar el ritmo de la canción y en los trémolos mejor logrados.

—¡Es maravilloso! ¡Maravilloso, tío! ¡Otra vez, otra vez!— gritó Natasha cuando Mijaíl Nikanórovich hubo terminado. Saltó de su asiento, abrazó a su tío y lo besó. —¡Nikóleñka! ¡Nikóleñka!— dijo a su hermano, como preguntándole: ¿pero qué es esto?

También Nikolái estaba entusiasmado con el modo de tocar del tío. Éste volvió a repetir la canción. De nuevo apareció en la puerta el riente rostro de Anisia Fiódorovna, y detrás de ella otros… “Cuando va por agua fresca, grita la muchacha: ¡espera!”, tocaba el tío; después hizo una variación habilísima, interrumpió un acorde y movió los hombros.

—Sigue, querido, sigue, tío— dijo Natasha con voz suplicante, como si estuviera en juego toda su vida.

El tío se levantó. Parecía haber en él dos hombres: uno serio y otro alegre; el hombre serio sonrió gravemente mirando al alegre y el alegre hizo un gesto ingenuo, ceremonioso, como si fuera a iniciar una danza.

—A ver, sobrina— dijo, invitando a Natasha con la mano que había arrancado el último acorde.

Natasha se quitó el chal que llevaba encima, dio unos pasos adelantando al tío y, con las manos en la cintura, movió rítmicamente los hombros y se detuvo frente a él.

¿Dónde, cómo y cuándo esa condesita educada por una institutriz francesa emigrada había absorbido del aire ruso que respiraba ese espíritu, esos gestos que el pas de châle tenía que haber desplazado hacía mucho tiempo? Pero el espíritu y los gestos eran auténticamente rusos, inimitables, que no se estudian, eran lo que el tío esperaba de ella. Cuando Natasha se detuvo, sonriendo triunfante, con orgullosa y picara alegría, desapareció el primer sentimiento que se había apoderado de Nikolái y de todos los presentes, el miedo a que no saliera airosa. Ahora la admiraban entusiasmados.

Hizo lo debido y con tanta exactitud, tan al completo que Anisia Fiódorovna, quien en seguida le había tendido el pañuelo necesario para aquella danza, reía hasta llorar al ver cómo la joven condesa, delicada, graciosa, tan ajena a ella, educada entre sedas y terciopelos, supo entender cuanto había en Anisia, en el padre de Anisia, en su tío, en su madre y en todo ruso.

—¡Bravo, condesita! ¡Bravo!— gritó Mijaíl Nikanórovich cuando hubo terminado la danza. —¡Vaya con la sobrina! ¡Vaya, vaya! Ahora sólo falta elegir un buen mozo para marido.

—Ya está elegido— dijo sonriendo Nikolái.

—¿De veras?— exclamó el tío, mirándola interrogativo. Natasha, con sonrisa feliz, hizo un signo afirmativo con la cabeza.

—¡Y qué marido!— dijo.

Pero en seguida surgió en ella otra corriente de ideas y sentimientos. ¿Qué significaba la sonrisa de Nikolái al decir “ya está elegido”? ¿Estaba contento o no? “Parece pensar que mi Bolkonski no aprobaría, no comprendería nuestra alegría. Pero no, lo comprendería todo. ¿Dónde estará ahora? —pensó Natasha, y su rostro, por un momento, quedó serio—. No pienses en eso, no debes pensar en eso”, se dijo; y volviendo a sonreír se sentó de nuevo junto a su tío y le rogó que tocara alguna otra cosa.

El tío tocó otra canción; después, un vals y, por último, inició su canción favorita, que hablaba de cazadores:

La nieve, por la noche,

caía sin cesar…

Mijaíl Nikanórovich cantaba como canta el pueblo, con la convicción absoluta e ingenua de que todo el sentido de las canciones está en la letra y que la melodía venía por sí misma: que no existe sin la letra, y servía tan sólo para marcar la cadencia. Por ello, el motivo musical inconsciente —como suele ser el motivo musical del pájaro— resultaba tan bello cantado por el tío. Natasha estaba entusiasmada con las canciones de su tío. Decidió que dejaría el arpa y estudiaría la guitarra únicamente. Pidió al tío la guitarra y encontró sin tardanza los acordes de una canción. Cerca de las diez llegaron tres hombres a caballo, enviados con dos carruajes desde Otrádnoie en busca de los jóvenes. El enviado explicó que los condes, desconocedores de dónde se hallaban sus hijos, estaban muy preocupados. Llevaron a Petia dormido y lo colocaron en uno de los coches. Natasha y Nikolái se acomodaron en otro. El tío abrigó a Natasha y se despidió de ella con un nuevo sentimiento de ternura. Los acompañó a pie hasta el puente, que debían rodear para cruzar el río por el vado, y ordenó que los cazadores fueran con linternas por delante.

—¡Hasta la vista, querida sobrina!— gritó en la oscuridad.

Su voz no era la que Natasha conocía de otras veces, sino la que había cantado la canción de la nieve.

En la aldea que cruzaban brillaban luces rojizas y el aire olía alegremente a humo.

—¡Qué encantador es el tío!— dijo Natasha cuando salieron al camino.

—Sí— contestó Nikolái. —¿Tienes frío?— preguntó.

—No. Me encuentro muy bien, estoy perfectamente— respondió Natasha algo perpleja.

Callaron durante largo tiempo. La noche era húmeda y oscura. No se veían los caballos; sólo podía oírse su chapoteo en el fango invisible.

¿Qué estaba ocurriendo en aquel espíritu infantil y sensible, que tan vivamente percibía y asimilaba las impresiones más diversas de la vida? ¿Cómo se acomodaban en su alma todas esas impresiones? Comoquiera que fuese, Natasha se sentía muy feliz. Se acercaban ya a la casa cuando entonó La nieve, por la noche, melodía que había buscado durante todo el camino y logró captar por fin.

—¿Lo conseguiste?— dijo Nikolái.

—¿En qué estabas pensando ahora, Nikolái?— preguntó Natasha.

Les gustaba hacerse esa pregunta el uno al otro.

—¿Yo?— dijo Nikolái procurando recordar. —Mira: primero pensaba que Rugai, el perro rojo, se parece al tío, y que si fuera un hombre tendría consigo al tío no por buen corredor, sino por su buen carácter. ¡Qué fácil es vivir con él! ¿Y tú?

—¿Yo? Espera, espera… Sí, primero pensaba que creemos ir a casa, pero que sólo Dios sabe adonde vamos en medio de esta oscuridad; y que, de pronto, llegamos y no vemos Otrádnoie, sino un país mágico… Luego pensaba que… Pero no, nada más.

—Lo sé, sin duda has pensado en él— dijo Nikolái sonriendo, de lo que Natasha se dio cuenta por el sonido de su voz.

—No— respondió la muchacha, aunque realmente pensaba en el príncipe Andréi y en lo mucho que le habría agradado el tío. —Además, durante todo el camino me vengo diciendo: ¡Qué bien estuvo Anísiushka!— dijo Natasha.

Y Nikolái volvió a oír su risa feliz, sonora, espontánea.

—¿Sabes?— dijo de pronto Natasha. —Creo que nunca seré tan feliz ni estaré tan tranquila como ahora.

—¡Qué tontería! Son estupideces, chiquilladas— exclamó Nikolái; y pensó: “¡Mi Natasha es un encanto! Nunca tendré una amiga como ella. ¿Por qué se casa? ¡Pasearíamos siempre juntos!”.

“¡Qué encanto es Nikolái!”, pensó Natasha.

—¡Ah! ¡Todavía hay luz en la sala!— dijo, señalando las ventanas que brillaban en la oscuridad de la noche, húmeda y aterciopelada.

Guerra y paz
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Nota_editores.xhtml
parte001.xhtml
parte002.xhtml
parte003.xhtml
parte004.xhtml
parte005.xhtml
parte006.xhtml
parte007.xhtml
parte008.xhtml
parte009.xhtml
parte010.xhtml
parte011.xhtml
parte012.xhtml
parte013.xhtml
parte014.xhtml
parte015.xhtml
parte016.xhtml
parte017.xhtml
parte018.xhtml
parte019.xhtml
parte020.xhtml
parte021.xhtml
parte022.xhtml
parte023.xhtml
parte024.xhtml
parte025.xhtml
parte026.xhtml
parte027.xhtml
parte028.xhtml
parte029.xhtml
parte030.xhtml
parte031.xhtml
parte032.xhtml
parte033.xhtml
parte034.xhtml
parte035.xhtml
parte036.xhtml
parte037.xhtml
parte038.xhtml
parte039.xhtml
parte040.xhtml
parte041.xhtml
parte042.xhtml
parte043.xhtml
parte044.xhtml
parte045.xhtml
parte046.xhtml
parte047.xhtml
parte048.xhtml
parte049.xhtml
parte050.xhtml
parte051.xhtml
parte052.xhtml
parte053.xhtml
parte054.xhtml
parte055.xhtml
parte056.xhtml
parte057.xhtml
parte058.xhtml
parte059.xhtml
parte060.xhtml
parte061.xhtml
parte062.xhtml
parte063.xhtml
parte064.xhtml
parte065.xhtml
parte066.xhtml
parte067.xhtml
parte068.xhtml
parte069.xhtml
parte070.xhtml
parte071.xhtml
parte072.xhtml
parte073.xhtml
parte074.xhtml
parte075.xhtml
parte076.xhtml
parte077.xhtml
parte078.xhtml
parte079.xhtml
parte080.xhtml
parte081.xhtml
parte082.xhtml
parte083.xhtml
parte084.xhtml
parte085.xhtml
parte086.xhtml
parte087.xhtml
parte088.xhtml
parte089.xhtml
parte090.xhtml
parte091.xhtml
parte092.xhtml
parte093.xhtml
parte094.xhtml
parte095.xhtml
parte096.xhtml
parte097.xhtml
parte098.xhtml
parte099.xhtml
parte100.xhtml
parte101.xhtml
parte102.xhtml
parte103.xhtml
parte104.xhtml
parte105.xhtml
parte106.xhtml
parte107.xhtml
parte108.xhtml
parte109.xhtml
parte110.xhtml
parte111.xhtml
parte112.xhtml
parte113.xhtml
parte114.xhtml
parte115.xhtml
parte116.xhtml
parte117.xhtml
parte118.xhtml
parte119.xhtml
parte120.xhtml
parte121.xhtml
parte122.xhtml
parte123.xhtml
parte124.xhtml
parte125.xhtml
parte126.xhtml
parte127.xhtml
parte128.xhtml
parte129.xhtml
parte130.xhtml
parte131.xhtml
parte132.xhtml
parte133.xhtml
parte134.xhtml
parte135.xhtml
parte136.xhtml
parte137.xhtml
parte138.xhtml
parte139.xhtml
parte140.xhtml
parte141.xhtml
parte142.xhtml
parte143.xhtml
parte144.xhtml
parte145.xhtml
parte146.xhtml
parte147.xhtml
parte148.xhtml
parte149.xhtml
parte150.xhtml
parte151.xhtml
parte152.xhtml
parte153.xhtml
parte154.xhtml
parte155.xhtml
parte156.xhtml
parte157.xhtml
parte158.xhtml
parte159.xhtml
parte160.xhtml
parte161.xhtml
parte162.xhtml
parte163.xhtml
parte164.xhtml
parte165.xhtml
parte166.xhtml
parte167.xhtml
parte168.xhtml
parte169.xhtml
parte170.xhtml
parte171.xhtml
parte172.xhtml
parte173.xhtml
parte174.xhtml
parte175.xhtml
parte176.xhtml
parte177.xhtml
parte178.xhtml
parte179.xhtml
parte180.xhtml
parte181.xhtml
parte182.xhtml
parte183.xhtml
parte184.xhtml
parte185.xhtml
parte186.xhtml
parte187.xhtml
parte188.xhtml
parte189.xhtml
parte190.xhtml
parte191.xhtml
parte192.xhtml
parte193.xhtml
parte194.xhtml
parte195.xhtml
parte196.xhtml
parte197.xhtml
parte198.xhtml
parte199.xhtml
parte200.xhtml
parte201.xhtml
parte202.xhtml
parte203.xhtml
parte204.xhtml
parte205.xhtml
parte206.xhtml
parte207.xhtml
parte208.xhtml
parte209.xhtml
parte210.xhtml
parte211.xhtml
parte212.xhtml
parte213.xhtml
parte214.xhtml
parte215.xhtml
parte216.xhtml
parte217.xhtml
parte218.xhtml
parte219.xhtml
parte220.xhtml
parte221.xhtml
parte222.xhtml
parte223.xhtml
parte224.xhtml
parte225.xhtml
parte226.xhtml
parte227.xhtml
parte228.xhtml
parte229.xhtml
parte230.xhtml
parte231.xhtml
parte232.xhtml
parte233.xhtml
parte234.xhtml
parte235.xhtml
parte236.xhtml
parte237.xhtml
parte238.xhtml
parte239.xhtml
parte240.xhtml
parte241.xhtml
parte242.xhtml
parte243.xhtml
parte244.xhtml
parte245.xhtml
parte246.xhtml
parte247.xhtml
parte248.xhtml
parte249.xhtml
parte250.xhtml
parte251.xhtml
parte252.xhtml
parte253.xhtml
parte254.xhtml
parte255.xhtml
parte256.xhtml
parte257.xhtml
parte258.xhtml
parte259.xhtml
parte260.xhtml
parte261.xhtml
parte262.xhtml
parte263.xhtml
parte264.xhtml
parte265.xhtml
parte266.xhtml
parte267.xhtml
parte268.xhtml
parte269.xhtml
parte270.xhtml
parte271.xhtml
parte272.xhtml
parte273.xhtml
parte274.xhtml
parte275.xhtml
parte276.xhtml
parte277.xhtml
parte278.xhtml
parte279.xhtml
parte280.xhtml
parte281.xhtml
parte282.xhtml
parte283.xhtml
parte284.xhtml
parte285.xhtml
parte286.xhtml
parte287.xhtml
parte288.xhtml
parte289.xhtml
parte290.xhtml
parte291.xhtml
parte292.xhtml
parte293.xhtml
parte294.xhtml
parte295.xhtml
parte296.xhtml
parte297.xhtml
parte298.xhtml
parte299.xhtml
parte300.xhtml
parte301.xhtml
parte302.xhtml
parte303.xhtml
parte304.xhtml
parte305.xhtml
parte306.xhtml
parte307.xhtml
parte308.xhtml
parte309.xhtml
parte310.xhtml
parte311.xhtml
parte312.xhtml
parte313.xhtml
parte314.xhtml
parte315.xhtml
parte316.xhtml
parte317.xhtml
parte318.xhtml
parte319.xhtml
parte320.xhtml
parte321.xhtml
parte322.xhtml
parte323.xhtml
parte324.xhtml
parte325.xhtml
parte326.xhtml
parte327.xhtml
parte328.xhtml
parte329.xhtml
parte330.xhtml
parte331.xhtml
parte332.xhtml
parte333.xhtml
parte334.xhtml
parte335.xhtml
parte336.xhtml
parte337.xhtml
parte338.xhtml
parte339.xhtml
parte340.xhtml
parte341.xhtml
parte342.xhtml
parte343.xhtml
parte344.xhtml
parte345.xhtml
parte346.xhtml
parte347.xhtml
parte348.xhtml
parte349.xhtml
parte350.xhtml
parte351.xhtml
parte352.xhtml
parte353.xhtml
parte354.xhtml
parte355.xhtml
parte356.xhtml
parte357.xhtml
parte358.xhtml
parte359.xhtml
parte360.xhtml
parte361.xhtml
parte362.xhtml
parte363.xhtml
parte364.xhtml
parte365.xhtml
parte366.xhtml
parte367.xhtml
parte368.xhtml
parte369.xhtml
parte370.xhtml
parte371.xhtml
parte372.xhtml
parte373.xhtml
parte374.xhtml
parte375.xhtml
parte376.xhtml
parte377.xhtml
parte378.xhtml
parte379.xhtml
parte380.xhtml
parte381.xhtml
parte382.xhtml
parte383.xhtml
parte384.xhtml
parte385.xhtml
parte386.xhtml
parte387.xhtml
parte388.xhtml
parte392.xhtml
Mapas.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml