II
Una de las más evidentes y ventajosas desviaciones de las llamadas reglas de la guerra es la acción de hombres aislados contra masas compactas. Acciones de esta clase se manifiestan siempre en las guerras de índole popular. Consisten en lo siguiente: en vez de enfrentarse multitud contra multitud, los hombres se dispersan, atacan aisladamente y huyen en cuanto los atacan fuerzas mayores, para recomenzar su ataque a la primera ocasión que se presente. Eso hicieron los guerrilleros en España; eso hicieron los montañeses del Cáucaso y los rusos en 1812.
Se ha llamado, a ese tipo de guerra, guerra de guerrillas, y se cree que ese nombre explica ya su importancia. Sin embargo, esa manera de luchar no sólo no corresponde a regla alguna sino que es absolutamente contraria a la conocida regla táctica, que todos admiten como infalible. Según esa regla, el que ataca debe concentrar todas sus tropas a fin de ser, en el momento del combate, más fuerte que el adversario.
La guerra de guerrillas (siempre afortunada, como lo demuestra la Historia) contradice directamente esa regla.
Semejante contradicción obedece a que la ciencia militar identifica la fuerza de las tropas con su número. La ciencia militar dice que cuantos más hombres participan en la lucha, mayor es su fuerza. Les gros bataillons ont toujours raison.[603]
Con semejante afirmación, la ciencia militar se parece a la mecánica que estudia los cuerpos en movimiento basándose tan sólo en su relación con sus masas, afirmando que sus fuerzas son iguales o no según sean iguales o no sus masas.
La fuerza (cantidad de movimiento) es el producto de la masa por la velocidad.
En el orden militar, la fuerza del ejército es también el producto de la masa, pero por algo distinto, por una x desconocida.
La ciencia militar, al encontrar en la Historia infinitos ejemplos demostrativos de que la masa de las tropas no coincide con su fuerza y que pequeños destacamentos vencen a otros superiores en número, acaba por admitir a regañadientes la existencia de ese factor desconocido y procuran descubrirlo bien en la disposición geométrica, bien en el armamento o en el genio de los jefes militares, siendo esto lo más frecuente. Sin embargo, la aportación de este coeficiente a uno de los factores no consigue resultados coincidentes con los hechos históricos.
Bastaría, no obstante, renunciar a la falsa opinión, admitida para contentar a los héroes, sobre la eficacia de las disposiciones tomadas por el alto mando durante la guerra para encontrar la desconocida x.
La incógnita x es la moral del ejército; es decir, el mayor o menor deseo que tienen de combatir y exponerse al peligro todos los hombres que lo componen, sin importarles el hecho de saber si lucharán mandados por genios o no, en tres o dos líneas, con garrotes o fusiles de treinta disparos por minuto. Los que tienen mayor deseo de pelear se colocan siempre en las más ventajosas posiciones para la batalla.
La moral del ejército es el factor que, multiplicado por la masa, produce la fuerza.
La misión de la ciencia consiste precisamente en determinar y expresar la importancia de esa moral, de ese factor desconocido.
Tal problema no se resolverá hasta que dejemos de sustituir arbitrariamente la x incógnita con las condiciones en las cuales se manifiesta, es decir: las órdenes del jefe militar, el armamento, etcétera, considerándolas como la expresión del valor del multiplicador; y tomemos en cambio a éste en su integridad, es decir, como la voluntad mayor o menor de batirse y exponerse al peligro. Sólo entonces, una vez puestos en la ecuación los hechos históricos conocidos, podremos esperar definir la incógnita x, comparando caso por caso sus valores relativos.
Diez hombres, diez batallones, diez divisiones, que combaten contra quince hombres, batallones o divisiones, los vencen, o sea, han hecho prisioneros o dado muerte a todos sus componentes y a su vez han perdido cuatro. Es decir, un bando ha perdido cuatro, y el otro, quince: por tanto, 4 es igual a 15, es decir: 4x = 15y, de donde x:y = 15:4. Esta ecuación no nos da el valor de la incógnita, sino la relación entre dos incógnitas. Si la aplicamos a las diversas unidades históricas tomadas aisladamente —batallas, campañas, períodos de guerras—, obtendremos series de números en las cuales deben existir leyes que pueden ser descubiertas.
La regla táctica, según la cual se debe actuar con las masas para el ataque y en orden disperso para la retirada, confirma, sin querer, la verdad de que la fuerza de un ejército depende de su moral. Para llevar a unos hombres bajo las balas se necesita mayor disciplina que para defenderse de un ataque, disciplina que siempre es el resultado de un movimiento de masas. Pero esta norma, en la que no se toma en cuenta la moral del ejército, resulta casi siempre falsa, y contradice sobre todo la realidad cuando la moral del ejército está en alza o en depresión, como ocurre en todas las guerras nacionales.
Al retirarse los franceses en 1812, aunque, de acuerdo con la táctica, habrían debido defenderse en grupos dispersos, se apretaron en masas compactas siguiendo las reglas de la táctica, porque la moral del ejército era tan baja que sólo la masa podía sostenerlos. Por el contrario, los rusos, según la misma norma, habrían debido atacar en masa, cuando en realidad se dispersaron, porque su moral era tan alta que los individuos aislados no necesitaban órdenes para batir a los franceses ni tenían que ser obligados para exponerse al sufrimiento y al peligro.