I
La razón humana no puede comprender el conjunto de las causas que originan cada fenómeno, pero la necesidad de conocerlas es inherente a la naturaleza del hombre. Y la razón humana, sin ahondar en la infinitud y complejidad de las condiciones del fenómeno, cada una de las cuales, por separado, puede concebirse como causa del mismo, se acoge a la primera semejanza, que suele ser la más inteligible, y dice: ésta es la causa.
En los acontecimientos históricos (en los cuales el objeto de observación son los actos humanos) es la voluntad de los dioses la que se presenta como causa primera; y después la voluntad de los hombres que ocupan un lugar relevante en la historia, a los que llamamos héroes. Pero basta con ahondar en cada acontecimiento histórico —es decir, en la actuación de toda la masa humana que participa en él— para convencerse de que la voluntad de los héroes, lejos de dirigir las acciones de la masa, es casi siempre dirigida. Podría parecer que no tiene valor alguno comprender el significado de los acontecimientos históricos de una u otra manera; pero entre quien afirma que los pueblos de Occidente avanzan hacia Oriente porque así lo quiso Napoleón y el que sostiene que semejante suceso ocurrió porque así debía suceder hay la misma diferencia que entre quienes afirmaban que la Tierra permanece inmóvil y todos los planetas giran en derredor de ella y los que decían que no saben en qué se apoya la Tierra pero saben que existen leyes que rigen sus movimientos y los de los demás astros.
No existen ni pueden existir causas de un acontecimiento histórico, excepto la causa única de todas ellas; pero existen leyes que gobiernan los acontecimientos, unas desconocidas y otras cuyo sentido empezamos a comprender.
El descubrimiento de esas leyes sólo es posible si renunciamos por completo a buscar las causas en la voluntad de un solo hombre, igual que el descubrimiento de las leyes que rigen el movimiento de los planetas no fue posible hasta que los hombres renunciaron a la idea de la inmovilidad de la Tierra.
Después de la batalla de Borodinó, de la ocupación de Moscú por el enemigo y el incendio de la ciudad, los historiadores consideran que el episodio fundamental de la guerra de 1812 fue el paso del ejército ruso del camino de Riazán al de Kaluga, y desde allí al campo de Tarútino, denominado como la marcha oblicua de Krasnia Pajrá. Los historiadores atribuyen la gloria de este hecho genial a diversos personajes y discuten a quién corresponde el mérito en realidad. También los historiadores extranjeros, hasta los mismos franceses, reconocen el genio de los jefes militares rusos cuando hablan de esta marcha. Pero, ¿por qué todos los escritores dedicados a estos temas, y con ellos los demás, admiten que esa marcha fue una iniciativa genial y profunda de una sola persona, que salvó a Rusia y perdió a Napoleón? Es muy difícil entenderlo. Ante todo, es difícil comprender en qué consiste la genialidad y profundidad de ese movimiento, pues no se precisa gran esfuerzo intelectual para darse cuenta de que la mejor posición de un ejército (cuando no se lo ataca) es la que está más próxima a los aprovisionamientos. Y cualquiera, hasta un niño de trece años, no demasiado inteligente, comprendería fácilmente que en 1812 la posición más ventajosa del ejército, después de la retirada de Moscú, estaba en el camino de Kaluga. Por tanto, no puede comprenderse, en primer lugar, qué razonamientos han llevado a los historiadores a ver la profunda genialidad en esta maniobra. Segundo, todavía resulta más difícil comprender cómo los historiadores ven en ella la salvación de los rusos y la derrota de los franceses, puesto que semejante marcha, realizada en las circunstancias que la precedieron, coincidieron, y prosiguieron, pudo haber sido tan peligrosa para el ejército ruso como providencial para el francés. Y si, a partir de ese movimiento, la suerte de los rusos comienza a mejorar, de ningún modo cabe deducir que ese movimiento fuera la causa.
Esa marcha de flanco, lejos de ofrecer ventajas, pudo causar la perdición de todo el ejército ruso y la salvación del ejército francés si no hubieran concurrido otras circunstancias. ¿Qué habría ocurrido sin el incendio de Moscú? ¿Qué, si Murat no hubiese perdido de vista a los rusos? ¿Qué, si Napoleón no hubiera permanecido inactivo? ¿O si, en Krasnia Pajrá, el ejército ruso, siguiendo el consejo de Bennigsen y Barclay, hubiese presentado batalla? ¿Y si los franceses hubieran atacado a los rusos cuando éstos retrocedían más allá de Pajrá? ¿Y si Bonaparte, acercándose a Tarútino, hubiese atacado a los rusos aunque sólo fuera con la décima parte de la energía que desplegó en Smolensk? ¿Y si los franceses se hubieran dirigido a San Petersburgo?… En todos estos casos, el éxito de la marcha oblicua habría podido convertirse en un desastre.
En tercer lugar, lo que menos se comprende es que los hombres que estudian la historia no quieran ver, intencionadamente, que no puede atribuirse a una sola persona dicha maniobra, que nadie había previsto jamás, y que ella —igual que el retroceso en Fili— de hecho no fue concebida en su conjunto por nadie, sino realizada paso a paso, uno después de otro, minuto por minuto, desarrollada a lo largo de una incalculable serie de las más distintas circunstancias; y sólo cuando se realizó en toda su integridad se convirtió en un hecho pretérito.
En el consejo de Fili, la idea dominante de los jefes rusos era, como algo que se sobrentendía, la retirada hacia atrás en línea recta, es decir, por el camino de Nizhni-Nóvgorod. Prueba de ello es la mayoría de votos que esa idea obtuvo en el consejo y la conocida conversación, después del consejo, entre el general en jefe y Lanski, jefe de los servicios de intendencia. En su informe al Serenísimo, Lanski comunicó que los aprovisionamientos del ejército se habían acumulado sobre todo a lo largo del Oka, en las provincias de Tula y Kazán, y que, en el caso de retirada hacia Nizhni-Nóvgorod las reservas de víveres quedarían separadas del ejército por el ancho caudal del río Oka, por el cual, sobre todo a principios de invierno, el transporte resulta imposible. Ése fue el primer indicio de la necesidad de apartarse de la línea recta, que antes parecía la mejor hacia Nizhni-Nóvgorod. El ejército se orientó hacia el sur, por el camino de Riazán, buscando la proximidad a las reservas de provisiones. Más tarde, la inactividad de los franceses, que llegaron a perder de vista al ejército ruso, la preocupación por defender la fábrica de Tula y, sobre todo, la ventaja de mantenerse cerca del avituallamiento obligaron al ejército a descender aún más al sur, al camino de Tula. Después de haber pasado, en un desesperado movimiento, desde Pajrá al camino de Tula, los jefes del ejército ruso pensaron detenerse en Podolsk y nadie imaginó tomar posiciones en Tarútino, pero un número infinito de circunstancias y la aparición de los franceses, que antes habían perdido de vista a los rusos, los planes de batalla y, sobre todo, la abundancia de provisiones en Kaluga obligaron al ejército ruso a desviarse más al sur y pasar al centro de sus vías de aprovisionamiento, del camino de Tula al de Kaluga, hacia Tarútino.
Así como no es posible contestar a la pregunta de cuándo fue abandonado Moscú, nadie puede saber en qué momento preciso y por quién se decidió pasar a Tarútino. Sólo cuando llegó el ejército a Tarútino, debido a las incontables diferencias numéricas, la gente empezó a creer que era lo que deseaba desde mucho tiempo antes.