XXVIII
Pierre, que había decidido ocultar su título y su conocimiento del francés hasta la realización de sus propósitos, se quedó en la puerta semiabierta del despacho, dispuesto a esconderse en cuanto entraran los franceses. Pero los franceses entraron y Pierre no se separó de la puerta, donde lo retenía una curiosidad invencible.
Eran dos. Un oficial, hombre alto, de marcial aspecto y bien parecido, y otro que sería soldado o asistente, pequeño, delgado y moreno, de mejillas hundidas y aspecto estúpido. El oficial, que cojeaba, iba delante apoyado en un bastón. Dio unos pasos y, como diciéndose que aquel alojamiento le parecía bien, se detuvo, se volvió a los soldados que estaban aún junto a la puerta y en voz alta y autoritaria ordenó que hicieran entrar los caballos. Hecho esto, se atusó los bigotes y se llevó la mano al gorro.
—Bonjour, la compagnie!— dijo alegremente, mirando en derredor.
Nadie le contestó.
—Vous êtes le bourgeois?[487]— preguntó el oficial a Guerasim, quien, asustado, lo miró con gesto interrogativo.
—Quartier, quartier, logement!— dijo el oficial con una sonrisa bondadosa e indulgente, sin dejar de mirar al hombrecillo. —Les Français sont de bons enfants, que diable! Voyons! Ne nous fâchons pas, mon vieux— añadió.[488]
Y dio unas palmadas en la espalda del silencioso y asustado Guerasim.
—Ah! ça! Dites donc, on ne parle pas français dans cette boutique?[489]
Sus ojos se encontraron con los de Pierre, que se apartó de la puerta.
El oficial se volvió de nuevo a Guerasim y exigió que le enseñara las habitaciones de la casa.
—El señor no estar… yo no entender… yo vuestra…— dijo Guerasim, tratando de deformar sus propias palabras para hacerlas más comprensibles.
El oficial francés, sonriendo, agitó los brazos ante las narices de Guerasim, haciéndole ver que tampoco él lo entendía, y se dirigió hacia la puerta junto a la que estaba Pierre, quien quiso retirarse, esconderse, pero en aquel instante vio en la puerta de la cocina a Makar Alexéievich con la pistola en la mano.
Con la astucia propia de un loco, Makar Alexéievich miró al francés. Después levantó la pistola y apuntó.
—¡Al abordaje!— gritó, tratando de encontrar el gatillo.
El oficial francés se volvió al grito y en aquel instante Pierre se echó sobre el borracho, consiguió coger la pistola y tirarla al mismo tiempo que Makar Alexéievich apretaba el gatillo; sonó atronador el disparo y todo se llenó de humo y olor a pólvora. El francés palideció y se echó hacia atrás, hacia la puerta.
Cuando Pierre hubo arrancado la pistola al loco, olvidando sus propósitos de no revelar sus conocimientos de la lengua francesa, corrió hacia el oficial.
—Vous n’êtes pas blessé?[490]— le preguntó en francés.
—Je crois que non— respondió el oficial, palpándose, —mais je l’ai manqué belle cette fois-ci— añadió sonriente, mirando el impacto en la pared, y después volvió el rostro severo hacia Pierre: —Quel est cet homme?[491]
—Ah! je suis vraiment au désespoir de ce qui vient d’arriver— dijo Pierre, olvidando del todo su papel. —C’est un fou, un malheureux qui ne savait pas ce qu’il faisait.[492]
El oficial se acercó a Makar Alexéievich y lo agarró por el cuello. Makar Alexéievich, aflojando la boca como si fuera a dormirse, se tambaleaba, apoyándose en la pared.
—Brigand, tu me le payeras!— dijo el francés, soltándolo. —Nous autres, nous sommes cléments après la victoire, mais nous ne pardonnons pas aux traîtres[493]— concluyó con cara sombría y solemne y un gesto bello y enérgico.
Pierre procuraba convencer al oficial de que no castigara a un borracho loco. El francés lo oía en silencio, sin abandonar su gesto sombrío. Después, con una sonrisa, miró a Pierre y permaneció callado durante unos segundos. Su arrogante rostro adquirió una expresión trágica y tierna; le tendió la mano y dijo:
—Vous m’avez sauvé la vie! Vous êtes Français.[494]
Para un francés esa conclusión era obligada. Sólo un francés podía llevar a cabo un acto generoso y grande; y salvar la vida de M. Ramballe, capitaine de 13e léger, era sin duda el acto más grande y generoso.
Pero por muy indudable que fuera tal conjetura en que se basaba la convicción del oficial, Pierre creyó necesario desengañarlo.
—Je suis Russe— dijo, rápidamente.
—Bah, bah! à d’autres!— dijo el francés, sonriendo y moviendo un dedo bajo la nariz. —Tout à l’heure, vous allez me conter tout ça. Charmé de rencontrer un compatriote. Et bien, qu’allons-nous faire de cet homme?— agregó.[495]
Hablaba a Pierre como si fuera un compatriota. Y aun cuando Pierre no fuera francés, una vez bautizado con ese título, el más grande del mundo, no podía renunciar a él. Así lo decían el rostro y la voz del oficial.
Contestando a la última pregunta, Pierre explicó de nuevo quién era Makar Alexéievich; contó al oficial que, momentos antes de su llegada, el borracho se había apoderado de la pistola cargada y no habían conseguido arrebatársela. Terminó rogándole que no lo castigara.
El francés abombó el pecho e hizo con la mano un gesto digno de un rey.
—Vous m’avez sauvé la vie! Vous êtes Français. Vous me demandez sa grâce? Je vous l’accorde. Qu’on emmène cet homme![496]— dijo rápido y enérgico. Tomó por el brazo a Pierre, ascendido a francés por haberle salvado la vida, y entró con él en la habitación.
Los soldados que se habían quedado en el patio entraron en el zaguán al oír el disparo; preguntaron qué había sucedido y se mostraban dispuestos a castigar a los culpables. Pero el oficial los contuvo severo.
—On vous demandera quand on aura besoin de vous[497]— les dijo.
Los soldados salieron; el asistente, que había tenido tiempo de echar una ojeada por la cocina, se acercó al oficial:
—Capitaine, ils ont de la soupe et du gigot de mouton dans la cuisine. Faut-il vous l’apporter?[498]
—Oui, et le vin[499]— dijo el capitán.