XXVIII

Muchos historiadores aseguran que la batalla de Borodinó no fue ganada por los franceses porque Napoleón sufría un resfriado y, de no haberlo tenido, sus órdenes, antes del encuentro y durante la acción militar, habrían sido aún más geniales y los rusos habrían desaparecido et la face du monde eût été changée.[418] Para los historiadores que creen y admiten que Rusia se ha formado por la voluntad de un solo hombre, Pedro el Grande, y Francia se transformó de República en Imperio y los ejércitos franceses marcharon contra Rusia por voluntad de un solo hombre, Napoleón, afirmar que Rusia conservó su potencia porque el día 26 Napoleón sufría un fuerte resfriado resulta muy lógico y consecuente.

Si dependía de la voluntad de Napoleón presentar o no batalla en Borodinó, si de él dependía hacer esto o lo otro, es evidente que el resfriado, que influía en la manifestación de su voluntad, pudo haber sido la causa de la salvación de Rusia y, por consiguiente, el ayuda de cámara que el día 24 olvidó dar a Napoleón las botas impermeables fue el salvador de Rusia. Razonando así, esta conclusión es tan indiscutible como la de Voltaire cuando dijo bromeando (sin saber él mismo de qué se reía) que la noche de San Bartolomé fue debida a una indigestión de Carlos IX.

Mas para quienes no admiten que Rusia se haya formado por la voluntad de un solo hombre, Pedro I, ni que el Imperio francés y la guerra contra Rusia se debieran a la voluntad de un solo hombre, Napoleón, semejante razonamiento, además de inexacto e ilógico, es contrario a todo espíritu humano. Si nos preguntamos cuál es la causa de los acontecimientos históricos podemos decir en respuesta que su curso está predestinado, porque depende de la coincidencia de todas las arbitrariedades humanas, de los hombres que participan en ellos, y que la influencia de Napoleón sobre el desarrollo de tales hechos no es más que externa y ficticia.

A primera vista la suposición —por extraña que pueda parecer— de que la noche de San Bartolomé, ordenada por Carlos IX, no fue un acto de su voluntad, que tan sólo le pareció haberlo ordenado y que la batalla de Borodinó, que costó la vida a ochenta mil hombres, no se debió a la voluntad de Napoleón (a pesar de que él había dado la orden de comenzar la batalla y vigilaba su curso), que tan sólo se figuraba que era él quien había dado la orden; por extraña que parezca tal suposición, la dignidad humana (que me dice que cualquier ser humano, si no superior, al menos no es inferior al gran Napoleón) obliga a admitir esta solución del problema, confirmada profusamente por investigaciones históricas.

En la batalla de Borodinó Napoleón no disparó contra nadie, ni mató a nadie; fueron sus soldados quienes lo hicieron. No era él, pues, quien mataba a los hombres.

Los soldados del ejército francés fueron a matar soldados rusos en la batalla de Borodinó no por orden de Napoleón, sino porque ése era su propio deseo. Todo aquel ejército —franceses, italianos, alemanes, polacos—, hambriento y andrajoso, debilitadas hasta el extremo sus fuerzas por las marchas, sentía, frente al ejército que le impedía el paso hacia Moscú, que le vin était tiré et qu’il fallait le boire.[419] Si en aquel momento Napoleón les hubiera prohibido luchar contra los rusos, lo habrían matado y habrían ido a combatir contra los rusos, porque hacerlo era una necesidad para ellos.

Cuando escucharan la orden de Napoleón, quien para consolarlos de sus heridas y de la muerte les recordaba lo que la posteridad diría de quien estuvo en la batalla de Moscú, todos gritarían: Vive l’Empereur!, como lo habían hecho ante el retrato del niño que perforaba el mundo con un bastoncito y como habrían gritado Vive l’Empereur! ante cualquier insensatez que se les dijera.

Ya no les quedaba más recurso que gritar Vive l’Empereur! y luchar para encontrar en Moscú el alimento y el descanso de los vencedores. Por tanto, no fue la orden de Napoleón el motivo de que mataran a sus semejantes.

Tampoco fue Napoleón quien dirigió la marcha de la batalla, ya que ninguna de sus órdenes se cumplió y durante la batalla no supo lo que sucedía delante de él. Por consiguiente, el hecho de que los hombres se mataran unos a otros no ocurrió por voluntad de Napoleón, sino por causas independientes de él; por la voluntad de cientos de miles de hombres que tomaban parte en una obra común. A Napoleón sólo le parecía que todo aquello se realizaba por su voluntad; y por esta causa el problema de si estaba o no resfriado no ofrece para la historia más interés que el resfriado del último soldado de intendencia.

El 26 de agosto el resfriado de Napoleón tenía menos importancia que nunca, y las afirmaciones de los historiadores de que eso había influido en las disposiciones dadas (no tan buenas como las precedentes) y en las órdenes dictadas durante la batalla (peores que las de otras veces) carecen en absoluto de fundamento.

La citada orden de operaciones no era peor —más bien era mejor— que todas las anteriores gracias a las cuales venció en otras batallas. Las imaginarias órdenes dadas durante la batalla no eran peores que las antiguas: eran las mismas de siempre. Pero han parecido peores porque la batalla de Borodinó fue la primera que no ganó Napoleón. Las más excelentes y sagaces disposiciones parecen muy malas y todo militar enterado las criticará con aire de suficiencia cuando con ellas no se gana una batalla; en cambio las órdenes más mediocres parecen excelentes y los hombres más serios consagran volúmenes y más volúmenes para demostrar las excelencias de órdenes pésimas cuando con ellas se consigue la victoria.

La orden de operaciones redactada por Weyrother para la batalla de Austerlitz fue un modelo de perfección en su género; sin embargo, todos la han condenado por exceso de perfección, por la superabundancia de detalles.

En la batalla de Borodinó, Napoleón desempeñó su papel de representante del poder tan bien o mejor que en otras batallas. No hizo nada perjudicial para el desarrollo de la acción, se atuvo a opiniones más razonables, no se embrolló ni se contradijo, no se asustó ni abandonó el campo de batalla; gracias a su tacto y buena experiencia, cumplió tranquila y dignamente su papel de jefe imaginario.

Guerra y paz
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