II

Media hora. Tenía media hora antes de que Dean, Doyle, Williams y los demás entraran sin piedad alguna.

Intuía que tenían que estar en el piso superior. La inquietud se había ido transformando en miedo según iba recorriendo, intentando pasar desapercibida, los salones. Resultó más sencillo de lo esperado. Las parejas, acarameladas, a nadie atendían y se abstuvo de acercarse a los hombres que se dedicaban a observar, a jugar a naipes o simplemente a conversar. Sentía repentinamente sobre su cuerpo miradas curiosas, pero no se detenía sino que aceleraba algo el paso hasta que la inquietante sensación desaparecía.

¿Dónde estaban todos? También le sorprendió el escaso número de mujeres entreteniendo a los hombres, o la ausencia de matones destinados a vigilar o controlar a los bebidos.

En algún lugar debían estar...

Únicamente había una pareja en la escalinata por lo que reuniendo fuerzas de flaqueza se aferró a la baranda y comenzó a ascender lentamente, haciendo crujir alguno de los escalones. Mientras subía fijó la mirada en las diferentes puertas colocadas a ambos lados y a lo largo de un pasillo en cuyo fondo se apreciaba una doble puerta cerrada.

Su instinto le decía que esa era la habitación de los Saxton. Sopesó sus limitadas posibilidades cuando una de las puertas cercanas a la del fondo se abrió quedando entreabierta por unos segundos para dejar paso a continuación a una hermosa mujer que lanzaba una cruel risa y decía a alguien ubicado en el interior que no hicieran demasiado destrozo en esa cara, que era demasiado bonito.

Se le helaron las manos y el corazón le dio un vuelco. Quedó paralizada esperando en cualquier momento que le dieran el alto, pero la mujer se encaminó por uno de los lados, sin apenas prestar atención a lo que la rodeaba.

Habían decidido por ella cómo actuar. Se llevó la mano al pecho y sintió la daga. La iba a necesitar. Ascendió los últimos escalones y recorrió el tenue pasillo hasta situarse frente a la puerta.

No lo pensó dos veces.

Llamó repetidas veces con los nudillos y habló.

Chicos, me manda la jefa.

Nadie contestó.

¿Chicos?

Dio resultado. Un hombre con aspecto desarreglado, en mangas de camisa, arremangadas hasta medio brazo y sofocado, entreabrió la puerta. En cuanto posó sus porcinos ojos en ella, sonrió mostrando los irregulares dientes.

Vaya, vaya, linda, ¿eres nueva?

No, pero hace poco me pasaron de una de las casa de Bath.

Eso pareció sorprenderle pero no podía saber si era o no cierto.

¿Qué quieres?

Dios santo, esperaba que los potentes latidos de su corazón no se escucharan. Parecía pronto a estallar. Sonrió dulcemente y encogió uno de sus hombros atrayendo la mirada del hombre hacia su generoso escote.

Me mandan a verificar si el hombre que tenéis es el que ella desea y si así fuera para que lo preparéis ya que no tardarán en salir de la casa. Con todo el jaleo que se ha organizado no quieren esperar demasiado.

El hombre gruñó murmurando entre dientes algo de cobardes ricachones pero abrió la habitación, dejándole paso.

Poco le faltó para echarse a llorar. La figura atada a la silla en medio de la habitación era su Jared, su destrozado Jared. Desnudo de cintura para arriba, le habían golpeado por todo el torso y mostraba superficiales cortes diseminados a lo ancho y largo del mismo.

Sintió bullir en su interior un odio inconmensurable hacia los dos hombres que sonreían con placer a la espera de su reacción.

Es duro el cabrón, muy duro. Un niño bonito con pellejo de boxeador. Divertido de romper.

Su sangre hirvió. Nadie, nadie maltrataría más a su hermano. Recorrió con la mirada, sutilmente, la estancia hasta dar con aquello que le serviría. El hombre que le había abierto seguía junto a la puerta, el otro más bajo y delgado, tras la silla con el puño derecho enredado en el hermoso cabello de su hermano, sonriendo como si disfrutara.

No podía verle la preciosa cara ya que la tenía caída, la barbilla contra el pecho y los sueltos mechones se la cubrían por completo.

Por su mente pasó la escena, fluida, sin descanso, y supo, con una frialdad apabullante, que no saldría de ese cuarto sin su hermano. Se adelantó tres pasos hasta que le paró la asquerosa manaza en su hombro. Se giró y le miró directamente con una sonrisa seductora.

Debo asegurarme, guapo. Después si quieres podríamos divertirnos.

Los pequeños ojillos, ambiciosos, brillaron.

Miedo.

No quería alzar esa cara que conocía como si fuera la suya, pero no dudó en hacerlo. Asió la fuerte mandíbula y respiró. No se habían centrado en la cara salvo algún golpe suelto. Los odió con toda su alma.

Es demasiado guapo y si lo destrozamos, valdrá la mitad.

Eso desató su infierno interior. Un infierno que desconocía poseer. Pasó en diez segundos, no más. En medio de una nube pero a gran velocidad.

Lo que quedó claro es que les pilló desprevenidos su poco amenazador aspecto. Alcanzó la afilada daga y directa la clavó en el maldito brazo que sujetaba a su hermano, traspasándolo. Escuchó la exclamación de sorpresa del hombre a su espalda mientras el que tenía delante se agarraba el brazo herido. Aprovechó la vacilación para asir la bandeja con vasos que, a su alcance, estaba sobre una mesa. Su mano describió un círculo perfecto, veloz, y el borde del objeto golpeó en pleno rostro al hombre, cayendo este como un saco al suelo. No se dio apenas tiempo para pensar. Se abalanzó sobre el hombre que encogido sobre sí mismo, protegía su lastimado antebrazo, lanzando impresionantes maldiciones y dejó caer con todas sus fuerzas la bandeja sobre su cabeza.

El ruido, el crujido fue espeluznante pero no sintió lástima ni piedad. Por su hermano mataría de ser necesario.

Con la bandeja aun en una mano y la daga en la otra se echó a temblar y con una extraña lentitud dejó la ensangrentada bandeja sobre la mesa, sin apenas hacer ruido. Por extraño que resultara, eso la tranquilizó.

¿Mere?

Se giró hacia su amoroso hermano.

¿Mere?

Sí, cielo, soy yo.

¿Qué has hecho?

Lo que debía. Nadie te golpeará de nuevo, nadie.

Esos ojos verdes la miraban asombrados, pero no tenían tiempo. Debía ir en busca de los demás.

¿Puedes levantarte?

Sí, pero ayúdame.

Con la daga cortó las sogas que le mantenían cautivo y le costó, entre los temblores de sus malditas manos y el grueso de las cuerdas. Ayudó a que se levantara y alcanzó su camisa destrozada, tirada en el suelo.

Maldita sea, no valdría. Su mirada se dirigió rauda a una chaqueta de uno de los matones plegada con cuidado sobre el lecho. La cogió y volvió sobre sus pasos hasta su hermano y le ayudó a colocársela.

Necesito que bajes por la escalera y salgas de la casa.

No.

Jared, por favor. No estás en condiciones, te han molido a palos. En la calle, a un par de manzanas a la izquierda están Dean, Doyle y los demás, esperando media hora a lo sumo para entrar en tromba, o aguardando a que alguien salga para avisar de lo que ocurre. Yo puedo pasar por puta como he hecho hasta ahora e intentar localizar a los demás. Por favor, hermano, por favor. Necesito que me ayudes, no que me discutas.

Sabía que la ansiedad, el temor y la inmensa necesidad de encontrar a su marido, a Thomas y a los demás, se reflejaba en su postura, en su mirada.

Su hermano la escuchaba atentamente y asintió.

Mere terminó de abotonar la chaqueta que ahora cubría ese amplio pecho y le envolvió la cintura con los brazos. Jared gruñó del dolor pero también apretó, mucho. Sintió un beso en su coronilla.

Ten cuidado, Mere.

Sabes que lo tendré, pero haré lo que sea necesario.

Lo sé. No tardaremos así que estate preparada.

¿Sabes dónde están los demás?

No, pero estaban preparados y hemos caído en una trampa bien orquestada. Las mujeres nos han drogado, por lo que imagino que a Thomas, Peter y Rob les habrá ocurrido igual, pero desconozco dónde pueden estar. Tom seguía abajo cuando subí a una de las habitaciones y Peter y Rob no habían aparecido aun.

De acuerdo. Baja con cuidado, no hay apenas vigilancia. Imagino que porque todos os están custodiando o agazapados.

Mere lo dijo, dijo a su hermano lo que más le angustiaba.

Se llevaron a John.

¿Qué?

Vigilaba la parte trasera y cuando fueron Dean y Doyle en su busca ya no estaba.

¡Joder!

¿Llegaste a verle?

No. Pero no puede estar lejos, en alguna de estas malditas habitaciones se agachó y sacó un arma que tenía aferrada al tobillo y se la entregó está cargada y lista. No dudes, pequeña, no dudes cuando tengas que usarla.

No lo haré.

Amordazaron a los dos hombres con girones de la inservible camisa de Jared y con la soga que habían empleado para atarle y tras asegurarse de que el camino estaba despejado, se separaron tras cruzar las miradas, esperando verse de nuevo pronto.

Su hermano descendió las escaleras hasta que no pudo seguir su figura con la mirada a través de la rendija de la puerta. La abrió otro poco más, a tiempo de cerrarla casi completamente al escuchar el ruido de una pesada puerta al abrir, cerca, muy cerca del cuarto en el que se escondía. Apoyó la frente en la fresca madera y respiró hondo. Tenía que estar retenido en alguna de las habitaciones. Entreabrió de nuevo la puerta para ver salir de una de las habitaciones a una mujer, una impresionante mujer.

Ella... No podía ser otra.

Ella, tan hermosa como la mujer con la que la confundieron, aunque con unos años más de experiencia. Vestía de hombre, con la melena suelta y se regodeaba por algo. Se la veía tan satisfecha. Jamás en su vida había sentido tal odio hacia otra persona hasta ese momento. Un odio visceral, irracional y furibundo.

Se dirigía derecha y a paso ligero hacia la puerta del fondo del pasillo, donde su instinto le decía que estaban presos Peter y Rob. Lo sentía en las entrañas, pero antes debía encontrar a su hombre.

El matón que vigilaba el cuarto entró en el mismo, por lo que tras esperar unos segundos y cerciorarse de que la retorcida amante de Saxton ya no circulaba por el amplio pasillo, Mere abandonó la habitación.

Era su momento.

Amor entre acertijos
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