XIV

Había perdido la cuenta de las ocasiones en que se había soltado de la firme sujeción de la melenas, ocasionando la cólera de la Madame Pompis, y en la última, a punto había estado de interrumpir la mortalmente tediosa sesión. Con relamido gusto, la molesta adivinadora había explicado a las presentes que Mere distorsionaba con su negativa energía el conglomerado de corrientes espirituales existentes. Al parecer la esquivaban, según un chivatazo recibido, entre pausa y pausa, por un vaporoso ente, porque Mere tenía muy mal genio y los espantaba. Paparruchas.

Con esa fría y resbalosa mano sujeta a la suya, más pequeña, trataba de olvidar el daño que había causado, pero le estaba siendo prácticamente imposible. De vez en cuando le entraban náuseas y respiraba hondo, muy hondo para que desaparecieran.

Llamaron, no, invocaron a Merlin Haningham, pero debía estar de paseo por las avenidas celestiales o rehuía a su presente esposa. También lo intentaron con David Grey pero al parecer las fluctuaciones ¿adiposas? según la Madame, no permitían que se aparecieran, y así innumerables intentos hasta que la Madame de repente cayó agotada rebotando teatralmente sobre la mesa. Al fin.

Poco más hubiera aguantado con semejantes patochadas. Le faltó tiempo para soltarse del repulsivo amarre a su derecha, respirando con alivio. La madrastra de Julia no tardó en tomar la palabra.

Ay, queridas, una tristeza que no diera resultado pero estando presentes influencias negativas, poco se puede hacer.

La miraba acusadoramente ¡a ella! Prosiguió con su acalorada perorata hasta que la Madame declaró conclusa la sesión, levantándola a continuación.

Un nudo se le formó en el estómago en cuanto se dio cuenta de que había llegado el momento, el angustioso momento temido. Resultaba difícil calcular la hora, pero no se alejaría demasiado de la media noche. Hasta que no pasaran al hall de entrada no lo podrían verificar con un vistazo al reloj de pie ubicado contra una de las paredes.

Lentamente se acercaron hacia la puerta y la madrastra de Julia la abrió de par en par. ¡Casi medianoche! Dios santo, más de tres horas con las idioteces de la Madame. Su pecho comenzó a palpitar.

En el burdel estaría todo listo para atrapar a Saxton y a ellas les tocaba el turno de actuar.

No les defraudarían.

Ya estaban colocándose los abrigos las dos brujas y la melenas. Se aproximó sigilosa a esta última, intentando no llamar la atención de las restantes cotillas.

Señora Saxton, ¿podría tener unas breves palabras con usted?

La sorpresa inundó el bello rostro y una mueca de disgusto se aposentó en esos rojos labios.

¿Ahora? Tengo prisa.

Es importante. Si le parece, mientras nuestra anfitriona despide a la viuda Haningham y a la señorita Grey, podríamos hablar en la sala que acabamos de abandonar.

La duda brilló unos instantes en la tenebrosa mirada.

Está bien, pero un minuto. Como le he indicado, tengo mucha prisa.

Claro, para torturar a un indefenso joven. Bruja.

Se encaminaron hacia la sala, con Julia tras ellas, mientras Jules quedó en la entrada despidiendo a los loros y entreteniendo entre ella y la marquesa, a su madrastra.

Entraron en la vacía habitación y Selena Saxton quedó a la espera con las moldeadas cejas fruncidas, centrada su atención en ella. Julia también había pasado a la habitación y con sutileza había entornado la puerta hasta casi cerrarla.

Esa mirada la estaba congelando y no se le ocurría nada que decir.

Allá iba.

¿Por qué lo hacen?

Una repugnante comprensión llenó los pálidos ojos, y Mere supo que lo negaría.

No sé de qué habla.

Bruja insidiosa.

Julia seguía de pie, paralizada, hasta que lentamente se aproximó hacia la zona que ocupaban y habló, enfadada.

No nos haga perder el tiempo, Selena. Esta noche les van a atrapar a los dos y todo el repugnante negocio que han montado se irá al traste. Dígame una cosa, solo una. ¿No tiene ni una pizca de conciencia? ¿Cuántos muchachos han secuestrado para sus fines?

Selena Saxton escuchaba atentamente, con una expresión indefinible en el rostro, y sin previo aviso, comenzó a reír a carcajadas, desgarradoras carcajadas que reflejaban un espíritu roto. Simplemente roto, sin vida.

Mere se sobresaltó.

Ni en sus más irreales sueños hubiera imaginado semejante reacción. Una inquietante sospecha comenzó a abrirse paso en su mente, acrecentándose con las palabras pronunciadas a continuación por Selena Saxton.

No lo lograrán ¿saben? Son demasiado peligrosos, enfermos y crueles. Disfrutan con el dolor y viven para causarlo. Yo intenté..., intenté...

Dios santo. ¿Son?

Mere tragó saliva.

Son usted y Martin Saxton, su esposo. ¿Por qué diantre habla en tercera persona? Y su cabellera es rubia y hermosa y llamativa, solo puede ser usted.

Iba mal, algo iba tremendamente mal. Las manos comenzaron a sudarle y el corazón a galopar.

Selena Saxton las miró con enconada pena y algo de satisfacción.

No queridas, a quien se refieren con tanto interés no soy yo, sino la viciosa amante de mi repugnante marido. Su... bella y enferma madrastra, Celeste Saxton soltó otra espeluznante risilla, créanme, si ambos están juntos perderán la guerra. No juegan limpio, jamás lo harán y se llevarán por delante a todos aquellos que puedan; y lo más triste es que lo disfrutarán inmensamente.

La risa que lanzó al observar sus pasmados rostros era propia de alguien desequilibrado, dolido y, por extraño que pareciera, a la defensiva. La mirada perdida que mostraba las asustó, pero aun más lo hizo lo que dijo a continuación.

Bienvenidas al infierno de la familia Saxton.

¡Dios! Tan equivocados. Ella..., ella no era Selena Saxton, sino Celeste Saxton. Una demente sin controlar y de camino a su cita con su perverso amante. Eso si no se encontraba ya en el maldito burdel.

*****

Amor entre acertijos
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