II
Apenas comieron ya que los nervios no dejaban que nada pasara al estómago sin el acompañamiento inevitable de náuseas. Tras dejar el delicioso postre para otra ocasión, y acompañados de un depurador té, trataban de tranquilizar su inquietud de la mejor manera, pero nada daba resultado.
Con el cuerpo aun entumecido Rob y su padre se habían dirigido a su domicilio para mudarse de ropa y una vez aseados encaminarse a Scotland Yard. John había mandado una nota a la mansión Wright concretando la hora para reunirse en la entrada principal del edificio donde se asentaban las oficinas de la policía metropolitana. Peter había anunciado que iría directamente y les esperaría allí mismo. No había preguntado, ni pedido la opinión de su mejor amigo, ni había protestado al presenciar la mueca dolorida en el rostro de este, simplemente había callado y anunciado que se encontrarían en el lugar como si se tratara de un extraño comentando a otro que los caminos están embarrados y no conviene salir de casa sin ropa de abrigo.
Tan extraño...
Algo había ocurrido entre Rob y Peter...
Mere lo sentía en los huesos por la manera en que se esquivaban. Y durante el tiempo que duró el breve encuentro no intercambiaron ni una mirada, salvo cuando creían que el otro se centraba en dirección contraria. Entonces estas se tornaban duras a veces, otras tristes y las peores, llenas de un terrible anhelo. En dos hombres que raramente se distanciaban, resultaba intensamente chocante al ojo de aquel que les conocía y estaba al corriente de su actuar, de su rutina, de sus maneras, de la forma en que se miraban.
Suspiró. Ya arreglarían sus diferencias, siempre lo hacían, pero en esta ocasión presentía que la brecha surgida entre ambos era grave y difícil de cerrar. Esperaba equivocarse, deseaba equivocarse y si fuera necesario que el Club interviniera, no se les iban a caer los anillos por dar algún empujoncito en la dirección correcta. Es que, resultaba tan evidente que eran el uno para el otro, hasta el grandullón lo intuía.
Rábanos, ya estaba divagando y perdiéndose la mitad de la conversación.
Si no convencen al superintendente en unas horas no lo lograrán y tendremos que valernos por nosotros mismos.
¿Cuántos habéis conseguido infiltraros en el burdel?
La inapropiada pregunta del millón de libras.
Dentro estaremos Guang, Thomas y yo la respuesta llegó del menos esperado, de Jared.
El resople despectivo que surgió del extremo contrario al lugar donde se sentaba este último, de la persona que rara vez intervenía o protestaba o metía baza, casi erizó el siempre alborotado e indomable rojizo cabello de su hermano, quien saltó enfurecido en cuanto el sonido llegó a sus oídos.
¿Algo que decir, querida Jules?
No el sarcasmo por ambas partes rebotaba contra las paredes, llenando la habitación.
Mejor.
Aunque, pensándolo bien, es lógico.
Mere pensó que su hermano no iba a picar, pero también supo, en cuanto frunció el ceño, que caería de cabeza en la trampa, molesto con la personilla que se atrevía a llamarle la atención ante terceros.
Su ira casi se mascaba.
¿Qué es lógico?
Que seas tú.
Intuía que debía parar el enfrentamiento, pero, madre mía, echaban chispas los dos. Sentados al mismo lado de la mesa con los cuerpos de Julia, Thomas y la abuela de por medio, inclinados sus torsos hacía delante para evitar obstáculos en sus encendidas miradas, en parte daban miedo, y en parte era tremendamente morboso y... entretenido. Sumamente entretenido.
Totalmente lógico, los hombres fondones deben ejercitarse, ya sabéis, para luchar contra la flacidez, sobre todo tan jóvenes.
La sonrisilla en el rostro de duendecillo de Jules indicaba bien a las claras que lo que lo decía con toda la intención del mundo y como una flecha bien apuntada, enfilada hacía el hombretón cuyo rostro comenzaba a recalentarse.
Lo que nadie esperaba fue lo que ocurrió.
La silla cayó hacia atrás rebotando el respaldo en el suelo y el chillido que surgió de la afinada garganta de Jules, casi, casi resquebrajó los cristales. Todos, absolutamente todos, tenían los ojos casi fuera de sus cuencas al presenciar la portentosa carga de Jared hacia la provocadora Jules, como un toro embravecido, y la escapada de esta por los pelos, esquivando su arranque. Trató de ponerle la zancadilla en una maniobra que ni los más experimentados ladronzuelos hubieran hecho mejor para escapar de la policía. Y lo hubiera logrado de no ser porque los agentes de la policía ni por asomo disfrutaban del equilibrio del que gozaba su enfurecido hermano, ni de su momentánea fijación en atrapar su objetivo. Tras un suave trastabilleo Jared recobró el rumbo hacia su muy desesperada, aterrada y a todas luces muy arrepentida víctima.
La alcanzó en un santiamén y entre forcejeos y elevadas protestas por parte de la liviana figura, jurando y perjurando que como no le soltara se iba a arrepentir el resto de su infantil y desaprovechada vida, la sentó quieta sobre su regazo, con las manos bien sujetas a su espalda.
¡Esto es un ultraje, so pepón!
Con la mano libre Jared le tapó la boca.
¿Vas a seguir gritando como una fiera o actuarás como una dama que, al parecer, no eres? Una dama de cuyo comportamiento evidentemente necesitas variadas e intensivas lecciones.
Mere habría jurado que Jules farfulló bajo la manaza que le impedía hablar un eres odioso y soy una gran dama, so fondón, pero también pudiera haber sido su exacerbada imaginación.
Desde luego eran el centro de atención, mientras se miraban fijamente retándose a ver quién daba el siguiente paso. Ninguno parecía dispuesto a ceder, por lo que, tras aquietarse una pizca la sorpresa causada con la repentina persecución, la abuela decidió mediar entre los dispares contrincantes. Se acercó a ellos y extendió con firmeza su elegante mano, provocando una mirada de extrema satisfacción en Jules y que Jared entrecerrara esos verdes ojos, resistiéndose a ceder ni una pulgada.
Hijo, la vas a tener que soltar tarde o temprano la abuela extendió más su mano.
Lo haré si promete comportarse, pero más tarde.
¡Jared!
Apretó los labios y la soltó mientras vocalizaba cuidadito, niña con sus labios.
Mere lanzó una floja risilla. Ni siquiera Cleopatra hubiera obtenido una retirada más digna que la lograda por Jules, hasta que se escondió tras la abuela y se aferró a su polisón, desesperada por tener que tragarse las palabras que seguro que estaban atascadas en su elegante cuello.
Las recriminaciones de la abuela, no se hicieron esperar.
Parecéis niños, estamos a horas de pasar por una situación extrema y os dedicáis a chincharos.
Dos manos se alzaron como pidiendo la venia para hablar.
¡No!, ni una palabra, ni una protesta y ni una pelea hasta que todo esto pase de largo. Después como si os pincháis hasta reventar. Ahora ni chistar.
Pero Allison, es que me...
¡Ni chistar!
Nadie se atrevió a soltar ni un murmullo. La abuela se enfadaba como mucho una vez al año y estas ocasiones eran épicas, así que todos decidieron no mentar al diablo.
¿Qué tenéis planeado para entretenerla?
Depende.
¿De qué?
De si hay que distraerla cuando termine la sesión y se estén marchando o si hay que hacerlo antes de que finalice todo el tinglado, ya que tendríamos que ser más sutiles al estar los loros delante.
¿Qué loros? la pregunta provino de Doyle quien aprovechando la distracción de su prometida, se iba situando cada vez más cerca de ella.
Las arrugadas y verrugosas cacatúas que insultan a Julia.
¿Qué?
El bote que dieron todos del susto ocasionado por el rugido, bien podría haber hundido el piso. Se quedaron mirando cautelosos al origen del apabullante ruido. Doyle.
Cacatúas, loros, ya sabes, parlotean e irritan sin límite contestó Julia al hombre que sin saber cómo se encontraba sentado a su vera. Vaya, tan sigiloso para lo grande que era.
¡Ya sé lo que es un loro!
Ah.
¿Te insultan?
El rostro de Julia se ofuscó y enrojeció.
A veces. Cuando visitan a mi madrastra me dicen... cosas.
¿Qué cosas?
Dios santo, el mayor de los Brandon comenzaba a dar miedo.
Pues cosas.
Ya. ¿Cuáles?
Eres insistente y odio a los hombres insistentes.
Eso da igual ahora, tú eres mi prometida.
¡Por el momento!
Mi prometida, y nadie, absolutamente nadie, te insultará.
Julia le miraba como si fuera un guiñol manejado por una enloquecida mano oculta, cada vez más cerca, inclinándose hacia él.
¿Qué demonios dicen?
Eh..., caballo percherón.
La sorpresa inundó la plateada mirada del mayor de los Brandon.
¿Por qué?
Julia exasperada alzó los brazos y tras dar una palmada a Doyle en el antebrazo para captar su atención, se señaló a sí misma, pero no había forma de que el hombre entendiera lo que intentaba dar a entender.
Oh, por Dios, soy grande y pesada y... ¡grande!
No para mí. Para mí eres pequeña.
Eso los dejó boquiabiertos y embrujados. Ni queriendo podría haber dicho algo más maravilloso y adecuado para la baja estima de la pelirroja mujer que, atontada, le miraba como si lo viera por primera vez, con ojos entornados.
Esos dos tenían futuro, pensó Mere.
Me presentarás a las cacatúas ordenó Doyle.
Ni en tus más dulces sueños, Doyle Brandon.
O puede que necesitaran limar algunas asperezas antes de gozar de un futuro maravilloso.
Necesito protegerte.
¿De qué?
De las cacatúas Doyle lo dijo con tal seriedad que Mere dudó si estaba tomando el pelo a la mujer que parecía pronta a explotar.
Julia se giró arrebolada, pidiendo ayuda a los demás.
¿Soy yo la única o me parece que esta conversación está degenerando hasta límites insospechados?
El gruñido acompañó a la siguiente pregunta.
¿Me llamas degenerado?
No puedo más se levantó disparada seguida de Doyle este hombre me exaspera.
Porque te atraigo y tuvo el descaro de lanzarle un guiño admítelo, futura esposa.
¡Qué no me llames así!
Cuando dejes de llamarme Doyle Brandon.
¡Es tu nombre!
Doooyleee, es mi nombre. Pero también puedes llamarme guapetón o futuro esposo.
Hasta la abuela soltó una infortunada e inoportuna risilla. Le resultaba imposible decidir cuál de los comportamientos en las dos parejas le divertía más y repentinamente vio reflejada en ellos su relación con John. La relación que mantenían antes de casarse, la chispa, la diversión, los tira y afloja, la tensión compartida.
Suspiró y sonrió mientras la riña entre Julia y Doyle continuaba. Si lograban sacar fuerzas de flaqueza y resistir, todos ellos, lo que estaban por enfrentar, vislumbraba un futuro la mar de ameno.
Lo que debían hacer frente, la suave sonrisa desapareció. Si lograban salir en pie.