III

Le iba a matar de placer si seguía con lo que estaba haciendo. Del beso más puñeteramente erótico de su vida había pasado a que el jodido cuerpo se le erizara y ya no digamos su pene. Le sentía a punto de reventar, dolorido contra los endemoniados botones y para colmo en cuanto intentaba mover sus manos para agarrar algo de esa carne que lo tenía atontado, las sigilosas manitas se lo impedían volviendo a colocar estas, una y otra y otra vez, encima de la ropa de cama.

¿Acaso no se daba cuenta de lo que estaba dejando libre, sin ataduras? Dios... ¿Qué le estaba haciendo ahora? La madre del...

Ese aliento caliente resbalando por su pecho, lamiendo los pezones hasta que no pudo hacer otra cosa que cubrir su propio pene con su mano y presionar algo, para centrarse en algo más que esa boca y esa endiablada lengua. Ahí..., por favor..., ¡diablos!

¡No llevaban ni un mes casados! y ya tocaba todos sus botones con maestría, de forma innata, desequilibrándolo totalmente hasta casi perder la cordura, como ahora. Sintió que introducía uno de esos dedos bajo la cintura del pantalón y con la otra trataba de envolver a través de la tela su inmenso pene, que sentía lleno a rebosar, ansioso por entrar en ese húmedo calor que lo enloquecía.

No podía aguantar más quieto, ni aunque su vida pendiera de ello.

Mere, amor, prepárate.

¿Eh? la mirada de su enana centelleaba, imaginaba que de forma semejante a la suya.

¡Dios! La amaba. Siempre la amó y siempre la amaría, la necesitaba como la sangre en sus venas. No dejó, en esta ocasión, que parara el movimiento de sus manos. Envolvió con una la exquisita y ovalada mandíbula y dirigió la otra a la bragueta del pantalón. Llegaría como mucho a desabrocharlo, pero no a quitárselo, no en la condición en que ella le había puesto.

Demonios, pensó, como cualquier descontrolado adolescente. Eso era lo que le hacía su mujer, lo perdía en tal burbuja de sentimientos y sensaciones que le superaban. Placer, amor, pasión. No los distinguía, solo sentía por ella.

Mientras peleaba con la bragueta le devolvió el beso, con creces, hasta que ella solo gemía, esos gemidos que le mareaban.

La sensación al liberar su miembro fue exquisita y dolorosa, por saber que podría hundirse en ese calor y por la necesidad de hacerlo de inmediato. Soltó su mentón y con un veloz giro la colocó de espaldas a la cama y se ubicó entre esos dulces muslos, bien abiertos para él, ¡cómo le enloquecía! Pero antes se acercó a los turgentes pechos, tan llenos. Los lamió, los mordió, no sabía lo que hacía, respondía solamente a lo que le pedía el cuerpo haciendo que la menuda figura que aprisionaba contra el colchón se retorciera, gritara y pidiera tregua.

No se la podía dar. Imposible. Alzando esos voluptuosos muslos los colocó rodeando sus propias caderas, los talones de los pies apoyados contra sus glúteos, posicionó la ancha y resbaladiza punta en la hendidura hecha para él y entró hasta el fondo, de un golpe, sin avisar, sin preliminares. No podía aguantar.

Durante un par de respiraciones no se movió, intentando controlarse, dentro hasta la base, sabiendo que si ella se contraía estaba irremediablemente perdido; y quizá su torbellino lo entendió porque sintió la presión constante y no repentina sobre su pene. Gruñó. Tan estrecha, por Dios, la sentía tan estrecha. Salió un poco, lo suficiente para juguetear con las caderas. Penetró y salió, suave al principio, con movimientos más secos y violentos, en seguida.

Muévete, amor.

La cadencia del ritmo pasó de nuevo a ser suave, con golpes largos y profundos, tan profundos que ella se estremecía con cada choque de caderas. Mierda, sabía que llegaba hondo, ensanchando a la fuerza esas tiernas paredes, muy profundo, pero ella le envolvía entero haciendo que perdiera de vista absolutamente todo. Tan prieta.

Intentó mantener el ritmo, intercalándolo con impulsos repentinos y fuertes, pero hacía rato que se había dado cuenta que era una pelea perdida de antemano. Ella lograba lo que nadie había conseguido, que se dejara arrastrar por la pasión, el amor, por ella, simplemente ella.

Se movieron al unísono, gimieron a la vez, se devoraron el uno al otro, giraron en la medida en que así lo sentían, cálidos, sudados, estremeciéndose...

Y juntos estallaron, en brazos el uno del otro. Saciados.

Entre suspiros de inmenso placer, besando suavemente esos enrojecidos y jugosos labios y acariciando ese redondo trasero pensó que enseguida bajarían adonde les estaba esperando alguien, eso, alguien, que ahora no recordaba quien era.

Pero antes, sentía la urgencia de decir algo, algo que se iba abriendo paso en su relajada mente.

Te amo, mi enana.

Amor entre acertijos
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml
sec_0159.xhtml
sec_0160.xhtml
sec_0161.xhtml
sec_0162.xhtml
sec_0163.xhtml
sec_0164.xhtml
sec_0165.xhtml
sec_0166.xhtml
sec_0167.xhtml
sec_0168.xhtml
sec_0169.xhtml
sec_0170.xhtml
sec_0171.xhtml
sec_0172.xhtml
sec_0173.xhtml
sec_0174.xhtml
sec_0175.xhtml
sec_0176.xhtml
sec_0177.xhtml
sec_0178.xhtml
sec_0179.xhtml
sec_0180.xhtml
sec_0181.xhtml
sec_0182.xhtml
sec_0183.xhtml
sec_0184.xhtml
sec_0185.xhtml
sec_0186.xhtml
sec_0187.xhtml
sec_0188.xhtml
sec_0189.xhtml
sec_0190.xhtml
sec_0191.xhtml
sec_0192.xhtml
sec_0193.xhtml
sec_0194.xhtml
sec_0195.xhtml
sec_0196.xhtml
sec_0197.xhtml
sec_0198.xhtml
sec_0199.xhtml
sec_0200.xhtml
sec_0201.xhtml
sec_0202.xhtml
sec_0203.xhtml
sec_0204.xhtml
sec_0205.xhtml
sec_0206.xhtml
sec_0207.xhtml
sec_0208.xhtml
sec_0209.xhtml
sec_0210.xhtml
sec_0211.xhtml
sec_0212.xhtml
sec_0213.xhtml
sec_0214.xhtml
sec_0215.xhtml
sec_0216.xhtml
sec_0217.xhtml
sec_0218.xhtml
sec_0219.xhtml
sec_0220.xhtml
sec_0221.xhtml
sec_0222.xhtml
sec_0223.xhtml
sec_0224.xhtml
sec_0225.xhtml
sec_0226.xhtml
sec_0227.xhtml
sec_0228.xhtml
sec_0229.xhtml