III
Asomaron las cabezas para ver si los hombres seguían en la reunión y al ver que así era, decidieron que era el momento de acudir a revolver en las habitaciones para rescatar viejas telas o trajes de la época juvenil de John, bueno, de la infancia, si tenían en cuenta la altura que ya por aquel entonces exhibía el susodicho.
Mientras Jules entretenía a Rosie con preguntas insípidas sobre la mejor forma de batir huevos, si con tenedor o con espátula o todos al tiempo o vertiendo uno tras otro, Mere y Julia se escurrieron al piso superior.
¿Dónde guardan los trajes viejos? la inquietud se reflejaba en la voz de Julia.
No sé. Tan solo hace un par de semanas que vivo aquí.
Ya, pero has recorrido esta casa toda tu vida, así que ¡piensa!
¿En el ático?
Mere, no me gustan nada los áticos.
Ya sé, cariño, pero en esta ocasión vas a estar conmigo y llevaremos lumbre parecía el mundo al revés, la poderosa mujer encogida y la pequeña engrandecida ofreciendo un apoyo a quien debería apoyarla.
¿Y si se apaga? los ojos castaños de Julia se veían enormes en su delicada cara no puedo, Mere, no puedo quedarme a oscuras aunque esté contigo.
Vale. Haremos una cosa. Me esperarás en el rellano del piso inferior y así, si alguien se acerca, das la alarma. Silba ¿de acuerdo?
Ajá. ¡Espera!, no sé silbar, lo único que consigo es babear mucho.
Entonces, no sé, haz lo que quieras.
Puedo graznar.
Mere se quedó tensa dudando de si le estaba tomando el pelo.
Mi madrastra tiene un cuervo de mascota.
Esa señora es muy rara, Julia.
¡Ja!, dímelo a mí.
Vamos.
Ambas figuras se encaminaron con cautela hacia el piso superior, no demasiado iluminado, en cuyos pasillos colgaban innumerables cuadros paisajísticos, hermosos, de los que Mere no tenía conocimiento, como si estuvieran allí ocultos a la espera de enfrentarse a la mirada de visitantes despistados. Mientras subía los últimos peldaños, tras dejar atrás a Julia haciendo ruiditos raros, ensayando un posible graznido, intentaba con gran esfuerzo mental, idear la mejor forma de llevar los pantalones hasta la sala donde esperaban las demás. ¿Funcionaría lo que estaba visionando su mente? Lo dudaba, pero le parecía el mejor medio de ocultar los ropajes. Quizá si el cotilla de su marido no la observaba con excesivo detenimiento o, a ser posible, si evitaba encontrarse con él...
Alcanzado su destino, el desván le pareció a Mere una isla del tesoro en plena ruidosa ciudad, con inmensos baúles agrietados repletos de recuerdos de la infancia de John, desconocidos para ella y quizá también para él. Parecía como si alguien, de forma metódica y con extremo cariño hubiera ido salvaguardando los recuerdos de una larga vida para desempolvarlos y rememorar. ¿Rosie quizá?
Le habría encantado curiosear hasta que el fino polvo invadiera su ansiosa y entrometida mente, pero sabía que le faltaba tiempo. En cuanto el gruñón saliera de su larga reunión iría en su busca y captura, por lo que para entonces ya tendría que haberse desvestido, calzado los ropajes y colocado encima su vestido. Vamos, un milagro.
Desesperada rebuscó en armarios y arcones a la velocidad que le permitían sus extremidades, hasta que al fin localizó las prendas. Ahora tocaba poner en marcha toda su inventiva y esfuerzo.