III
Para ser una mujer tan curiosa fue sorprendentemente fácil de distraer. No llegaron a escuchar lo que Julia le comentó, pero por la exclamación de alegría que lanzó la Madame y el subsiguiente histérico parloteo, debía concernir al mundo fantasmagórico. Mere bendijo la prodigiosa imaginación de su amiga y la obsesión por las otras dos mujeres con los seres transparentes de todo tipo.
Permanecieron inquietos en la oscura sala, escuchando la angustiada respiración de Selena Saxton, mientras Mere le asestaba pequeñas palmaditas en el hombro, sin resultado visible alguno. Gracias al cielo, Julia no tardó en volver.
Entró en el saloncito con rapidez y sorprendente quietud.
Es el momento. Yo no podré ir con vosotros ya que le extrañaría a mi madrastra y me esperan de vuelta con algo de comer.
¿Qué les dijiste? la pregunta provino de Doyle, curioso.
Que Lucrecia Borgia se había dedicado los últimos meses a observar sus sesiones, al creerlas sumamente interesantes, pero que el resto de su familia las consideraba demasiado convencionales y pomposas. Y que estaba dispuesta a darles una serie de consejillos en materia de seducción, empleándome de hilo conductor las bocas abiertas hablaban por sí solas. Ya lo sé, no hace falta que me miréis así. Me estoy achicharrando el cerebro para inventarme los supuestos consejos. Yo no sé de moda y ¡menos de seducción! ¿y por qué demonios su prometido la miraba con ojos tiernos si acababa de mentir como una bellaca? Apartó la mirada de esos ojos plateados a lo nuestro. Bridget está en la cocina despidiendo y pagando al personal contratado para esta noche, por lo que, ahora o nunca.
Abrió ligeramente la puerta y oteó por la despejada abertura.
Nadie.
Ahora.
Salió disparada, cruzando la entrada, y de un potente tirón abrió la puerta, echándose a un lado, dejando paso a los demás. El último en cruzar junto a ella fue Doyle y a punto estuvo de cerrarle la puerta en las narices, salvo que se giró como una tromba y plantó un sonoro beso en sus labios. Repentino y sin gesto alguno que diera lugar a poder prever su intención.
La volvía loca con su manía de besar a todas horas, ¡y a traición!