II

Por una vez en su vida se sentía en paz, no físicamente ya que le faltaba poco para estallar, sino mentalmente. Y el sexo, ¡por todos los diablos!, el sexo que estaban teniendo le estaba nublando la mente. Tan solo recordar la forma en que el torbellino lo había succionado con esos rosados labios, le volvía a poner nervioso. La sentía floja encima de él, relajada, suave, con esos muslos abiertos y esos pechos aplastados contra el suyo. Mirando de reojo decidió deslizarse, atrayéndola con él hasta la cabecera de la cama. Para lo que estaba por venir debían estar cómodos, pero antes necesitaba saborearla algo más. Tumbado como estaba la siguió besando y sus manos instintivamente se dirigieron a ese trasero suyo tan redondo, hecho para acariciar. Dios, tan blando, redondeado y suave.

Por mucho que lo intentara, no podía aguantar más. Con un brusco movimiento los hizo girar, quedando Mere apoyada contra los almohadones. John retiró la presión de sus labios y comenzó el descenso por su cuerpo, tanteando de nuevo esos pechos hasta bajar a su cintura e introducir la lengua en su pequeño ombligo, mordiendo sus sabrosas caderas. Aunque tenía las piernas abiertas a ambos lados de su cintura, las entreabrió más, deslizando sus manos hasta los brillantes labios que guardaban su interior. Estaba húmeda por él... Con ambos pulgares separó los labios cercanos a su boca e inhaló la fragancia, ese olor dulzón que comenzaba a asociar con el hogar. Acercó la boca y lamió la entrada, una y otra vez hasta que sintió los muslos que rodeaban su hombros retorcerse y apretar. Retiró la boca y en su lugar introdujo los dedos de nuevo con fuerza, sin preliminares y su interior los absorbió como si estuviera hecho para ellos. Notaba su miembro dolorido, con un dolor sordo que le indicaba que era hora de penetrar ese calor húmedo. En ese momento recordó que aun tenía el pantalón por las caderas. Con desesperación lo empujó hacia abajo hasta que se le trabó en las rodillas. Le daba igual, no podía esperar.

Mere, ábreme las piernas la miró brevemente y observó su mirada vidriosa por él. Su pecho se constriñó.

¿Más?

Sí cariño, necesito entrar en ti y soy grande.

Con total confianza las abrió haciendo que esa sensación en el pecho se acrecentara. Manteniendo una de sus manos en su pubis, con la otra esparció por la extensión de su miembro, el fluido que ya había brotado con la excitación, agradeciéndolo ya que lo necesitaría para facilitar la entrada y empujó contra esta. ¡Diablos! estaba tan prieta que se resistió hasta que acompañó el siguiente empujón con el peso de las caderas y lo sintió. El mayor placer que había tenido en su puñetera vida, envuelto en ese calor sofocante, tan apretado que dolía y eso que apenas había avanzado en el interior.

Ay, Dios mío... susurró Mere y tensó levemente su interior.

¡No, no, cariño!, no me hagas eso. Relájate para dejarme entrar.

¿Todavía no has entrado?

Solo un poco más..., relájate.

No creo que pueda, es demasiado ancho y largo y lo noto inmenso y... por un momento se quedó quieta ¿No podrías encogerlo un poquito?

Por Dios, pensó John, no me hagas esto...

Cariño, como mucho y si seguimos así, lo único que va a hacer es agrandarse aun más.

¡Oh!

Pegó otro pequeño empellón y entró algo más.

¡Ay! Dios mío se miraron a los ojos con él en su vientre. Mere gimió Espera, no, sigue...

Salió algo de su interior e impulsó de nuevo con las caderas. Otro poco y estaría hundido del todo. Por todos los demonios, pero lo acogía entero pese a su tamaño. Intentaba estar quieto para que ella lo pudiera acomodar pero era un verdadero sufrimiento. No iba a poder evitarlo, tenía que empujar. Lo hizo arrancando de Mere un leve chillido. Quedó paralizado, tenso, esperando, aunque le fuera la vida en ello.

Por favor, por favor..., haz algo, lo que sea suplicó Mere.

Se deslizó hacia fuera dejando en el interior solo la punta y con un fuerte golpe lo introdujo hasta el fondo, hasta que su pelvis golpeó la de ella.

¡Dios! ¡Repítelo!, por favor, por favor...

No hizo falta que se lo pidiera de nuevo. El autocontrol voló por los aires y tras unas suaves embestidas para diluir el dolor, comenzó como un pistón a invadirla, a un ritmo que llegaba a doler. Ella era puro fuego, se retorcía, lo arañaba, lo mordía y le hacia perder la cabeza. Sabía que en su primera vez debía ser suave, pero no podía, su cuerpo simplemente no le dejaba ni le respondía. El calor que lo envolvía lo comprimía cada vez más, causándole un exquisito dolor, mayor, cada vez mayor, hasta que convulsionó a su alrededor impidiéndole casi moverse. Escuchó a Mere lanzar roncos chillidos y para acallarla le devoró la boca. Se corrió con ella mientras le envolvía en su interior, le apretaba y su boca le alimentaba. Tan caliente, tanto...

Pasaron unos segundos o minutos hasta que pudieron respirar con algo de normalidad y Mere se sacudió levemente, pero estaba tan a gusto en su interior que se resistió a salir y así se lo hizo sentir con una ligera presión de sus caderas. Ello no opuso resistencia. John se giró hacia su izquierda para liberarle parcialmente de su peso pero con su mano agarró el muslo de Mere, guiándolo hacia él, manteniéndose en su interior, y ella se dejó hacer.

¡Hum!, tendría que recordar que tras una intensa sesión de salvaje sexo la pequeña fiera era totalmente moldeable. Quién lo hubiera dicho. Lentamente, pegados desde el pecho hasta las caderas, con las piernas entrelazadas, se sumieron agotados en un reparador y profundo sueño, acurrucados el uno en el otro, sintiéndose amados.

Amor entre acertijos
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