I

Nunca en su puñetera vida había estado a punto de explotar con tan solo tocar a una mujer y olerla. El aroma que desprendía el pequeño torbellino que tenía entre los brazos le había puesto como una piedra. Por un momento dudó si seguir adelante, pero supo de inmediato que estaba perdido. Le volvía loco su mente, su redondeado cuerpo y ese maldito carácter independiente. Su interior le apretaba tanto el dedo que imaginarse hundido en el calor le erizó el vello de todo el cuerpo y su miembro pulsó incontroladamente aumentando de tamaño. Suavemente retiró el dedo para hundirlo hasta el fondo con más fuerza. La reacción de Mere no se hizo esperar, gimió y los muslos que rodeaban su mano se tensaron. Dios, lo quería todo de ella, sus besos, sus orgasmos y sobre todo..., sobre todo, su amor.

Sin dejar de sondear su calor, siguió saboreando su boca intentando relajarla. Le costaba concentrarse y retenerse. Sabía dulce, justo como se lo había imaginado en tantas condenadas ocasiones. Intuía que un segundo dedo le iba a resultar incómodo, pero por Dios que no podría aguantar mucho más. Y diablos, su miembro relajado ya de por sí era grande, con lo que ahora era enorme, y no quería asustarla más de lo necesario. Pese a ello le daba igual lo que ocurría a su alrededor, solo lo que sentía en este momento, la opresión en el pecho al darse cuenta que había encontrado lo que deseaba, a ella, y la necesidad de hacerle entender que se amaban desde niños, que no podía vivir sin ella, que siempre lo había sabido pero que lo confirmó la pasada primavera. ¡Dios! Había perdido completamente su corazón, su mente y tenía a la culpable toda arrebolada entre sus brazos.

El problema era que en su mente las palabras le fluían con una facilidad pasmosa, pero se le trababan en los labios. En esos malditos labios que únicamente con ella no funcionaban. Se daba cuenta que en cualquier momento alguien podía entrar en la sala pero se sentía incapaz de parar, como si su cerebro y su cuerpo deambularan por caminos separados.

Mere, relájate cariño. Te agrada lo que te estoy haciendo ¿verdad?

Los grandes ojos redondeados se le clavaron mientras respiraba entrecortadamente. Con el dedo índice y el medio continuó con las insistentes caricias hasta que no pudo aguantar. Tenía que sentir de nuevo ese calor. Presionó con ambos dedos la entrada a su apretado interior hasta que cedió, provocando una suave protesta en Mere, seguida de una profunda aspiración. Madre de los dioses, pero estaba tan prieta. Lentamente adentró los dedos hasta los nudillos y los mantuvo quietos, salvo para realizar unos pequeños movimientos de tijera. Con su pulgar le seguía acariciando la suave entrada, con suaves roces insistentes. Ya sentía como las paredes interiores se comenzaban a tensar y apenas podía esperar a que ella explotase, estrujando sus dedos, contrayéndose a su alrededor. Intentaba evitar pensar en esa sensación si fuera su órgano el que estuviera en su cuerpo y no sus dedos, pero le costaba concentrarse y su imaginación volaba. Sentía la necesidad cada vez más fuerte de desabrocharse el pantalón y de un brusco golpe, hundirlo hasta el fondo de la tierna hendidura, pero por mucho que lo deseara, por desesperado que estuviera, sabía que debía esperar. Pero, diablos, al paso que iban y tal y como la sentía y olía, apretada contra él, no sabía si iba a poder, no sabía si...

Un repentino golpe de la puerta de la sala al chocar contra la pared hizo que ambos se revolvieran, jurando John como un marinero de los muelles. De forma inconsciente curvó los dedos que seguían en el interior de Mere, provocando que ella lanzara un breve gemido, para sacarlos de inmediato y bajarle la falda, susurrándole a la vez que se levantaba, alzándola consigo, un suave perdona, cariño.

¿Qué ha pasado? el vozarrón de Jared llegó hasta ellos mientras avanzaba a grandes zancadas y los miraba con el ceño fruncido ¿Qué diantre estabais haciendo? refunfuñó. Habría seguido de no ser porque su mirada se dirigió como un imán hacia la entrepierna de John, alzando las cejas para después enfrentar su mirada. Mere siguió su mirada y apreció el tremendo bulto que tensaba la parte delantera de los pantalones de John. No fastidies, John... sus labios dibujaron una sonrisa socarrona. Lo sabía, so cabrón, lo sabía.

Jared se volvió hacia la puerta donde se dibujaba la silueta de Thomas y vociferó:

La han liado, muchachos. John nos la ha liado se volvió bruscamente hacia ambos y suavemente preguntó, la grave voz repleta de sorna ¿hasta dónde se nos ha liado la situación? Entre, digamos, un lió tipo podemos echarnos para atrás o un lío tipo hay que preparar de inmediato el banquete de bodas los verdes ojos de Jared se iluminaron. ¿Están los padres al tanto?

No se lo podía creer. La situación se estaba convirtiendo a pasos agigantados en una pesadilla. ¿Banquete de bodas? ¿El de quién? Mere no alcanzaba a comprender cómo la situación se le había escapado de las manos, de repente y sin preaviso. Y hablando de manos, la culpa la tenía la insistente manaza de John que se había metido donde no le incumbía, nunca mejor dicho. El lerdo de su hermano seguía vociferando como una verdulera y el otro tonto, de pie junto a ella, simplemente exhibía una sonrisa extraña en la cara o quizá un rictus incontrolado, no podría asegurarlo. Pero, ¿por qué diantre seguían hablando de no sé qué supuesta boda?

Cuanto antes, mejor, y no te preocupes que los tíos ya lo saben. Brevemente y ante su sorpresa, John le palmeó el trasero lanzándola hacia adelante. Los tíos me han dado carta blanca, lo que ya era hora, y vuestra hermana no tiene más remedio que enlazarse conmigo.

¿Enlazarme? Enlazarme, en el sentido de posible socia en algún tipo de negocio o como acompañante a algún baile. Porque la palabra enlazar, lo que se dice enlazar, se puede entender en muchos sentidos, vaya. Mere se daba cuenta de que estaba balbuceando pero, por todos los santos, no podía evitarlo. En el cerebro se le estaba empezando a encender una lucecita dándole a entender el sentido de lo que los dos, no, los tres bobos plantados ante ella, ya que Thomas se había unido al jolgorio, estaban dando a entender. John y sus hermanos le dirigieron miradas pasmadas.

En el sentido boda contestó John, con voz grave y firme. Enana, olvídate de intentar escaquearte, no te servirá de nada. Te aseguro que nadie, salvo yo, te va a saborear o amar, como prefieras. Lo de hace un momento ha sido tan solo un pequeño adelanto.

¿Es que no podía borrar esa tonta sonrisa de su rostro? ¿No se daba cuenta de que no podía casarse hasta descubrir quién había matado a Abrahams? Si se convertía en su marido querría que lo dejara y no podía, simplemente no podía.

¡No me puedo casar, soy muy joven!

Tienes veinticuatro años, cariño y se te está pasando el arroz.

Mi arroz está muy tieso, idiota Mere se dirigió a Dean y Thomas ¿Os estáis riendo de mí? A Mere le estaban entrando unas ganas horribles de llorar. ¿No se suponía que los hombres eran seres racionales? Al parecer todos, salvo los de su familia.

No me puedo casar contigo sin sopesar los pros y los contras, digo yo. ¿Tú te has dado cuanta del embrollo en el que te metes? de la tensión, su voz le comenzaba a sonar estridente incluso a ella. Soy terca, impaciente, no se puede decir que sea una escuálida belleza grecorromana y tengo muy mal genio. Y no pienso abandonar el Club. Antes muerta. Eso, muerta. La barbilla se le iba izando al ritmo de sus palabras, que fluían retándoles a contradecirle.

Niña, después de lo que hemos hecho hace un rato, no es que quieras, es que no tienes más remedio que casarte conmigo.

Thomas arqueó las cejas de forma poco elegante.

Hum, prefiero no saber qué habéis hecho, miedo me da. Muy bien, creo que la boda podría celebrarse dentro de un par de meses, dejaríamos tiempo suficiente a mamá para que lo disfrute. Tened en cuenta que ya daba por perdida a Mere para el casamiento.

¡Por perdida! ¡Si estaba sana como un abedul!

Pero, ¿es que no me estáis escuchando? resopló Mere no puedo casarme así como así. Mi mente necesita asimilarlo y digerirlo miró a John de forma suplicante. Este se le acercó, le rodeó el rostro con ambas manos y depositó un ligero beso en sus labios, lamiéndole el inferior.

No se dejaría convencer aunque fuera con sabrosos besitos. Eso, ante todo, firmeza.

John, no puedo casarme contigo ¡rábanos! le temblaba la voz.

Ya te lo he dicho, amor. No es que puedas o no, es que...

Una rápida idea le pasó por la mente y reaccionó sin pensar, maldita sea.

Ya tengo un pretendiente en mente espetó Mere ante el asombro de los reunidos.

Los brazos que sostenían su rostro, esas fuertes manos se contrajeron y la soltaron. La mirada cambió repentinamente y los ojos, fijos en ella, se helaron, entrecerrándose. John se giró hacia sus hermanos y les pidió suavemente que los dejaran solos. Por un momento parecieron dudar, pero Dean agarró a Thomas del hombro, le empujó levemente y desaparecieron tras la puerta cerrándola a su paso. Sin darle tiempo a reaccionar el gigantón la agarró del brazo y la desplazó hacia el sofá de dos plazas situado en medio de la sala.

Quieta aquí se dirigió hacia la puerta y dio vuelta a la llave que resonó como una sentencia de muerte en la mente de Mere. Tras quedar por breves instantes totalmente rígido, cuadró los hombros y se giró hacia Mere. Su mirada la dejó helada. ¿Qué he hecho, por favor, qué demonios he hecho? John no se movió.

No te creo, ¡maldita sea! Lo sabría si estuvieras con otro hombre. Lo sabría en las entrañas susurró John. Su rostro se petrificó ¿Quién es? Dime quién diablos es, Mere el nudo que tenía en la garganta le impedía responder. Sé que no te ha desvirgado porque yo mismo te he roto el himen hace un momento. La mirada de John se dirigió a sus propios dedos donde quedaban pequeños restos de sangre, y a continuación resbaló por el cuerpo de Mere posándose en los labios, pechos y bajo vientre, causándole un escalofrío. Comienza a hablar. Y para que lo sepas, niña, ese novio tuyo se lo va a pensar detenidamente cuando intente colarse entre tus piernas y descubra que otro se le ha adelantado Mere se atragantó al escuchar esas palabras. Eso la enfadó.

No seas bruto. Nadie se ha colado entre mis piernas, y tú tampoco.

Oh, sí su sonrisa de nuevo salió retorcida no te engañes. El que no te haya metido el miembro, y por Dios que debí hacerlo, no significa que no te haya penetrado bien a fondo su mirada se tornó cruel no tan a fondo como hubiera deseado, pero lo suficiente ¿verdad, cariño? Aun sientes mi dedos, bien profundo ¿no es así?

Mere sentía que los colores le iban y venían. ¿Cómo podía estar diciéndole esas cosas? No pensaba llorar, ¡por nada del mundo!

Me importa poco lo que digas, Mere. A mí me has dado tu virginidad, por tanto, conmigo te casarás. Ese pretendiente tuyo puede irse al infierno y no me creas incapaz de hacer alguna locura, porque en estos momentos estoy rayando el límite. Es más... su mirada se posó en sus labios y se lamió los suyos creo que es el momento de otro adelanto de lo que está por venir. Sin darle tiempo de protestar y menos aun de pensar, se le acercó en un par de zancadas y la alzó en sus brazos, besándola con fiereza, forzando su lengua en el interior de la boca, sin apenas dejarle respirar. Su mano izquierda la sujetaba por el cuello como una tenaza y la otra le estrujaba las nalgas, tan fuerte como para dejarle marcas, mientras hundía los dedos en las mismas, apretando casi con ira.

Mere intentó arrearle una patada en los mismísimos, pero John reaccionó raudo metiendo un grueso muslo entre los suyos, doblándolo hacia arriba, presionándolo contra su entrepierna y desviando el rodillazo hacia un lado.

Eso no está bien, niña sus palabras le acariciaron el lóbulo ¿quieres jugar?, pues juguemos.

Dios, su boca no la dejaba en paz, seguía mordiéndola y lamiéndola. Su muslo la presionaba donde le había metido los dedos, frotando, y sus manos la manoseaban por todas partes. Intentó hablar pero solo un breve gorjeo salió de sus labios. Lo intentó de nuevo pero la impresión se lo impidió. John había maniobrado para sentarse en el sillón y la había sentado encima de él, a horcajadas. Se sentía vulnerable. Sus pechos estaban a una altura cercana a la cara de John y las piernas totalmente desplegadas. Por instinto intentó cerrarlas pero él se lo impidió agarrando sendos muslos con las manos y desplazándolos aun más hacia los lados.

No los cierres, no lo hagas o me obligarás a abrirlos por la fuerza su cara se adelantó y Mere notó un lengüetazo en la parte superior del escote así como breves besos. Desplazó la cara al hueco entre los pechos y aspiró Dios, me vuelve loco como hueles, tus pechos tan llenos y tu estrecho interior Mere se estaba asfixiando. Jamás, en sus sueños más atrevidos hubiera imaginado la lengua suelta y provocativa que iba a emplear el gruñón. Un escalofrío recorrió su cuerpo ascendiendo por la columna, notaba sus pezones erguirse y sus partes privadas, de nuevo, se estaban tensando. Finalmente sus cuerdas vocales reaccionaron. No podía seguir mintiendo.

Lo del pretendiente, te lo puedo explicar. En realidad nunca he tenido un novio, todos me huyen suspiró con resignación. Creo que los espanto con mi actitud. Al único que no doy miedo es a ti por un breve, brevísimo momento, dudó ¿por qué quieres casarte conmigo? Estamos todo el día a la greña, me gruñes, yo reacciono provocándote y lo que hemos hecho antes ha sido maravilloso pero no es suficiente para mí las manos de Mere repitieron el gesto que había hecho hacía poco más de una hora. Le rodeó la hermosa cara con sus pequeñas manos y le alzó el rostro dime por qué.

Mientras hablaba notaba que John permanecía paralizado. Sus manos se congelaron en sus nalgas, aferrándolas con fuerza. Esos impresionante ojos color verde grisáceo se posaron, fijos en los suyos, antes de contestar.

Es sencillo ¿sabes? Tan sencillo como que no puedo vivir sin ti sus ojos brillaban. ¿Me vas a explicar ahora lo del novio fantasma ese que ha originado este estúpido caos?

Amor entre acertijos
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