IX
No había podido avisar a Martin por lo que ella sola había tenido que encargarse de todo.
Odiaba organizar. Lo aborrecía. Para eso estaban los hombres, para que le dieran lo que deseaba en cuanto lo pidiera. De inmediato. Sin excusas.
Al acudir esa misma mañana al burdel a dar las instrucciones para que por la noche estuviera todo perfecto Madame Claudette le había comentado que un par de hombres, entre ellos un oriental, se habían aficionado a acudir últimamente al burdel e insistían en hacer preguntas, indiscretas preguntas. Sus instintos de inmediato le apercibieron de que algo no encajaba.
Claudette se explayó acerca del tema sobre el que se interesaban los hombres y ello terminó de afinar su sentido del peligro y la amenaza.
La habitación del fondo. Su reino.
Nadie, absolutamente nadie iba a hacer peligrar su dominio, aunque para ello tuviera que mancharse las manos de sangre. Bien pensado posiblemente lo disfrutara. Hacía tanto que no sentía esa excitante y pegajosa textura derramándose entre sus dedos. Desde que su sombra escapó.
Era una noche fría pero la habitación estaría caldeada, siempre lo estaba aunque esta noche llevaba suficiente ropa de abrigo. Se regodeó. Daba igual su aspecto ya que no la reconocerían pese a vigilar la casa. Si hubiera podido contactar con Martin habrían modificado su rutina.
Descuidados. Se habían confiado.
No importaba. Su instinto le decía quienes eran los que vigilaban el burdel. Ni la policía, al estar vendida, ni la competencia, inexistente en estos momentos. Eran ellos. Lo supieron desde el mismo momento en que les vieron en la fiesta que su viejo marido la obligó a organizar. Entonces supo que terminarían por enfrentarse pero no tan pronto. Algo importante habían pasado por alto y se relacionaba con la extraña escapada de la pequeñita mujer de la que se había encaprichado Martin. Evers, una de los Evers. Estúpida entrometida.
Quizá si le cortaba la cara, Martin ya no la querría.
Eso. Ella se quedaría con el marido. Esos ojos verdes que alcanzó a admirar en la fiesta y ese impresionante cuerpo que acompasaba esa belleza, serían suyos para hacer lo que quisiera. Para atormentar. Sí.
Le dio un repentino escalofrío. O podía cortar esa carita delante del marido. Le ardieron las yemas de los dedos por anticipado.
No tardaría en precipitarse todo. Tan pronto entrara en la casa comenzaría el contraataque. Claudette y las muchachas estaban al tanto y sabían qué y a quién esperar. Sobre todo, a quién neutralizar.
Mientras tanto ella, con toda serenidad, esperaría a que le entregaran en bandeja sus espléndidos premios, sobre todo su premio gordo. Se moría por volver a examinar y acariciar esa musculosa espalda, esa marcada cara.
Puede que tuviera una pequeña trifulca con Martin ya que él también tenía sus planes para su juguetito e incluían a su sombra, pero no en esta ocasión.
Esta noche sus deseos tendrían que primar.