VII
Se iba a morir en cualquier momento. John no sacaba los dedos y estaba haciendo unas cosas..., unas cosas inimaginables y seguía deslizándole lentamente hacia abajo. Mere no podía imaginar a dónde iba a ir. Ahora le estaba mordiendo la parte interior de los muslos, tras separarlos con fuerza. Seguía por las ingles. ¿Qué estaba haciendo, por el amor de Dios? Intentó alzar la cabeza pero se sentía agotada. El sexo la dejaba en un estado mezcla de estupor, plena satisfacción y extenuación.
De repente lo sintió. Un lengüetazo en el lugar que previamente le había acariciado y dado golpecitos hasta volverla loca. Otra vez. Instintivamente alzo las caderas.
No pares, por favor..., por favor, ahí, justo ahí..., sí.
John elevó brevemente la cabeza.
Dios, enana, tu sabor me vuelve loco.
Los dedos se retiraron suavemente y en su lugar le invadió algo carnoso y cálido. ¡La había penetrado con la lengua! Por un instante dudó pero le pudo la escalofriante sensación de sufrir una nueva oleada de intenso placer. Su marido era un demonio.
La oscilación de la lengua aumentó y en seguida la acompañó un dedo, que se introdujo en esta ocasión con una lentitud insoportable. Mere sintió que le llegaba muy adentro. Entre la lengua y el dedo y las sensaciones que le causaban no podía pensar. Sin saber cómo, había terminado al borde de la cama, con la cabeza de John entre sus muslos y este arrodillado en la alfombra. Sentía que no iba a durar mucho y él también debió percibirlo. Su mano izquierda soltó el muslo de Mere y mientras seguía con el ritmo sinuoso que había impuesto, se desabrochó el comprimido pantalón. Para entonces Mere tenía tres inmensos dedos en su interior dándole un tremendo placer. Sintió su retirada, dejándola vacía y cómo a la entrada se posaba la inmensa cabeza del miembro de John. Se tensó levemente ya que sabía que le iba a doler al principio. Notó presión y varios ligeros empujones hasta que su cuerpo dejó paso a la intrusión. La sensación fue menos dolorosa de lo que pensaba. Exquisita. En esta ocasión no le dio tiempo a acomodarlo, pero le dio igual. La fuerza de los embates la sacudían completamente, sus caderas chocaban. Mere abrió los ojos y la imagen que tenía delante quedó grabada en su mente. Con los pantalones simplemente desabrochados y la camisa entreabierta, su marido empujaba con una fuerza tremenda. Cada penetración la sentía más hondo.
Entonces John abrió los ojos y sus miradas se entrelazaron. Lo que cruzó entre ambos fue puro sentimiento y Mere estalló de nuevo, estrujando la enorme carne que sentía dentro. John le siguió de inmediato. El calor se extendió por el interior de Mere hasta que su marido, exhausto, se inclinó y se apoyó sobre tu pecho. La besó en los labios. Se los mordisqueó.
Nada dijeron porque no hizo falta.