IV

La sorpresa en la mirada de Webster, la puta de Saxton y de su zorra, le indicó que pasaría totalmente desapercibido al acompañarle a la fábrica.

Se había colocado una peluca elaborada con cabello de aspecto sorprendentemente natural, suministrada por su oriental amigo, y una barba que ocultaba su rasgo más llamativo, la inquietante cicatriz. Vestido con ropajes desgastados, faltos de higiene y encorvado lo suficiente como para que su inmensa estatura no llamara tanto la atención al ojo de un desconocido, resultaba irreconocible.

Guang, Doyle y el resto de los hombres no le iban a la zaga pese a que no acudirían con él sino que vigilarían en la distancia y al acecho, como siempre, el primero.

Fijó la seria, mortal mirada en Webster.

Desde el instante en que lleguemos tienes media hora para lograr que nos lleven hasta él. A contar desde ese mismo segundo Guang y los demás esperarán, no más allá de otra media hora, para actuar. Si para entonces no hemos salido, entrará Guang en nuestra busca y no tengo necesidad de explicarte lo que te ocurrirá.

Webster asintió y sus ojos reflejaron resignación y crudo pánico. Le habían metido en el cuerpo más miedo de lo que Saxton y la zorra habían logrado introducir y ello jugaba a su favor. Era el único capaz de llevarlos hasta Rob y no malgastaría la oportunidad, antes muerto que rendirse a la posibilidad de tenerle por perdido.

Llegaba la hora por lo que subieron los cuatro a su carruaje más ligero sin perder apenas tiempo, tras enganchar dos buenas monturas a la parte trasera del mismo, e iniciaron el camino, en silencio, cada cual con sus pensamientos. El resto los seguía en un segundo coche de caballos.

Norris y las mujeres estarían en casa de John y Mere, ultimando detalles y a la espera del desenlace.

No sufrieron dilaciones ni se entretuvieron al estar los caminos despejados. Era la segunda ocasión en que recorría el mismo camino y comenzaba a aborrecerlo. En la última curva, antes de llegar a la fábrica detuvieron el coche en un apartado de la vía, y tanto Peter como Webster, sin pronunciar palabra, con fluidez, bajaron del mismo, montaron sobre los ensillados caballos y se adentraron otra vez en el camino en dirección a la entrada a la fábrica.

Tenía razón el canalla que cabalgaba a su lado. Nadie les dio el alto, ni osó parar su entrada, como si una red protectora e invisible, pero perceptible, los envolviera. Cruzaron frente a unos hombres con evidente aspecto de matones, pero también reconocieron a Webster y les dejaron continuar sin formular ni una pregunta, hasta alcanzar la puerta de entrada del despacho principal, deteniéndose inmóviles ante ella.

Mentalmente repasó las armas que llevaba ocultas e intentó calmarse. Sin girarse hacia el otro hombre, Peter avisó por última vez.

Recuerda lo que te dije. Un paso en falso y te corto el cuello.

No hizo falta mirar, el movimiento incontrolado de la garganta de su acompañante le señaló que su frase no había caído en saco roto. Casi, casi, sonrió.

Los nudillos repicaron en la madera, abriéndola al escuchar un hastiado adelante desde el interior. Cautelosamente se quedó atrás, preparado, los músculos tirantes y listos para matar si fuera necesario, dejando que Webster llevara el peso de la conversación.

En la estancia, sentado cómodamente a una imponente mesa de despacho estaba un hombre extremadamente delgado, rozando lo cadavérico, pálido, impecablemente vestido, con aspecto de contable, lo cual, indiscutiblemente, no era.

Le recordaba a un escuchimizado periquito que crió de niño, y le desagradaron desde su aflautada voz hasta sus lánguidos ademanes.

Vaya, vaya, señor Webster, ¿qué le trae por aquí? se desprendió pausadamente, con un estudiado movimiento, de un ridículo monóculo que cubría unos de sus ojos agrandándolo al doble del tamaño del otro. Hoy, sin duda, es un día de sobresaltos.

La sorpresa reflejada en el rostro de la puta, en respuesta a la última frase sibilante, pareció genuina, totalmente veraz. El muy capullo sabía fingir.

Ya sé, ya sé, Mansell el gesto de las manos daba a entender bien a las claras lo que opinaba de aquél que hubiera creído la noticia que circulaba sobre muerte no hace falta que repita el patoso bulo que circula por ahí, sobre mi secuestro. Imagino que habrá hecho caso omiso de tal estupidez.

La duda asomó a los gélidos ojos que les observaban.

Entonces, ¿dónde ha estado?

Donde debió estar el anterior capataz, demonios, investigando para el jefe. Y ahora que mencionamos al jefe, me ha mandado a hacer un urgente recado relacionado con los muchachos.

Peter sintió el interrogante en la mirado del periquito.

¿Quién le acompaña?

Nadie importante, solo fuerza bruta.

Fuerza muy bruta, por su aspecto.

Sin duda, sin duda el muy capullo incluso bostezó, atrayendo de nuevo la mirada de Mansell hacia él.

¿De qué se trata?

Venimos en busca de carnaza, ya sabe el bailoteo de las cejas arrastraba una insinuación desagradable que el hombrecillo captó instantáneamente.

Entonces, estimado amigo se levantó de detrás de la mesa y se acercó a Webster en mejor ocasión no han podido llegar ya que teníamos preparada una sorpresa de las buenas, para el jefe, para mañana por la noche.

¿Qué?

El corazón de Peter paró de golpe para martillear alocadamente a continuación.

Hemos capturado a un hombre que ni queriendo podría a asemejarse tanto a los requerimientos que..., ya sabe, que se buscaban.

¿Ya sé?

Peticiones del jefe, ya sabe, requisitos físicos.

Bien, bien, amigo mío. Eso agradará al jefe y le hará ganar puntos a sus exigentes ojos, sin duda.

La satisfacción brilló en los penetrantes ojillos.

Acompáñenme.

Al pasar por delante de Peter vaciló un breve momento, pero Webster posó una de sus manos sobre el hombro, impulsándole hacia la salida.

Por el sentido subyacente en la conversación mantenida entre ambos hombres, sabía lo que iba a encontrar. Y si le había ocurrido algo, no sabía si sería capaz de mantener a la oscuridad enterrada en su interior. Si Rob estaba herido...

Amor entre acertijos
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