IV

En el carruaje nadie hablaba y John ya le había revisado hasta en tres ocasiones los cuchillos ocultos en el tobillo y en la cintura. Como lo intentara una cuarta le iba a dar un bufido. La estaba poniendo nerviosa, no, histérica.

Tenía las manos heladas y le sudaba el cuerpo. ¿Cómo eran posibles ambas reacciones si parecían incompatibles? El cuerpo se le estaba amotinando en plena tormenta.

El plan en principio parecía sencillo. Rob ya debía estar recogiendo al nuevo grupo de muchachos y sin tiempo que perder, emprendería el viaje de vuelta para cruzar al anochecer la zona marcada. Tenían aproximadamente dos horas para cruzar el camino con un obstáculo lo suficientemente voluminoso como para detener el carromato de los chicos y que Rob aprovechara el desconcierto para introducirla en la parte trasera.

Esperaban que, con suerte, ningún secuaz de los Saxton vigilara a los chicos apostado con ellos y que el compañero de viaje de Rob no sospechara y ayudara en la retirada del bulto que les impediría el paso.

Dios santo, eran demasiadas variables para que no fallara alguna.

Intentó no pensar en esto último, pero era prácticamente imposible a un par de horas de que ocurriera. En el carromato iban ellos y Jared sentados a un lado. Enfrente, los hermanos, y no podía decidir quién parecía más agitado.

El día anterior habían determinado el lugar más idóneo para forzar la parada y Doyle había adelantado hacía rato que faltaba poco para llegar.

Hacía frío, pero con tanta capa de ropa apenas lo apreciaba. Llevaba el cabello agarrado en la parte trasera de la cabeza, disimulado con la oscura gorra y habían empleado algo de tinte para que pareciera algo demacrada. En conjunto estaba convencida de que iba a pasar por uno más de los muchachos. Tenía que pasar por uno de ellos. Se negaba a pensar en otra posibilidad.

Miró hacia el exterior por la pequeña ventanilla por la que entraba un cortante frío. El camino no llegaba a estar nevado pero los árboles totalmente pelados daban a la campiña, poblada por suaves lomas que cubrían ambos lados del embarrado camino, el aspecto desolador propio del invierno. Ello, unido a la falta de tráfico, al estar a punto de oscurecer, facilitaba la consecución del coordinado plan. En principio, parecía tan sencillo...

Williams los dejaría en las proximidades del punto de contacto, siguiendo adelante con el coche de caballos que conducía y el que lo seguía con el resto de los hombres, hacia Windsor, hasta cruzarse con el carromato de los muchachos, continuaría en sentido contrario un buen trecho y giraría nuevamente en dirección a Londres una vez trascurrido el periodo de tiempo previsto y necesario para que hubieran despejado el camino, entretenido al compañero de Rob e introducido a Mere con los chicos. La pauta consistía en seguir al carromato en la lejanía pero sin perderlo de vista, una vez recogidos de pasada el resto de los hombres.

Dean y Thomas, junto con más apoyo, estarían a la espera en el camino de entrada a Londres indicado por Rob como el seleccionado para acceder a la ciudad.

El coche de caballos paró. Había llegado el momento.

Seguía siendo de día, pero no por mucho tiempo, por lo que apretaron el ritmo. Se notaba la humedad tanto del invierno como la emanada del río que discurría no lejos del punto en que estaban parados. Descendieron y tras un leve gesto de John, los carruajes siguieron adelante. Sin perder tiempo, colocaron el filo del serrucho que descargaron del coche, con dos asideros, uno a cada extremo, contra el tronco de un estrecho árbol e iniciaron la tarea de serrar, lento pero seguro.

Se arriesgaban a que algún viajero tardío pasara por el camino, pero a caballo no tendrían dificultad para sortear el árbol caído. Por el contrario, un carromato que soportara mucho peso, se vería obligado a liberar el camino para continuar viaje y con eso contaban.

Mere seguía inquieta, con una inquietud inevitable, mientras los hermanos terminaban de serrar el joven árbol y con la ayuda de John lo colocaban, atravesando diagonalmente el pedregoso y resbaladizo camino. Era lo suficientemente grande para impedir el paso, pero no para que lo saltara un único jinete.

Rodearon el objeto con las voluminosas y quebradas ramas bien visibles en la distancia y se colocaron a un lado, en la hondonada situada junto al camino. Precavidos, los cinco vestían de oscuro y bien abrigados ya que no era seguro cuánto tiempo tendrían que esperar a que llegara el hijo de Norris. A ello se unía que estaba recién entrado el invierno.

Llevaban lo necesario para protegerse y cuerda por si los muchachos iban atados.

Mere sintió que la rodeaban por detrás unos brazos que reconocería en cualquier parte, su John, y que su mano era aferrada por la de su hermano.

Así permanecería hasta que no tuvieran más remedio que romper el contacto. No antes.

Amor entre acertijos
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