XV

Le llegó el sonido del suspiro desde el otro lado del cuarto.

Lo dije para enfadarte.

Los profundos ojos negros se alzaron de inmediato. En cuanto se separaron con el brusco empujón, Peter se alejó a grandes zancadas para sentarse al borde de la mullida cama, y así había permanecido, sin dirigirse a él, la mirada fija en sus pies.

Desconocía de cuánto tiempo dispondrían pero debían arreglar sus diferencias, aunque fuera momentáneamente, o no lograrían lo que buscaban.

¿Qué quieres decir?

¿Tú qué crees? Si me pinchan, sangro, Peter, y estoy cansado. Lo único que me importa ahora es capturar a los Saxton y dejar de una maldita vez de estar preocupado.

¿Acaso piensas que yo no?

Lo sé, Peter, pero no lo lograremos si seguimos así.

¿Cómo?

Enfrentados.

Los oscuros ojos ardieron.

No digas bobadas, para besarnos no necesitamos ser amiguitos.

Apretó las muelas, rechinando los dientes. Nada, no lograría nada. No con Peter rabioso y cerrado a cal y canto.

Muy bien ¿lo quieres a lo bestia? enderezó el cuerpo que así sea.

No podía pasar un trago pese a haber pedido las bebidas. Al parecer Peter no estaba tan afectado ya que daba suaves sorbos a su copa. Durante el tiempo en que Hanna estuvo fuera del cuarto, tras el tenso e inútil diálogo con Peter se mantuvieron uno en cada esquina, cuanto más lejos, mejor. Él, preparándose para lo que se avecinaba. Peter, ni idea de lo que podía estar pensando.

Dejó la labrada copa de cristal sobre la bandeja mientras Peter se sentaba de nuevo en el lecho, observándoles, con el licor en su mano. La mujer se aproximó como una gata, ronroneando y ese ronroneo le erizó el cuerpo. Todo el cuerpo.

No sabía si iba a poder hacerlo.

Creyó que la mujer le besaría pero, para su inmensa sorpresa, giró a su alrededor pasando con suavidad la mano por su espalda y su trasero, para proseguir hasta encaminarse con lentitud hacia Peter. Contuvo la respiración mientras la femenina mano se alargaba hacia este y esos suaves dedos recorrían la hermosa cara, deslizando la yema del índice por la irregular cicatriz, mientras con la otra le quitaba la copa y la apartaba, abandonada en una mesilla al alcance de su mano.

Por alguna extraña razón, eso le puso de un humor de perros, peor del que ya tenía. Obligó a Peter a levantarse y acercando sus manos a los botones de la camisa comenzó a desabrocharlos, lentamente. Rob tragó saliva. Comenzaba a sentirse como un ávido mirón hasta que sus ojos cruzaron la mirada con la de Peter, clavada en él, recorriéndole.

¡Dios! Estaba aterrado.

Llegó el momento. Cogió de nuevo la llena copa y pegó un par de generosos tragos de coñac que le quemaron desde la garganta al estómago, pero le dio la bienvenida al calor abrasador. Maldición, incluso le sabía raro de los nervios. Se acercaban, ella de espaldas tirando de los faldones abiertos de la camisa de Peter y este de frente, la brillante mirada todavía fija de manera obsesiva en él. Sería cabrón, tenía un cuerpo de infarto y no es que él se hubiera fijado jamás, pero es que ahora lo tenía delante de los puñeteros morros.

No pudo evitarlo. Se deslizó un paso hacia atrás y otro más, al tiempo que la pareja se aproximaba, como si sus pies actuaran por sí solos, causando que Peter apretara esos jodidos labios.

Se estaba enfadando. ¡Joder!, tenía razón, les iban a descubrir. Se obligó a estarse quieto, aguantando hasta que la preciosa espalda de Hanna golpeó contra su pecho, quedando ella entre ambos, paralizados, hasta que una de las femeninas manos aferró la suya izándola hasta rodearla, apoyándola en el corsé de seda que rodeaba la fina y curva cintura. Pero no era eso lo que erizaba sus nervios, sino que el dorso de su mano rozaba contra el vientre de Peter, duro y cálido.

No podía mirarle a los ojos. No podía...

Aplastada entre los dos, no tuvo dificultad alguna en volverse quedando contra él, pegados desde las rodillas al pecho e hizo lo mismo solo que en esta ocasión la mano que desplazó fue la de Peter y no la ubicó en su cintura sino en la de Rob. Esa inmensa mano que aferró su cadera cubierta por el pantalón.

Sintió un suave y húmedo beso en la mandíbula al tiempo que los fuertes dedos en su cintura se contraían, apretando. Ella le besaba pero la presencia que sentía a fuego era la de él. Era una locura y no podía seguir, no podía. Se apartó un paso hacia atrás pese a que esa enorme mano casi se lo impidió.

¿Estás nervioso, cielo?

No diablos, la chillona voz no parecía la suya.

Está tembloroso y asustado el pobrecillo. Quizá no esté preparado o simplemente tenga miedo la sorna llenaba las malditas palabras surgidas de los carnosos labios de su supuesto mejor amigo.

Hijo de puta. Se estaba riendo a su costa y por el brillo en los rasgados ojos de la mujer ¡también ella!

¿Quizá sea por él? indagó al mujer, refiriéndose a Peter.

No le tengo miedo, no a él.

Pruébalo.

Joder, joder, había caído en la trampa más antigua de la humanidad. El orgullo.

No tenía intención de retirarse como un cobarde. Tragó saliva ocasionando que Peter torciera la comisura de la boca pareciendo en cierto modo cruel y ansioso.

Eso lo enfureció e hizo lo que jamás se hubiera planteado hasta hacía apenas unos segundos. Apartó a la mujer suavemente y se abalanzó sobre la inmensa forma. Por la leve apertura de los ojos de Peter supo que él tampoco lo esperaba. Introdujo los dedos en la cintura del pantalón de su mejor amigo y aplastó su cuerpo contra al suyo, de golpe, de un tirón.

Mierda, estaban ambos como piedras, el bulto que ocultaba a duras penas el pantalón de Peter era... enorme. Por un breve segundo se preguntó si sería su miembro tan inmenso como parecía por la tremenda impresión que causaba sentirlo presionado contra él. El corazón de dio un condenado vuelco.

No podía pensar ya que si no, no se atrevería.

Agarró con ambas manos la fuerte mandíbula e inclinó levemente esa apuesta cabeza y le besó con languidez, repasando esos turgentes labios con la lengua, lentamente, provocando que el enorme cuerpo temblara.

Cabronazo mentiroso, ¡que no le quería!, mentira podrida. El cuerpo y ese temblor no engañaban. Sabía que se enfurecería por abrir una rendija a la odiada debilidad, pero por los dioses que no se dejaría achantar por el hombre que estaba increíblemente tenso mientras se dejaba besar.

Allá iba, mordisqueó de repente el labio inferior.

Se sentía extraño y no sabía la causa, quizá fuera la reacción de Peter. Estaba presionando esa sensual boca contra la suya e introducía la juguetona punta de la lengua en esta, con movimientos enloquecedores, saboreándole. Le agarraba la cara como él había hecho antes, con mayor firmeza y seguía besándole, con hambre.

Pero algo le estaba pasando. Comenzaba a adormilarse y las piernas le pesaban. No podía definirlo. Lánguido, así se sentía, lánguido y flojo.

Lo único que le vino a la mente fue pensar que siempre le ocurrían las cosas con Peter en el momento más inoportuno.

El rostro apretado contra el suyo comenzó a difuminarse y escuchó, como a lo lejos, su nombre, alguien gritando su nombre, con insistencia.

¿Por qué demonios Peter le llamaba a gritos?

Amor entre acertijos
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