XV

Había matado a dos hombres, sin mirar atrás. Thomas le seguiría en segundos...

Nada ni nadie le pararía ya. Su mujer estaba en esa maldita habitación y era hora de recuperarla. La imagen que sus retinas captaron al entrar, lo convirtió en un frío asesino. Así de simple.

Nadie tocaba a su mujer, nadie y menos el hombre que la amenazaba ante sus propios ojos.

Estaba asustada. Esos enormes ojos no engañaban ni escondían lo que sentía. Los sentimientos se reflejaban en ellos como en un espejo y estaba aterrada. Esos hermosos ojos...

Saxton les había engañado, sorprendido, y les tenían contra la espada y la pared. Cualquiera que diera el primer paso sabía que perdería lo que no estaba preparado para perder, aquello que amaba, aquello sin lo cual no podría seguir adelante.

Era peligroso.

El hombre al que iba a matar, apoyado el puñal en el sensible cuello de su mujer, rayaba en lo insano. No estaba totalmente perturbado. Su obsesión con Rob, su fijación por Mere, su perversión, carecía de límites. Lo peor era que estaba dispuesto a matar a quien fuera para lograr sus fines y solo ellos se interponían en su camino. Sentía acrecentarse la tensión en su postura. No iba a aguantar mucho más.

Hasta que ella hizo el sutil gesto.

Algo tramaba su Mere. Quiso decirle que no lo hiciera, que no se le ocurriera, que el filo estaba demasiado cerca del cuello, que si sorprendía a Saxton podía herirla, que no podía perderla, que...

No le dio tiempo.

Giró levemente su menudo cuerpo y una de esas pequeñas manos se dirigió derecha, como una tenaza, a las partes del cabronazo que mantenía fija la mirada en él, desconocedor del peligro que guardaba entre sus brazos.

Eso lo perdió. Mere apretó y retorció con todas sus fuerzas mientras le daba un brutal y despiadado pisotón en el empeine. El aullido retumbó en toda la mansión, soltando Saxton el maldito puñal y encogiéndose sobre sí mismo. Su diminuta mujer, tras dar otro apretón, tan salvaje como el anterior, se giró sobre sí misma, se apartó un paso y sin pensárselo dos veces, le arreó una potente patada en el dolorido lugar que acababa de retorcer brutalmente. Saxton quedó encogido contra la pared, gimiendo boqueando y lloriqueando. No se movía, las manos aplastadas contra sus partes.

Mere se volvió hacia él y se echó a llorar, desconsoladamente.

Al diablo. Le importaba poco el cabronazo que se retorcía en el suelo, al que Peter se acercaba con pausados y predadores pasos. Que se arreglara con este, él tenía algo mucho más importante entre manos. Quitar el susto a la persona que amaba por encima de todo. Su enana.

Se comió el espacio que distaba entre ambos y la rodeó con sus brazos, alzándola, envuelta en ellos. Le resultaba imposible decir algo entre los sollozos desgarradores, aunque lo intentaba, casi con desesperación. Farfullaba entre hipidos que lo quería. Temblaban. Ambos temblaban. Y él tenía tal nudo en la garganta que tampoco podría sacar un sonido ni aunque quisiera. Solo podía suavizar la necesidad de asegurarse que estaba sana y salva, acariciándola. Ese enredado cabello, la llorosa y abotargada carita, tan hermosa, el cuello. Apretó con fuerza solo de pensar lo que podía haber ocurrido...

Escuchó un ruido brutal a su lado. Peter apretaba el cuello del hombre que seguía medio encogido tras levantar su cuerpo del suelo, soportando todo su peso con ambas manos, ahogándole, mientras Rob intentaba que lo soltara, hablándole con urgencia, en un tono bajo. Pero Peter apretaba y apretaba hasta que Rob apoyó la mano en la marcada cara, girándola en su dirección.

Tendrían que arreglarse con ese cabrón por el momento. El se sentía incapaz de controlarse y sabía, sabía que era capaz de matarlo con sus propias manos si se acercaba. Igual que Peter. Intentó evitar que su mujer viera lo que ocurría cerca de ellos, tapando la escena con su propio cuerpo.

Dámela.

La apretó con más fuerza. Dios, sentía terror de perderla de vista o de no tocarla con las manos, de no sentir su calidez.

John, hermano, dámela Tom hablaba suavemente como quien trata de tranquilizar a una aterrorizada criatura.

Los claros ojos se posaron en ellos, todavía abrazados, hasta que John asintió.

Cariño... los sollozos de Mere se estaban mitigando solo será un segundo. Quédate con Tom y Jared estaban todos, los rostros aun angustiados. Los tres hermanos rodeándoles, las manos extendidas y entendía la necesidad de todos ellos de tocarla para asegurarse de que estaba entera y Dean ¿de acuerdo Mere?, cariño.

La enrojecida mirada se posó en la suya y suavemente inclinó la cabecita. La besó y pasó a los tiernos brazos de uno de los hermanos. Tras un último vistazo, asió el puñal que sostenía Jared, cruzaron miradas y se volvió hacia Saxton. Peter lo mantenía agarrado del cuello, con esa manaza que de apretar algo más se lo quebraría. Se retenía a duras penas y pese a ello, pese a estar en tal situación, la demencia de Saxton pudo con su prudencia y gritó, enfurecido.

¡Son míos!

John se giró hacia los hermanos y suavemente les indicó que la sacaran al pasillo.

Ya nada le importaba, ella estaba segura. Habían sobrevivido una vez más. Esperó tenso a que salieran de la habitación antes de acercarse a Saxton. Aferró el puñal y aguantó, como pudo, las intensas ganas de hundírselo en el pecho, directo al corazón, pero ello le convertiría en lo que era el hombre que le miraba con los ojos inyectados en sangre.

Acercó el rostro para que ese animal absorbiera cada palabra, cada frase, cada letra.

Jamás serán tuyos ¡jamás! Irás a prisión, donde te pudrirás. Nos dirás dónde están los muchachos y todo aquello que queramos. Tu zorra está muerta y tu familia te repudiará, loco hijo de la gran puta una repugnante sonrisa asomó a esos labios, pero antes de que hablara John apoyó la fina punta de la daga en su mejilla. Sí, te abandonarán a tu suerte porque no podrán hacer frente al escándalo.

La demente sonrisa no abandonaba el retorcido rostro. Ambos lo tenían rodeado pero la repugnante mirada permanecía fija en Rob, recorriéndole con esos viciosos ojos.

La inmensa mano de Peter aferró la mandíbula de Saxton, brutalmente, y acercó su marcado rostro al del hombre que se negaba a desviar la mirada del que estaba situado a tres pasos, en pie.

No le mires.

Una mueca espeluznante cubrió los bien definidos labios, y por primera vez desde que todo se había precipitado en contra de sus deseos, clavó la vista en otro que no era Rob.

No lo entiendes es mío. Puedes hacer cuanto te plazca, pero siempre será mío. Estamos unidos y él lo sabe. Lo sabe.

Amor entre acertijos
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