XII

El sonido de esa fría voz le erizó el cuerpo y Rob supo que John no mentía, que lo haría y alguien moriría esta noche, de los suyos y de los de Saxton. Y no podía permitirlo, no si había una mínima posibilidad de intentar algo.

Miró a su padre y se entendieron sin necesidad de palabras. Sentía la mirada de Peter en su rostro e intuía que le estaba leyendo el pensamiento como si lo conociera mejor que él a sí mismo. Y quizá así fuera. Un segundo, un segundo fue el tiempo que necesitó para girarse y posar su mirada en los enfurecidos ojos de su amigo. Se leía en esos ojos negros que no quería que hiciera lo que iba a ocurrir a continuación, que se enervaría y entraría en cólera, pero hablaban de Mere, por Dios, y de cuatro hombres que sufrían lo indecible, de tres maravillosas mujeres que le observaban con una esperanzada interrogante y de su padre, que adoraba a esa pequeña mujer.

Solo por evitar que sufriera, haría lo imposible.

Iré yo, John, yo iré en su busca.

No.

Rob ignoró la ronca y agarrotada voz a su espalda. Solo podía verse reflejado en los aterrados ojos verdes del hombre que tenía frente a él.

Mierda Rob, no puedo pedírtelo, arriesgarías demasiado.

¿Lo harías tú en caso contrario?

La seria mirada no albergó duda.

Sí.

Está todo dicho.

Rob, te matarán de nuevo esa voz terca y crispada que provenía de detrás. No debía volverse y mirarle, no podía. Si lo hacía quizá flaqueara y no era el momento. Si no lo hago, podría morir Mere. Es un camino con una única entrada y salida, amigo y solo yo puedo pasar por él. Estaba tan claro.

Tendrían que idear un motivo por el que acudir a la organización, conseguir o engañar a alguno de los hombres para que lo llevaran adonde escondían a los muchachos y tendría que acudir por sí mismo, ya que en caso contrario arriesgaban demasiado para intentarlo siquiera. Su mente había comenzado a trabajar a marchas forzadas y las del resto, igual. Murmuraban ideas sueltas o posibilidades, imposibles unas, locas otras, insensatas la mayoría.

Sintió una firme mano posarse en su nuca y sin necesidad de mirar supo quién era.

Iré contigo.

No podía. Ahora no. Si permitía que le quebrara, ella estaba muerta. Sabía lo que tenía que hacer o Peter le pondría freno a todo lo que planteara, por miedo, simple miedo a perderle, sobre todo después de...

No. No era el momento de pensar sino el de actuar. Y si tenía que ser brutal con Peter para quitárselo de encima, lo sería, ya que no solo arriesgaban su vida sino la de otros, y Peter únicamente se centraba en él, maldita sea. Con un movimiento brusco de cabeza sacudió la suave mano que quedó pendiendo en el aire hasta que lentamente fue cayendo para descansar junto al costado del inmenso cuerpo al que pertenecía.

¿Rob? ¡Dios! jamás había escuchado con anterioridad ese tono en la grave voz, perdido, suplicante. Sus entrañas se retorcieron y con ellas su corazón.

Pero la redonda y dulce figura de la mujer con la que había pasado tanto aparecía vívida en su mente, hermosa y llena de ganas de vivir. Y si para ello tenía que resquebrajar algo la amistad única, o lo que fuera que los unía, no tenía más remedio. Con el tiempo Peter le perdonaría o al menos, así lo esperaba, así lo necesitaba. Sentía rígida la inmensa figura, acumulando enfado.

Rob, ¿qué diablos te pasa?

Dolía, cómo dolía.

Estoy harto.

¿De qué?

Respiró profundamente.

De ti, de tus historias, de lo que crees que sientes por mí, me asfixias con tu presencia, con tus palabras, con tu... jodido beso. No te quiero cerca ¿entiendes? No te quiero cerca de mí.

Según hablaba se iba apagando. La luz de esos oscuros ojos como si alguien lo estuviera matando y ese alguien era él. Tenía que alejarse. Había dicho aquello que más podía destrozar a su mejor amigo, al hombre que sentía más cercano que cualquier otra persona, que lo hundiría y después haría odiarle, renegar de él y todo porque no veía otra maldita salida para salvar a una mujer. Sacrificarse.

Sacrificar lo más hermoso que había tenido en su vida aunque le aterrara, aunque todavía no pudiera asimilar lo que ocurría entre ellos o quisiera pensar demasiado en ello. Y quizá destrozarle antes de haber rozado la mera posibilidad de ser feliz.

Se giró hacía el resto que permanecían algo apartados, debatiendo, mientras él se retorcía por dentro. Era irónico, nadie se había dado cuenta de lo que había hecho y Peter se lo había creído, notaba la furiosa mirada clavada en su espalda mientras se alejaba de él.

Él se lo había creído y ya no había marcha atrás.

Amor entre acertijos
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