XII
Despertó rodeado por su padre y la abuela, con la lengua de trapo, como la lija, y en una habitación totalmente desconocida para él. Observó a su alrededor en la medida de lo posible, ya que estaba tumbado boca abajo.
¿Por qué dormía boca abajo? Intentó volverse y el punzante dolor en su espalda le indicó la razón para ello y le trajo a la memoria retazos de lo que había ocurrido. Los golpes, los chicos, la sombra enorme del hombre agazapado. ¿Peter en la cueva? Otro... ¿beso?
¡Maldición! Estaba alucinando, seguro que por las endemoniadas drogas.
Parecía estar amaneciendo, pero no estaba seguro de qué día de la semana era y mucho menos qué hora. Necesitaba saberlo.
¿Hijo?
Trató de incorporarse girándose, pero no fue buena idea, así que optó por intentar ponerse de rodillas para sentarse cómodamente, hasta que notó la sábana resbalar por su ¡desnudo cuerpo! Aferró la ropa de cama con desesperación.
¿Y mi ropa?
Te la quitaron ayer, hijo. Bueno, más bien, el pantalón.
¿Quién?
Peter y Doyle.
El corazón casi se le para.
¿Me desnudaron?
Sí, hijo.
¿Entero?
No, hijo, medio cuerpo, solo el derecho.
Diablos, a veces su padre parecía el rey de los sarcásticos. Y ¡Dios!, Peter le había visto como lo trajeron al mundo. Un maldito rubor comenzó a ascender por su cuerpo, mientras por el rabillo del ojo observó la sonrisilla que apareció en los labios de su padre. Algo tramaba, y seguro que nada bueno por el brillo en esos ojos.
¿A qué día estamos?
Sábado.
¡Diablos!
Le dio igual todo, el sordo dolor, estar desnudo, el suave mareo al incorporarse. Era el día en que tenían que acudir al burdel, y por todos los infiernos, que nadie le arrebataría la satisfacción de capturar a esos dos enfermos.
Ayúdame, papá.
¡No puedes levantarte!
Vaya si puedo, tan solo mírame.
Su amoroso, y en estos momentos refunfuñón, padre se había colocado entre él y la ropa que avistaba al otro lado de la habitación sobre una butaca junto a la chimenea ubicada frente a la cama.
Caerás y se abrirán las heridas.
Eso le paró de sopetón.
¿Qué heridas?
Ay, hijo. A veces me pregunto por qué milagro de la virgen has llegado a adulto, totalmente sano.
Porque soy ¿sensato y muy prudente?
El irónico resople le llegó al alma.
Miró a su padre con dulces ojos de carnero asustado. Siempre, siempre daba resultado, con casi todo el mundo.
Muy bien, pero me desentiendo en cuanto te vea Peter.
Ya estaba, el nombre prohibido.
¿Y qué tiene que ver Peter con todo esto?
Que ha dicho que no dejemos que te levantes, que seguro que sería tu intención en cuanto despertaras y que esperáramos a que él llegue.
Empezaba a enfadarse. Intentó sosegarse mientras se anudaba la sábana a la cintura ya que se le estaba escurriendo y bastante gente le había visto ya desnudo como un bebé. ¡Qué horror!
Nada, no se le estaba pasando el mal humor.
Peter no manda sobre mí. Nadie lo hace, y por si lo habéis olvidado resulta...
No hemos olvidado nada, canijo.
Fue inmediato, oír esa grave voz y comenzar a transpirar.
Se aseguró de que la sábana estuviera bien atada y se giró a su derecha, hacía el umbral de la puerta donde estaba el enorme, oscuro, tenso y musculoso cuerpo de su mejor amigo estancado en la puerta, recorriéndole con esos ardientes ojos negros de la cabeza a los pies.
¡Lo hacía a propósito para descolocarle!
Maldita sea. Iba a pegarle un berrido cuando, se dio cuenta... Sencillamente lo supo, aunque ni su padre ni otras personas se lo habían contado. Simplemente lo sintió al igual que cuando sabes que llueve al ver caer las gotas o las sientes rebotar, frescas, en tu piel.
¿Qué decir al hombre que jugándose la vida le había sacado de un futuro infernal, sin esperar nada a cambio?
Os dejaré a solas las palabras surgieron de boca de su insensato padre, ignorante de la situación.
¡No!
El mismo chillido surgió de los labios de ambos hombres haciendo que el anciano arqueara las cejas.
Como niños, actuaban como infantes.
Les hizo caso omiso y con paso raudo se dirigió a la puerta bloqueada por Peter, quien no parecía que fuera a hacer el más mínimo movimiento para dejar expedita la vía de salida de la habitación, hasta que suspiró rindiéndose y se adentró en el cuarto. Norris cruzó el marco y dudó un momento, volviéndose para cerrar la puerta, pero una inmensa mano asió el pomo contrario y la abrió. Empujaban por ambos lados en una extraña parodia de juego infantil hasta que el anciano se cansó.
Muy bien, la dejaré abierta. Ni que fuerais a hacer algo innombrable...
Rob gimió. Dios, esto era un verdadero espanto y para colmo de los colmos no recordaba el noventa por ciento de lo ocurrido en la cueva.
Al menos, la puerta había quedado abierta. Se enderezó. Era un hombre y los hombres no se andaban con bobadas, no huían con el rabo entre las piernas.
¿Y si llamaras a Doyle? las negras cejas se fruncieron.
¿Para qué?
Era obtuso, el hombre era totalmente obtuso.
Debemos concretar la reunión en la policía.
¿A qué demonios te refieres?
El peso en el pecho se aligeró algo. Andaban por terreno firme y no por arenas movedizas. Eso. Hechos puros y duros y no blandengues sentimientos. Con eso podía lidiar.
Joder, Peter. Es sábado lo miró fijo esperando no tener que explayarse.
¿Y?
Llegó el maldito momento que llevamos esperando años.
Lo sé.
Pero antes debemos exponer todo en el Yard. Tenemos que acudir hoy, antes de que ocurra lo de esta noche, para que estén al tanto y nos apoyen. Hemos de hablar con Clive.
Esas cejas se fruncieron todavía más.
Claro, claro, el misterioso superintendente del que jamás me has hablado.
Diablos, Peter, es un gran amigo y más adelante te contaré todo lo que quieras saber ¿de acuerdo? miró al empecinado hombre, pero no parecía muy convencido. Era más tozudo que una mula. Apenas tenemos tiempo, se nos echa encima.
Los segundos de silencio pasaron a ser un minuto. Un eterno minuto.
Bien, acudiremos a Scotland Yard pero tú no irás al burdel esta noche.
No había escuchado bien.
Repite lo que has dicho, creo que entendí mal.
Entendiste a la perfección.
Las imágenes se le nublaron. La ira le llenó.
Como un león enjaulado dio unos pasos y se abalanzó sobre la ropa, la aferró mientras soltaba la sábana de entre sus dedos, resbalando esta hasta caer a sus pies y escuchó el zumbido de sus oídos generado por la ira que se le estaba acumulando en el cerebro, un ronco gemido que provenía de la zona donde estaba Peter. Le daba igual. Nadie, y mucho menos Peter, le impediría hacer lo que llevaba esperando tanto tiempo.
Se sentó de nuevo en el lecho al sentir un leve mareo e introdujo los calzones y el par de pantalones por sus pantorrillas, ignorando totalmente a la tensísima figura que permanecía tiesa donde le había dejado. Se levantó apoyándose en el colchón y deslizó con esfuerzo la ropa hasta cubrir su mitad inferior, ciñéndosela con rabia. De nuevo otro profundo y ahogado gruñido.
Seguía dándole igual. Estaba tan furioso con el hombre plantado cerca de él.
Tan distraído estaba dando la bienvenida a su ira que no apreció el fluido movimiento hasta que frente a sí apareció la altísima e inmensa forma de su mejor amigo.
Rob.
Dios, seguía enfadado.
Rob, por favor.
Eso sí llamó su atención. Peter rara vez suplicaba, por lo que alzó la vista hasta mezclarla con la negra que no se apartaba de él mientras respiraba con dificultad, como si lo que fuera a decir le estuviera costando media vida.
No podré repetir esto de nuevo. No podré, así que, por favor, escucha.
Quedó totalmente quieto, intrigado y completamente aterrado. Todo, la forma en que lo miraba, en que se inclinaba, la tensión del cuerpo gritaba a las claras que le iba la vida en lo que iba a decir.
No podría superar que te ocurriera algo. Sencillamente no podría. Hace tiempo que lo sé, pero no podía reconocerlo ¿sabes? No podía..., por miedo. Y eso no quiere decir que lo haya quitado, porque no es fácil deshacerse de lo que se te ha inculcado desde niño. Es realmente duro si tus sentimientos van en contra de todo lo que se te ha enseñado, lo que has vivido, lo que te ha rodeado...
Las palabras que estaba escuchando, Dios santo, pese al inmenso nudo en su cuello debía decírselo, como fuera.
Peter...
No, espera, por favor, por favor. Eres mi mejor amigo pero también mucho, mucho más, y si esto que siento hace que perdamos lo que ya tenemos, no podría hacerle frente. No podría. Tu amistad es y ha sido parte de mi vida y no sé si tú sientes...
Lo calló de la única manera posible. Rodeó el hermoso rostro con las manos y presionó suavemente sus doloridos labios en los carnosos y sintió, sin más, que todo ocupaba el lugar que debía, en su vida, en su mente y en su corazón.
Sonrió, aunque el inmenso cuerpo que besaba estuviera tieso como un palo del susto.
Todo iría bien de ahora en adelante, pese a los gruñidos, el miedo, las dudas, los celos, la tremenda posesividad de Peter.