XII
El jefe era el hijo de puta más afortunado del mundo. Justo el mismo día en que habían decidido vigilar la tienda los tiernos pajarillos habían optado por meter los morros donde no debían.
La satisfacción al pensar en el regalito que iban a llevar al jefe casi le hizo perder los estribos.
Si no se equivocaba en la tienda habían entrado tres de las cuatro mujeres que traían al jefe por la calle de la amargura. En cierto modo ahí estaba la ironía de la cuestión. La pena era que a la vieja no la había visto. Quizá no participara en el juego como las más jóvenes para evitar que su vejez ralentizara el plan que se traían entre manos.
En cuanto las figuras descendieron del carro, fue más que evidente que eran mujeres disfrazadas. Quizá dieran el pego a alguien que no prestara demasiada atención a lo que ocurría a su alrededor, pero no a él. El sutil vaivén de las caderas y la forma en que llenaban los trajes sobre todo la pequeñita, la favorita del jefe, eran inconfundibles.
Tan pronto llegaran sus compañeros comenzaría la diversión. Sí señor, la noche se estaba convirtiendo en una de las más interesantes de los últimos meses.
Esperó unos minutos, con ansiedad, a que llegaran sus compañeros de andanzas. Les iban a encantar las noticias. Al sentir su presencia se giró, pero solo estaba Gordon.
¿Dónde coño está tu hermano?
Se ha encontrado con un conocido y está intentando darse el piro, así que me adelanté.
¡Maldita sea! No podemos esperar. Llevan un buen rato en la tienda y si las dejamos salir podemos perder esta oportunidad, ¡joder! ¿Cuánto va a tardar tu hermano?
No lo sé, unos minutos o algo más. A ese amigo le resultaría extraño que se largara sin charlar y dijiste que no llamáramos la atención...
Su impaciencia por pillar a los pajarillos con las manos en la masa chocaba con la precaución, sobre todo después de la amenaza del jefe de cortarle la lengua. Pero si perdían la oportunidad de pillar a las mozas sería peor.
Muy bien, entraremos en la tienda y esperemos que tu hermano llegue a tiempo. Escucha con atención. En la tienda acaban de entrar tres personas, tres mujeres.
¿Qué coño...?
Calla y escucha, imbécil. Dos parecen sencillas de manejar, una es de baja estatura y otra es algo delgaducha. La que me preocupa es la que queda. Es tan alta como tú y parece tener la fuerza de un buey. ¿Has comprendido?
Sí. Que tenga cuidado con la grande.
No, idiota. Cuidado con las tres, pero sobre todo con la alta. Entraremos a la vez, yo iré a por la grande y tú a por la pequeña. Y si tu hermano no llega para cuando hayamos terminado, le rajo el cuello.