XII
No tenía la más mínima intención de llegar tarde ya que necesitaba como una fresca brisa el desfogue que le suponían las sesiones con ella. Después de recibir uno de los diarios sermones de su estúpido hermano, la presión se acumulaba en su mente, cada vez con mayor intensidad, hasta el punto de que mientras Lawrence movía esos incansables e insípidos labios, tan parecidos a los suyos, se había recreado con el modo más creativo e ingenioso de deshacerse de su cuerpo.
Si no fuera su jodido hermano habría llevado adelante sus planes hacía tiempo, personalmente. Disfrutó imaginando su alelada e impactada expresión si fuera capaz de leerle la mente.
Llevaba un par de semanas organizando el secuestro de su juguete y debía ser perfecto, sin rastros, sin pistas como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra, pero era difícil encontrar gente capaz.
Gozaba de una inmensa ventaja. El dinero movía montañas y a él le sobraba. Con el tiempo suficiente lograría lo propuesto. Era cuestión de tener algo de paciencia, justo lo que le faltaba en lo que a su juguete concernía.
Terminó de atarse al cuello el nudo del lazo, mientras sus azules ojos se reflejaban en el espejo e imaginaba la escena que últimamente se repetía constantemente en su mente. Ese hermoso cuerpo atado por las extremidades a los postes de su lecho, boca abajo, maravillosas marcas de golpes desfigurando esa amplia espalda y esos redondos glúteos, hechos exclusivamente para él. No veía el momento de probarlo. No le amordazaría. No a él.
Le urgía escuchar sus gritos, pidiendo clemencia, sus sollozos al ahogarse.
Mientras eso ocurría, la sombra no tendría más remedió que observar cómo se adueñaba de su juguete, amordazado y cautivo.
Las cadenas que había ordenado forjar destinadas a ese peligroso hijo de puta, ni siquiera él las quebraría.
Una y otra vez, daba vueltas a la cabeza y no terminaba de entender cómo al cruzar sus miradas aquel día, su rubio juguete no sintió la atracción de ese amor destinado a unirles. Daba igual, la sintiera o no, él lo hacía por ambos y se lo demostraría.
Aspiró con desgana. Hoy tendría que valer el segundo plato, la zorra, hasta que tuviera frente a sí al suculento plato principal.
Miró la hora marcada en el reloj. Quedaba una hora, por lo que tenía que darse prisa.