XIX
Así que tú eres uno de los malditos topos.
El puñetazo que recibió en contestación lo dejó atontado y con el sabor de la sangre llenando su boca. Hijo de puta, lo estaba disfrutando.
Dime, ¿qué dirás a Rob Norris cuando se entere que uno de sus hombres de confianza le ha traicionado?
Evans, el agente de Rob asignado a vigilar la parte trasera junto con él y de paso asegurarse de que el agente cedido por Stevens no era corrupto, le miró con odio.
No se enterará...
¿Por qué lo traicionaste? ¿Por qué te vendiste?
Por dinero, amigo. Por demasiado dinero como para rechazarlo.
Lo miró con asco.
¿Y ese dinero vale la vida del agente que has matado?
Eso y mucho más. No puedes imaginar la desesperación de Saxton por tener entre sus manos al rubio y a tu deliciosa esposa. Una desesperación que bien vale una pequeña fortuna.
Dios.
Lo mataré antes de que la toque con un jodido dedo.
El repúgnante traidor rió jocosamente.
Claro, Aitor y dime, ¿cómo lo harás? Por lo que veo estás ligeramente prisionero. Además, creo que has atraído el interés de la zorra.
Lo que le faltaba. Asco de día. Al menos Mere estaba sana y salva bajo la protección de los demás.
Ambos se volvieron al abrirse la gruesa puerta ¿Qué infiernos estaba pasando?
Esa no era Selena Saxton.
Dios mío, de cerca eres más apuesto de lo que imaginé.
Era bella, pero sus ojos rezumaban crueldad. Alta, delgada, pero con curvas. Y fría. Inmensamente fría.
Joder, se habían equivocado de mujer. Lo supo en cuanto Evans agachó la cabeza como un cordero al ver pasar delante de él a la mujer. No en señal de respeto, sino de miedo. Profundo miedo.
Era ella, la mujer obsesionada con Peter, que lo había torturado hasta lo indecible, que destrozaba a imberbes muchachos sin una mísera mirada atrás. Necesitaba saberlo.
No eres Selena Saxton.
Las carcajadas retumbaron por toda la habitación, pero eran tan gélidas como la mujer que en pie, vestida como un hombre y con la dorada melena desperdigada por la espalda, lo observaba con atención en esos claros ojos.
No querido, no lo soy.
Eres la amante de Martin Saxton.
Las entusiastas palmadas le sorprendieron.
Joder. Estaba como una jaula de grillos la mujer.
Celeste Saxton, a tu servicio, querido hizo una inquietante reverencia mientras con la mano despachaba a Evans. Déjame a solas con él.
Señora, el señor Saxton ordenó que no se le perdiera de vista.
Y así será, buen hombre, así será.
Evans no se movió, dudando.
Tienes dos segundos para salir por esa puerta o está noche no tendrás ojos en esa asquerosa cara.
Sonreía mientras lo anunciaba y John no dudó ni por un momento que así sería. Totalmente demente.
El maldito cobarde se apresuró a dejarlos solos.
Sé quién eres lanzó una horrible risilla mi cincuenta y ocho, mi hermoso cincuenta y ocho, pero te cuidaré ¿sabes? Sí, te mantendré mucho, mucho tiempo conmigo.
Se aproximó lentamente hasta que las rodillas de ambos quedaron casi rozándose.
Eres tan hermoso, casi tanto como mi sombra.
Dios, no entendía la mitad de lo que decía, aunque intuía de qué se trataba, y no tenía la más mínima intención de seguirle el juego a la zorra.
Te diré un secretito la mujer se inclinó sobre la pequeña cintura hasta que sus rojos labios rozaron su oído ha mandado secuestrar a tu esposa. Le obsesiona poseerla y jamás le ha ocurrido antes con un miembro del sexo femenino. Dime, querido, ¿qué tiene esa insignificante mujer que os gusta tanto?
Corazón, so puta. Tiene un generoso corazón, lo que tú jamás tendrás.
Los azules ojos se agrandaron ligeramente y enseñó los blancos dientes.
Me gusta pasó la yema del pulgar por su labio inferior, siguiendo con la mano el movimiento de rechazo de John. Vas a pelearme ¡bravo! Me encantará domarte. Aunque quizá no pelees tanto cuando tengamos delante a tu preciosa mujercita ¿verdad?
Tocadle un solo mechón de cabello y estaréis muertos.
La serenidad con que lo dijo no agradó a la zorra y quizá traspasó algo la coraza de demencia que envolvía su mente.
Eres peligroso, muy peligroso. Me gusta.
Nada contestó ya que nada quedaba por decir. Lo importante estaba dicho.