XV
La reunión estaba resultando un completo desbarajuste, peor que cualquier gallinero, con cuatro gallos peleones, esperando la incorporación de un pavo real, tres gallinas cluecas a punto de poner huevos por la tensión y una pareja de ancianos que al menos mantenían la compostura entre tanto revoloteo.
¿Esperamos a Jared?
No. Ya se incorporará a la discusión en cuanto llegue.
El aspecto de Norris había cambiado como de la noche al día y el miedo acumulado en el pecho de Mere iba desapareciendo con el mismo discurrir del tiempo que, lento, iba sucediéndose.
Los demás parecían sentir la misma tranquilidad pasmosa que ella, salvo quizá Julia que estaba arrebolada como una pomposa remolacha. Algo le decía a Mere que el causante no era otro que el hombre con los ojos más impresionantes de la sala. ¡Vaya! Qué ojos tenía el condenado...
El codazo que recibió en la cadera la despertó de su ensimismamiento y entre labios siseó: “Solo miraba, bruto”.
La contestación fue escueta y de nuevo entre labios, entre los labios más carnosos y apetitosos de la sala: “Pues mira a otro lado, lo vas a avergonzar”.
Algo le decía a Mere que un hombre como Doyle Brandon no se avergonzaba así como así; bueno quizá sí, ya que ¡se estaba poniendo colorado! Oooh, esto se estaba poniendo la mar de sabroso...
Uno de los hombres con aspecto más amenazante que había conocido en su vida, rojo como un tomatillo como consecuencia de la mirada que Julia tenía fija en sus labios. Mere, con una sonrisa de oreja a oreja, lo supo. El pobre desgraciadillo estaba perdido. Julia lo aborrecía y él estaba loquito por sus huesos.
La entrada del pavo real desvió su febril imaginación hacia derroteros más serios. Mere intuía que tenía que ver con la misteriosa reunión a la que John y su hermano habían hecho referencia el otro día, esa que hacía que se carcomiera por averiguar de qué se trataba. Al parecer, por fin iba a descubrirlo.
Norris tomó la palabra una vez estimó que Jared había aposentado su inquieto trasero en una de las mullidas sillas que habían trasladado de otras habitaciones para acomodar a todos.
Jared, ¿han salido ya vuestros padres de la casa?
Sí, los acabo de dejar instalados en casa, con Dean y Thomas. Están cansados, Norris, cansados mentalmente y no me extrañaría que cualquiera de ellos apareciera a media noche por aquí para asegurarse de nuevo de que estás vivito y coleando.
El golpe había sido duro, muy duro, para todos y pasaría tiempo hasta que las embravecidas aguas se calmaran. Norris asintió y continuó.
Todos conocéis la descripción de mi atacante, un hombre grande, y lo más característico, su voz. Sé que es poco, pero estad atentos a una voz casi con la tonalidad de un bajo, desgarrada. Bueno, en realidad esta reunión es para otra cosa. John...
El testigo se trasladó a este.
Por lo que sabemos hasta ahora, Saxton es un elemento central en todo esto y por ello debemos acercarnos cuanto podamos. Por lo que comentó Rob está interesado en vosotros su mirada se dirigió a los hermanos y también hace unos meses se interesó por nuestras empresas, más específicamente por las de ingeniería. No le di demasiada importancia porque no era una relación que me interesara especialmente dada la nefasta fama que tienen sus fábricas.
La tensión comenzó a palparse en el aire.
Ahora me preocupa que el interés coincida con la época en que las pesquisas del Club incrementaron.
¿Te citó para hablar de negocios?
Sí, y mantuvimos una única reunión.
La sorpresa fue colectiva.
¿Y nos lo dices ahora?
Mere lo fulminó con la vista pero el trol la ignoró totalmente.
¿Alguien más lo sabía?
Jared.
¿Qué ocurrió?
En resumen, nada que resaltar. Fue una mera cita de negocios pero me dio ocasión de hacerme una primera impresión del hombre, y no me pareció una persona capaz de dirigir una red criminal de la entidad de la que hablamos.
Diablos, John. No se iba a presentar como el hombre que secuestra chavales para mejorar la opinión que tuvieras de él gruñó Doyle.
No sé explicarlo, pero no me pareció un hombre cruel, más bien un hombre entrado en años, cansado y con cierta tendencia a beber de más. También me presentó a su hijo.
Sigue.
Muy bien. A raíz de enterarme, en la fiesta en la que Mere cayó despatarrada al suelo, que estaba metida en todo este berenjenal y que Cecil Worthington era el punto de mira de sus torpes indagaciones la patada que le lanzó Mere falló por milímetros, y con la mirada, John le prometió una golosa retribución optamos por investigar por nuestra cuenta. Sabíamos que Cecil trabajaba en la fábrica, y yo guardaba un pasado común con él al haber coincidido en la misma época luchando en la guerra de Crimea, aunque fuera en diferentes regimientos. El resto fue sencillo. Concerté una nueva cita con Saxton comentándole que había cambiado de opinión y que podía estar interesado en hacer negocios de ahora en adelante. La contestación no tardó en llegar. La reunión estaba previsto que se celebrara hace unos días, pero recibimos una nota solicitando que se pospusiera. No indicaron la razón. Como preguntar hubiera resultado excesivo, al carecer apenas de trato, estuvimos de acuerdo. Se va a celebrar mañana por la noche.
¿Tan pronto? farfulló Rob.
Sí, sé que no tenemos apenas tiempo pero no hay otra opción que acudir. Al parecer va a haber una fiesta en la mansión Saxton y hemos sido invitados, junto con nuestras esposas.
El cerebro de Mere se iluminó con ideas a cada cual más estrambótica.
Ya lo puedes olvidar, enana.
¿El qué?
Acudir a la fiesta conmigo. Por nada del mundo te voy a meter en la boca del lobo.
Abrió la boca para protestar, pero el testarudo de su marido alzó el dedo índice amenazante, con ese gesto que hacía que a Mere se la llevaran los demonios.
Decidió circunvalar la oposición que mostraba su señor esposo.
¿Y si pudiera ayudar?, ¿y si entre las mujeres de la fiesta obtuviera algún tipo de información?
Sí, claro, como la mejor manera de hacer “piti puan”, “micrimiar” o como demonios se llame esa cosa que está de moda se atrevió a lanzar el cabeza de chorlito de su hermano, estando rodeado de mujeres, rencorosas mujeres si las provocaban más allá de cierto límite...
Es “petit point” y “macramé” y es realmente costoso hacerlo bien, so ignorante el bufido que soltó Jules sobresaltó a todos, pero a ninguno como a Jared, quien entrecerró los ojos dejándolos reducidos a pequeñas rendijas.
Este quedó alucinado. ¡Vaya con la pequeña ardilla!, no le faltaban los dientes. Tendría que observarla atentamente en el futuro no fuera a ser que quien arrastraba en sus locas e insensatas extravagancias a su atolondrada hermana fuera esta personilla y no al revés. Curiosa reacción, sí señor. Había fuego en ese cuerpecillo insulso.
Rob intervino.
Maldita sea, pues lo conveniente sería que los cuatro pudiéramos acceder a la mansión.
¿Quiénes? preguntó Peter con cierta inquietud.
Quién va a ser su mejor amigo le miraba como si le hubiera surgido por arte de magia una segunda cabeza sobre los hombros John, vosotros dos y yo.
No me parece una buena idea.
Ahora todos le miraban como si le hubiera salido un tercer ojo en la frente.
Rob comenzaba a enfadarse.
¿Se puede saber qué diablos te pasa, Peter? miró brevemente hacia las mujeres con perdón, señoras, es que este lerdo me sulfura.
No puedes entrar en esa casa. Iremos nosotros tres.
La barbilla de Rob rozaba sus rodillas. Miró hacia Doyle buscando una explicación que él no alcanzaba a comprender, pero por la mirada que exhibía el hermano mayor, estaba tan asombrado como el que más.
Me importa poco lo que digas en este momento, Peter. Iremos los cuatro, y por Dios, que no lo vas a impedir salvo que me des una sensata razón que haga que lo reconsidere.
Peter le miraba con ojos de halcón y los labios apretados en una fina línea. Los nudillos de ambas manos, blanquecinos de la presión ejercida.
¿Quieres saberlo?
Sí, ya va siendo hora ¿no crees, amigo?
Está bien. Pero no os va a gustar a ninguno por un momento pareció plantearse el callar pero necesito que las mujeres dejen la habitación.
La protesta debió haberse iniciado de inmediato, pero algo en el sonido de su voz avisó de que no era el momento ni el lugar, de que si necesitaba espacio para contar lo que fuera, no iban a ser ellas quienes se lo fueran a negar.
Con lentitud las mujeres abandonaron la habitación llegando únicamente a escuchar las primeras palabras de Peter Brandon.
Las amenazas eran lo peor..., lo demás..., llega un momento en el que...
Mere se alegró de no tener que presenciar lo que su marido iba a escuchar en esa habitación cerrada. Lo agradeció en el alma.