XVII
Horas más tarde seguían despiertos uno en brazos del otro, de costado en el blando lecho y Mere supo que debía decirlo antes de que fuera demasiado tarde.
Posó la palma de la mano en la mejilla de su marido y la dirigió hacia ella. Tenía que decírselo mirándole a la cara, la única forma posible.
Si me ocurriera algo...
Su John posó la yema del índice sobre su boca.
No, Mere, no.
No lo entendía, tenía que hacerlo y suplicó con la mirada hasta que él apartó la mano y tragó con dificultad, intuyendo lo que iba a escuchar.
Te quiero, amor, y lo sabes él solo asintió y también sabes que mañana las cosas pueden torcerse nuevamente esa hermosa cabeza se inclinó. Prométeme que no te derrumbarás si algo me ocurriera, pelea hasta que no te queden fuerzas y aun así. Eres un luchador, siempre lo has sido y aunque uno de nosotros faltara, nadie podrá jamás quitarnos todo lo que nos hemos amado.
Los ojos de su marido brillaban y a ella se le estaba formando un horrible nudo en la garganta.
El amor de su vida alzó su mano y cruzándola sobre la de ella, entrelazados los brazos, la posó sobre su mejilla.
No sé si querré vivir, Mere, si tú me faltas, no sé si querré...
¡No! Por favor, por favor, no me digas eso.
No apartaban sus miradas.
Prométeme que no te dejarás ir, que no me seguirás si ocurriera lo peor, por favor. Necesito oírlo.
No puedo, mi amor, no puedo porque sería una promesa vacía.
¿Y no podrías mentirme un poquito?
La suave risilla que surgió de la garganta de su marido o un sollozo entrecortado, ya no distinguía, hizo que sintiera un puño apretar su pecho.
Entrelazaron las piernas. Lo necesitaban. Su gruñón la besó en los labios suavemente, una y otra vez, con besos que le llegaban adentro, muy adentro hasta quedar de nuevo tumbados, esperando que les llegara el sueño.
Duerme, mi amor, siempre estaré aquí para vigilar y protegerte.
Rezó, ya que no podía hacer más, por ellos, por todo; sobre todo porque el maldito destino no les quitara lo que tanto les había costado conseguir. Amarse.