VII

Mere no podía recordar en ese preciso momento, todas las veces que se había colado en la habitación de John desde que era niña o incluso siendo joven, jugando al escondite o para arrastrarle como acompañante a algún aburrido baile de temporada, ya que carecía, para su eterna sorpresa, de pretendientes.

La situación era tan diferente en esta ocasión. La habitación que grababa en sus pupilas con deleite se había convertido de la noche a la mañana en la suya y la iba a compartir con el grandullón. Se le iluminó de repente el cerebro.

¿Dormiremos juntos? las cejas de John se alzaron con intriga mientras depositaba sus gemelos en una bandejita sobre su cómoda ya sabes, ¿en el mismo lecho y habitación o en habitaciones diferentes?

Se acercó a ella al tiempo que se iba desabrochando la camisa, dejando al descubierto ese pecho definido, del que Mere no podía apartar la mirada, hasta que lo tuvo a un suspiro de su rostro.

¿Tú qué crees, enana?

Yo prefiero en la misma habitación. Así podré controlarte cuando intentes controlarme desde arriba se escuchó una risita, así que Mere decidió alzar la vista. La mirada del grandullón era soñadora. En cierto modo no esperas que semejante mirada sea la de un hombre adulto, sino más bien la de una doncella ruborosa y atolondrada, pero a él le iba como anillo al dedo y eso enterneció a Mere. Madre mía, su marido era como un pastelito.

¿Qué habías comentado antes acerca de liberarte de cierto vestido?

¡Oh!, sí, por favor! Si me lo quitas cuanto antes, haré lo que quieras, todo lo que me pidas.

Pero ¿es que quieres volverme loco con las cosas que dices?

Ajá.

Eres una bruja ¿lo sabías?

Hum.

Le resultaba imposible pronunciar palabra ya que John se había colocado a su espalda y había comenzado a desabrochar los horribles corchetes que le habían apretujado durante todo el día. El último prácticamente se rompió y sus pechos se liberaron. No pudo evitar masajeárselos ligeramente con sus manos para suavizar la leve incomodidad que persistía por haberlos tenido presionados durante tanto tiempo. Un gemido hizo que se girara levemente alzando la vista. Su recién estrenado marido se estaba lamiendo los labios, esos labios que obsesionaban a Mere. Madre mía, ¡ahora podía decir lo que pensaba!

Me encantan tus labios, marido.

¡Dios! y a mí tus pechos, así que estamos de enhorabuena ya que hacen una pareja perfecta.

Le bajó la camisola dejándolos al descubierto, inclinó la cabeza y la apoyó sobre su hombro derecho. Deslizó sus manos por su cintura y desde detrás aferró sus pechos con ambas manos ahuecándolos en ellas, sopesándolos. Ya comenzaba con el reguero de besos por el cuello, tras la oreja, por su mandíbula, lamiendo de tanto en tanto.

Los tienes sensibles y sonrosados comentó suavemente mientras comenzaba a masajearlos con esas manos grandes.

Ha sido culpa de madre ya que el vestido de tía Carlota era negro.

¿Eh? las manos se pararon brevemente ¿sabes, cariño? creo que ni en un millón de años podré llegar a deducir tus asociaciones de ideas, y eso me encanta. Ven aquí la giró suavemente.

¡Rábanos! y a ella le volvía loca todo lo que hacía él. Al sujetarla por la cintura Mere lanzó un suave sonido de queja.

¿Qué te pasa?

Me duele algo la espalda ya que el vestido me apretaba. Mamá me ha embutido en él como buenamente ha podido.

¿Y por qué no te has puesto otro?

¿Humm? no conseguía hilar pensamientos por el masaje tan fantástico que le estaba dando en la cintura y en las caderas.

¿Que por qué no te has puesto otro?

Porque era negro. No pares, por Dios... su sonrisa era preciosa.

Como usted ordene, señora Aitor.

Suavemente deslizó la falda por sus piernas hasta dejarla en el suelo y luego la enagua, dejándola totalmente desnuda. Con la mano le acarició el trasero, y después, sin apenas tiempo de observarla con detenimiento, John terminó de desnudarse, la alzó en brazos y la depositó en mitad del lecho, boca abajo, tras apartar a un lado las sábanas. El primer pensamiento de Mere fue lo mullido que parecía el colchón. Al siguiente segundo, todo pensamiento se disipó de su mente. Sentía sus musculosos muslos situados a ambos lados de sus caderas. Por un breve, brevísimo momento, dudo, se alzó sobre los antebrazos y se volvió. La visión la dejó boquiabierta. Un hombre hecho y derecho, hermoso y completamente excitado, que la recorría con la mirada como si fuera un banquete para los dioses. Le entraron ganas de juguetear.

¿Qué vas a hacer?

Sus miradas se encontraron.

Te voy a dar un masaje y después, por todos los infiernos, que te voy a amar como nunca antes te he amado.

¿Mejor que lo del otro día?

Las comisuras de los labios se le izaron.

Ajá, eso espero, enana.

Vaaale se reclinó nuevamente hasta que se le volvió a ocurrir algo. En esta ocasión permaneció con la cara hundida en la almohada.

¿Podría darte yo un masaje después, antes de amarnos?

Lo que quieras.

¿Y explorarte lo que desee y tocarte donde quiera?

Diablos, sí.

¿Y chuparte y saborearte y hacer contigo lo que se me ocurra?

Se hizo un silencio que duró unos segundos. Mere alzó de nuevo la cara y se giró. John estaba petrificado, sudando y su miembro parecía a punto de explotar, erguido y enorme. Diantre, pero tenía toda la intención de explorar con sumo detenimiento todo ese espléndido cuerpo expuesto ante sus ojos.

Dios, enana, o callas o tendremos un problema.

No le entró el más mínimo miedo.

Vale, pero ¿me dejarás explorarte? Tengo mucha curiosidad.

Comienzas a darme miedo...

Mere soltó una risilla y en contestación recibió una palmada en el trasero. No tardó en sentir las manos que resbalaban por sus piernas, con una lentitud pasmosa. Apenas habían llegado a la parte posterior de la rodilla cuando ya volvían por el camino recorrido, hacia abajo. Parecía como si con las yemas de los dedos quisiera memorizar cada recoveco, cada pequeña cicatriz. Subieron lentamente y avanzaron por los muslos hasta la parte baja del trasero. Con desesperación Mere notó que las manos bajaban nuevamente y no pudo aguantar, se retorció.

Escuchó una risilla que se atragantó en cuanto Mere decidió acomodarse abriéndose ligeramente de piernas. No había terminado de situarse cuando sintió que suavemente le apartaba la melena de la espalda y recorría con sus pulgares su columna vertebral, con una presión apenas perceptible. No subió nuevamente por el mismo recorrido. En su lugar fue depositando suaves besos por donde instantes antes habían paseado esas manos, esas dulces manos.

Con sorpresa Mere notó un ligero mordisco en la nalga derecha y luego otro y otro y otro más. Notaba que su respiración se aceleraba según esas manos se iban acercando al lugar entre las piernas que había dejado expuesto al abrirlas. Pero no llegó, sino que pasó de largo y comenzó de nuevo con el sinuoso masaje. Por Dios, le iba a dar un ataque al corazón en cualquier momento del furioso bombear que sentía. Se dio cuenta de que ya no la rodeaba con ambas piernas, cuando percibió que su mano se colocaba en la parte interna de su muslo urgiéndola a separarlo del otro. No tenía que insistir. Tan pronto sintió el leve empujón, abrió la piernas ofreciéndole espacio suficiente para que él situara su musculosa rodilla. A la primera se unió la segunda, y Mere, por instinto, separó ambas piernas con total desinhibición. Sintió cierto temblor en las manos que la acariciaban y escuchó la voz ronca de emoción.

Me vas a volver loco con este cuerpecillo tuyo y esa sensualidad ¿sabes?

Sintió que lentamente se recostaba sobre ella, lo suficiente para que su pecho quedara pegado a la espalda de Mere y sus musculosos brazos se deslizaran bajo los suyos hasta alcanzar sus apretados pechos, soportando su peso, sin asfixiarla, haciendo que se sintiera simplemente deseada. En ese mismo momento percibió la presión del inmenso miembro que se deslizaba sobre la hendidura de su trasero, así que Mere se irguió levemente para girarse y quedar de frente, pero John no se lo permitió.

No, amor, déjame amarte... Dioses, me encanta como hueles.

¿Así?

Ajá.

¿Es posible?

John le dio un tentador mordisco en el cuello seguido de un provocativo lametón.

Sí, es posible de esta manera y de muchas otras.

Madre mía, estaba intentando separarle aun más las piernas y con ello notaba su miembro acercarse a su sexo al tener más espacio. Sentía tantas sensaciones con los suaves mordiscos, el masaje de sus pechos y ese ir y venir ondulante de las caderas que sentía tras ella, que si no hacía algo de inmediato iba a desmayarse. En una de las retiradas hacía atrás de esas caderas, Mere alzó las suyas sintiendo la necesidad de que no se separaran.

Hum, ¿estamos impacientes, mi amor?

Sí, por el amor hermoso, como no me...

Le resultó imposible seguir hablando. Con un firme empujón de esas sensuales caderas se había adentrado en ella. El gemido que lanzaron fue mutuo. Después llegó un segundo empujón y Mere apretó con fuerza la almohada, estrujándola. John le mantenía totalmente abiertas las piernas con sus muslos. Parecía como si con esa postura él pudiera adentrarse en su cuerpo hasta lugares que no había alcanzado aun. Lo sentía tan adentro que le daba incluso miedo.

Se sentía tan, tan llena. Con cada empujón la invadía más hasta que le dio la impresión de que no podría soportarlo más, pero su cuerpo lo admitía. Lo acogía con ansia. La mezcla de dolor y placer la estaba volviendo loca, la lentitud con la que estaba entrando, el ligero dolor del inicio y la sensación increíble del deslizamiento, lento al principio, hasta que notó el impacto de su cadera en sus nalgas. Le siguieron unos profundos empujones que hicieron que sus piernas temblaran sin poder controlarlas ¿o eran las de ambos? ¿Acaso estaba intentando matarla de placer? Solo podía pensar en eso, en el increíble placer que estaba sintiendo, hasta que llegó el momento en que dejó de pensar y se dedicó a sentir. La fuerza de la embestidas iba a más, llegando a un punto en que era imposible distinguir cuando entraba o se retiraba, solo el roce, la presión, el golpeteo, el desplazamiento hacia la cabecera de la cama como consecuencia de los fuertes impulsos. Ya no podía aguantar más. Con las manos cubriendo las de él, sobre sus pechos y la cabeza girada en la almohada mientras él la besaba en el cuello, el hombro, la nuca, sintió que iba a explotar en cualquier momento.

No puedo más..., por favor, no puedo.

Las penetraciones seguían y con ellas el placer se incrementaba hasta que llegó esa sensación. La sensación de dejarte llevar por tu cuerpo. Las contracciones incontroladas en su interior que hacían presión contra ese inmenso miembro, aprisionándolo, llegando a dificultar su avance, pero no lo detenía. Únicamente lo ralentizaba causando un mayor placer, si ello era posible. Unos pocos avances más y Mere sintió un calor en su interior, el estremecimiento en el cuerpo de John que indicaba que también había estallado, el cambio en el ímpetu de los empellones en el gemir que surgía de esos llenos labios, en la placidez de su cuerpo tras unos minutos y en el incremento en el peso sobre el suyo.

Tenía razón John, había sido aun mejor que el placer que ya habían compartido. Pensar en ello hizo que sonriera pícaramente.

Mere sintió que John suspiraba, tragaba saliva y se retiraba de ella con cuidado. Pese a ello dio un respingo. Le daba la impresión de que iba a seguir sintiéndolo dentro bastante tiempo. Con suavidad se recostaron de costado, el uno frente al otro, con las piernas entrelazadas.

¿De qué te ríes, cariño?

Tenías razón, toda la razón del mundo.

¿Ah sí?

Ajá, estaba impaciente y con motivo.

John se rió con ganas. Se giró para apagar la vela que alumbraba la habitación y sujetándola bajo los brazos la acercó y se tumbó sobre su cuerpo con la cara apoyada en su hombro. Con la mano derecha agarró las sábanas y cubrió a ambos. Tan solo se apreciaban sus siluetas, gracias a las brasas de la chimenea, que poco a poco iban perdiendo fuerza.

En esa posición, comenzaron a relajarse, pero Mere no podía dormir. Sabía que algo se le olvidaba. Hizo memoria mientras sentía la tranquila respiración de John. ¡Ya lo recordaba!

¿Y el masaje que quería darte? ¡Has hecho trampa!

La carcajada de John retumbó en su oído y en toda la alcoba ¡Rábanos!, le chiflaba ese sonido.

Amor entre acertijos
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