XVI
Dean quedó apostado frente a la puerta de entrada de la casa de citas mientras Doyle y Clive volvían sobre los pasos del primero, hasta alcanzar la zona donde debía estar John.
Allí no había nadie.
¿Qué cuernos pasa? ¿Y dónde diablos están el agente que, supuestamente, vigila también este acceso? ¿Y el hombre de Rob?
No me gusta nada, pero, nada. John no dejaría su puesto salvo por una razón de peso susurró el mayor de los Brandon.
Quizá haya seguido a Saxton al interior.
Puede indicó Doyle pero algo le decía que no era así maldita sea.
Adelántate a hablar con Norris mientras yo le digo a Dean lo que ha ocurrido. Necesitamos a Williams y que el padre de Rob acuda a la policía con un mensaje de mi parte. Nos urgen refuerzos y con premura. Si han capturado a John y alguno de mis hombres es corrupto, vamos a tener un duro enfrentamiento. Si están sobre aviso, habrán apostado a numerosos hombres en la casa y tendrán en el punto de mira a Peter y Rob.
Norris querrá entrar en cuanto sepa que su hijo y Rob están dentro.
No podrá ser. ¿No me dijiste que sigue débil del último ataque? Arriesgaría demasiado. Es esencial que acuda por refuerzos a la policía. ¡Joder! en peor momento imposible, el turno de noche, pocos hombres y agotados...
No tenemos demasiado tiempo.
Se separaron en sentido opuesto y Doyle no tardó en alcanzar a las tres personas que permanecían agazapadas en las sombras. Mere le vio llegar la primera y se lanzó en su busca.
¿Y bien? ¿Dónde está John? los castaños ojos miraban a su espalda como si esperaran ver aparecer en cualquier segundo la figura de su marido.
No está.
Silencio sepulcral.
No está donde se suponía que debía estar vigilando.
La pequeña figura se dobló sobre sí misma, apoyando las pequeñas manos en las rodillas.
Lo han cogido, lo han cogido, lo han cogido...
Norris apoyó la amplia palma de su mano en la estrecha espalda.
Hija...
Se enderezó de golpe.
No lo permitiré sos ojos comenzaron a brillar con furia. Giraos, por favor.
Había perdido el norte. Era la única explicación para lo que acababa de pedirles. Que se giraran, ¿no sería para escapar y salir corriendo a la carrera? A esta mujercilla podía ocurrírsele cualquier cosa.
¡Venga! la impaciencia inundaba esa fina voz.
Hija, ¿qué pretendes?
La empecinada mirada se posó en los tres asombrados hombres.
Me voy a convertir en puta.
Se agachó para recoger algo del suelo, una especie de bolsón del que a tirones, sacó un pomposo y llamativo vestido rojo.
Ahora lo entendía, peligrosa, endiablada e inteligente mujer. Pretendía infiltrarse en el burdel como puta y así pasar desapercibida entre las demás mujeres. Dios santo, podría resultar...
Le dieron la espalda de inmediato, en cuanto, tras un farfulleo, comenzó a desprenderse de la oscura chaqueta y se ¡sacaba!, de debajo de la pechera de la camisa, ¡de entre los pechos!, una brillante daga. ¡Iba armada!