IV
Era noche cerrada cuando salieron del domicilio de los Brandon y con rapidez pusieron rumbo a casa. La reunión había terminado en plena discusión entre el matrimonio.
No terminaba de entender cómo alguien tan inteligente podía despachar con tanta ligereza las precauciones necesarias en un tema de calado como el que afrontaban. Mere no le hacía caso. Había intentado razonar con ella, pero cuando se ponía terca parecía una mula incontrolable. Finalmente no le había dejado otra opción que prohibirle categóricamente inmiscuirse más allá de lo que ya estaba.
La reacción fue de lo más previsible. Su mujer había apretado los suaves labios, entrecerrado los ojos y mirado fijamente. El significado de los tres gestos unidos solo podía implicar una cosa: que tenía un serio problema entre manos.
Sigo inquieto comentó Jared desde el asiento de enfrente del carruaje. John se volvió hacia su mujer situada lo más lejos posible de él dentro de las estrechas dimensiones del interior. Mere no apartó la mirada de la calle, ni siquiera para hablar.
¿Estás pensando que deberíamos hacer una visita a la tienda de Norris?
Sí. Por lo que le conozco, resulta raro que no avisara de la imposibilidad de acudir a la reunión. No me agrada.
Tienes razón secundó John.
Con un suave golpe de aviso en el techo, indicó al cochero el nuevo destino.
Al llegar apenas se perfilaba la puerta de entrada a la tienda, tanto por el escaso alumbrado que iluminaba la calle, como porque estaba situada en un entrante cubierto por una oxidada tejavana. Pese a ello, en seguida descubrieron que el cristal de la puerta estaba resquebrajado. Sin llegar a salir del vehículo, John hizo un gesto al cochero.
Williams, quédese vigilando y proteja a su señora. El Señor Evers y yo entraremos en la tienda. Si escucha cualquier ruido, por pequeño que sea, aléjese con ella.
¡No!, yo no os dejo solos. Tengo la sombrilla y podría...
A callar, Mere, y haz lo que se te dice su manaza se posó con fuerza en el muslo de Mere y la miró en silencio.
Por primera vez en su vida la mirada de John la dejó sin palabras. En ese momento entendió que su marido podía llegar a ser un hombre extremadamente peligroso. Tragó saliva en seco y asintió sin pronunciar sonido alguno.
Ambos se bajaron y esperaron a que el carruaje se alejara para empujar levemente la puerta. Un olor dulzón, empalagoso, les alcanzó la pituitaria. El olor a sangre coagulada. Maldita sea.
John se internó en la oscuridad el primero. Jared le seguía, pegado prácticamente a su espalda, ambos portaban las armas que habían cogido del interior del carruaje. La estancia estaba revuelta pero no demasiado. Había libros sueltos desperdigados por el suelo y varias sillas volcadas, pero nada que no pudiera arreglarse con una sesión de limpieza. Se quedaron quietos unos minutos hasta comprender que los intrusos hacía tiempo que se habían ido.
Busca lumbre, Jar.
Apenas tardaron los candelabros en aclarar a la vista una escena que jamás hubieran imaginado. A unos metros del lugar en el que se encontraban estaba el cuerpo de Cecil Worthington tumbado sobre un amplio charco de su propia sangre. Por la palidez del rostro y las manos, llevaba muerto escaso tiempo. El chaleco empapado en sangre y el limpio corte en la garganta indicaban con claridad la causa.
No se veía ningún otro cuerpo, así que quizá hubiera esperanz...
¡John! la urgencia se reflejaba en la voz ¡Maldita sea...!
Se adentró en la tienda temiendo lo peor. Lo que sintió al acercarse fue congoja, por intuir lo que iba a encontrar, por desear con ansia no hallar lo que imaginaba, por Mere que esperaba fuera angustiada, por Jared cuyas manos ya estaban empapadas en sangre.
Temió lo peor. Se acercó con rapidez por si la vida del anciano no se le hubiera escapado del todo, por si hubiera una posibilidad, aunque fuera pequeña.
¿Vive?
Jared presionó los dedos contra el cuello de Norris y acercó su oído al pecho del hombre al que su mujer adoraba.
¡Sí! A duras penas, pero sí.
Detrás de ellos se escuchó un sonido estrangulado. Sin necesidad de girarse supo que su mujer no le había obedecido. John se volvió. Estaba tan pálida... Sus ojos castaños parecían llenar esa carita expresiva. Repentinamente sintió una mezcla de angustia e ira; contra ella por no hacerle caso y contra el mundo por hacer sufrir a quien no lo merecía.
No, John..., por favor. Por favor... su voz surgía tenue, temblorosa.
No podía permitir que viera lo que iba a ocurrir. Se dirigió a su cuñado y no dio opción.
Jar, sácala de aquí. Ya. No la dejes verle así...
¡No! Debo quedarme con él, por si..., por si...
No. Llévatela, Jared.
Por favor, necesito estar con él.
Sus ojos le imploraban... Maldita sea, sabía que no debía pero se sentía incapaz de apartarla. Si el anciano moría merecía hacerlo junto a un ser querido y ambos se amaban tanto, como padre e hija.
John extendió su mano ensangrentada. Mere la alcanzó sin dudar y se arrodilló junto a Norris aferrándole con una manita la cara y con otra colocándole los anteojos sobre el puente de la nariz, con un gesto tan amoroso que a John se le contrajo el corazón. No quería que ella le viera morir.
Jar, ve volando a casa del doctor Brewer y sácalo del lecho si fuera necesario. No podemos arriesgarnos a trasladarle hasta que le vea.
Su cuñado no perdió tiempo. Como le había indicado, voló en busca de ayuda.