II

Madre, todos me vieron las enaguas. Seguro que ahora formaré parte de sus pesadillas y me odiarán ¡Son lilas!

Cariño, ¿cuántas veces he de repetírtelo? Apenas nadie se dio cuenta ya que John te levantó de inmediato. A propósito, no deberías haberle pisado el pie con el tacón. Es un arma peligrosa.

Fue instintivo, mamá.

Últimamente te desconozco, hija. Te pasas horas en compañía de la abuela, actúas a hurtadillas y de forma misteriosa. No me cuentas lo que ocurre y presiento que tramas algo.

Mamá, no empieces... suspiró Mere y se acercó a la mesita con té, bollos y pastas que habían sobrado del banquete y que habían colocado en la salita, tras la partida de los invitados, la noche anterior. Por lo menos no estaban en el aborrecido salón de baile. El aroma dulzón de la bollería le saturó el olfato y con ello olvidó por completo sus penas. Las pastitas de chocolate eran sus preferidas. Y como hacía años que había dejado de pelear contra sus instintos, hoy, sin duda, se merecía, como poco, una docena. Mejor pensado, docena y media. Decidió tragarse la primera de un bocado.

Cariño, ya es suficiente su madre frunció los labios y eso era, sin duda, una mala señal o me lo cuentas o te dejo en manos de John el gesto de asentimiento de la cabeza de su padre a estas palabras terminó por estropearle el día. Ambos estaban sentados en el sillón en formación de ataque. Implacables frente al enemigo. Una fuerza a tener en cuenta.

¡Mamá! Eso es coacción y me empieza a doler la cabeza ¿Podría pensarlo un poquito, quizá hasta el mes que viene? las cejas de su padre se alzaron hasta lo inimaginable. Diantre, estaba perdida.

No lo entendéis. Es un tema que no solo me atañe a mí, sino al Club y a la abuela.

Al escuchar la palabra prohibida sus padres se enderezaron al unísono.

¿De nuevo con el Club? ¿Recuerdas lo que ocurrió la última vez, cielo? Mere decidió que era mejor no hablar. Lo malo es que su boca iba por su cuenta, ajena a su cerebro.

Aquello fue un error estratégico más que otra cosa, y al final terminó ¿medianamente bien? No ocurrió ninguna desgracia irreparable.

Claro, hija, gracias a John no te comieron viva en los calabozos. Solo te manosearon algo.

Iba a contestar y a protestar de forma enconada cuando su cerebro se iluminó con una idea portentosa. No, más que portentosa, era propia de una diosa del Olimpo.

Madre, tengo que casarme con urgencia Mere alzó la cabeza esperando lucir digna y poderosa. El pasmo en la cara de sus padres le hizo dudar bueno, si os parece bien, claro.

La expresión de su madre se congeló.

Harry, ¡por Dios! ¡Tu hija está embarazada! cacareó de seguido tras girarse hacia el padre de Mere.

Por decir algo suave, las mejillas de su madre estaban arreboladas, parpadeaba sin control alguno y le chirriaban los dientes. Lo siguiente que percibieron sus ojos fue a su padre escurriéndose del sillón de forma poco elegante y desplomándose como un saco de patatas, quedando tieso, tendido sobre la alfombra. En ese momento, lo único que discurría por la cabeza de Mere era que jamás había presenciado un desmayo. Era algo teatral e impactante, aun más tratándose de su padre, su bendito progenitor, que le aguantaba lo indecible. Aunque algo le decía que había planteado rematadamente mal su brillante idea.

¡Rábanos, Harry! su madre se lanzó al suelo y posó la palma de la mano sobre el rostro de su padre al tiempo que le golpeteaba con suavidad la mejilla. Se giró hacia Mere cariño, al fin has hecho que tu padre se desmaye.

Pero, ¿qué diablos está ocurriendo aquí?

Justo el vozarrón que menos le apetecía escuchar. Decididamente hoy no era su día. Cerrar los ojos era una medida de autoprotección frente a lo que se cernía sobre Mere. Pero tú eres valiente, se dijo a sí misma, eres una diosa. Abrió ligeramente un ojo y en un breve atisbo vio lo suficiente. Lo cerró nuevamente de golpe. Bueno, una semidiosa algo temblorosa.

En ese momento supo que las siguientes palabras de su madre iban a ser el detonante de una furia que hasta el momento siempre había estado contenida en un paquete altísimo y musculoso. Tenía que evitarlo a toda costa, como fuera. Decidió lanzarse al vacío y exponer los hechos tal y como eran, sin añadidos ni edulcorantes, tergiversándolos solo una pizca de nada.

El Club está investigando la localización de un tesoro y las cosas se están complicando un poquito de nada, con algún muerto que otro Mere lanzó una dulce mirada a su madre para aplacarla y hemos decidido denunciarlo, en cuanto tengamos pruebas, claro.

Casi se atragantó con las palabras. Es más, no estaba muy segura de si le habían entendido, dado su grado de nerviosismo, ¿estaba farfullando? Por la mirada del podenco, no dudaba que las palabras habían salido en el orden debido.

Entonces, ¿no estás embarazada, cielo? susurró su madre sentada junto al sofá en el que John había depositado a su padre, tras alzarlo con suavidad por debajo de los brazos.

Mere alzó la vista desde la punta de sus zapatos donde la había fijado hasta recobrar el valor. En mala hora. En el aire se escuchó un crujido que provenía de la zona en la que se encontraba John, inclinado sobre su padre. Al principio no pudo ver qué lo había causado ya que se lo impedía la espalda totalmente rígida del grandullón. Mere jamás había sentido tal tensión emanada de John. Parecía un felino, agazapado, tenso.

¡Oh! John, hijo, mira tu mano Mere observó a su madre dirigirse apresuradamente hacia él, y cogiendo de pasada una servilleta de la mesita, agarrar su brazo y darle un leve empellón, obligándole a sentarse en el sillón junto a su padre que deambulaba aun por el valle de los sueños. En ese momento Mere descubrió la razón. El vaso con agua que sostenía en la mano, para refrescar a su padre, se había resquebrajado en diminutos pedazos.

Vamos, Mere, atrévete a mirarle, no te va a comer, quizá solo gruña un poquito. Alzó los ojos y no pudo evitarlo, se puso roja como un tomate maduro. El irascible no le estaba mirando a la cara, estaba recorriendo su cuerpo, deteniéndose, el condenado, en los pechos y las caderas, con una mirada que, como poco, la estaba poniendo nerviosísima. ¿Por qué demonios la estaba ojeando como si fuera un suculento chuletón, diantre? Muy bien, pensó Mere. Ahora verás. Intentó con extrema dificultad cruzar los brazos delante de los pechos sin darse cuenta de que con el gesto lo único que lograba era que se apretaran y asomaran por encima del escote.

Amor entre acertijos
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