VI
Escucharon el sonido de las ruedas acercándose lentamente hasta parar cerca, muy cerca, no más allá de un par de yardas. Permanecieron paralizados, intentando traspasar con la vista las sombras cada vez más densas, debido a la paulatina desaparición de la acogedora luz solar. Primero descendió Rob, jurando como un verdulero, aproximándose al tronco para llamar de inmediato la atención de su acompañante.
Tras un segundo aviso entremezclado con bufidos, jadeos y protestas por el peso del árbol, escucharon cómo requería, de malas maneras, la ayuda del grueso hombre con aspecto grasiento que torpemente bajó del coche, dejando tras de sí la escopeta cargada que no había soltado hasta el momento.
Ninguno se desvió del plan trazado. Los hermanos y Jared mantuvieron la atención en los hombres que en mitad del camino se esforzaban por arrastrar el obstáculo hacia el borde contrario al carromato, mientras John asía de la mano a Mere y la impulsaba por la suave cuesta hasta alcanzar la parte trasera del carro. Con su altura no tuvo dificultad en apartar la lona que cubría la salida y, alzándola en sus brazos, la introdujo en el espacio libre más próximo al cierre trasero.
A lo lejos se escuchaba la conversación que mantenía Rob con el otro hombre decidiendo la mejor forma de dejar espacio para que el vehículo pasara.
En el interior todos los ojos se dirigieron a ella. Eran jóvenes de entre dieciséis y dieciocho años. No creía que ninguno alcanzara la veintena. Tan jóvenes. Estaban atados con las manos a la espalda y por la forma en que estaban sentados parecían ateridos y desesperados. Y con su intrusión, asustados, sorprendidos y quizá algo esperanzados.
Y todos estaban amordazados. ¡Dios!, no habían pensado en eso. Miró con ojos interrogantes a su marido y susurró, tan bajo que este hubo de inclinar la cabeza hacia el interior del coche para lograr entenderla.
¿Qué hacemos? Tienes que taparme la boca.
No iba a dejar que el pánico la engullera. No ahora. Su John revisó sus bolsillos sin resultado, y comenzaba a dirigirse hacia el costado cuando percibieron unas pisadas que se aproximaban hacia ellos, hacia la parte trasera del carromato. ¡Iban a descubrirles!
Miró con los ojos inmensos hacia su esposo pero este, como si nada ocurriera, le sonrió y desapareció de la vista.
Las pisadas cada vez se escuchaban más cerca.
Robbins, déjalo y vuelve aquí de una puñetera vez Mere escuchó la suave protesta de este, que vengas, joder, que ya he conseguido hacer palanca con este otro tronco y me va a vencer el peso. ¡Que vengas, coño!
Los pasos dudaron y Mere se arrebujó en la esquina trasera del interior del cubículo, quieta, respirando apenas.
Exhaló aire al escuchar de nuevo alejarse las pisadas, poco a poco.
Madre mía, no sabía si lo que escuchaba era su corazón golpear, sus oídos retumbar o ambos al compás. De lo que estaba más que segura era que adoraba a Rob y en cuanto le viera le iba a dar un cacho beso en plenos morros aunque el gruñón se enfurruñara.
Aspiró de pura necesidad una buena bocanada de aire, agudizando el oído en caso de que volviera a acercarse y se sobresaltó al aparecer de nuevo la cabeza de su John por el borde del tablón que sellaba la salida trasera.
¿Dónde te has...?
Bajo el carro, shhh..., no hables cariño del bolsillo interior de la chaqueta sacó un pañuelo oscuro.
¿Cómo lo has...?
De Peter.
Es color mugre.
Acércate un poco.
Así lo hizo, dejándose atar las manos a la espalda. Su gruñón depositó un suave beso en sus labios antes de cubrirlos con el pañuelo y acariciar suavemente su cara.
Fue a alejarse pero volvió sobre sus pasos y la besó de nuevo, en esta ocasión sobre el propio pañuelo y en la suave mejilla. La miró a los ojos en plena oscuridad y esos claros iris brillaban reflejando la luz de la luna.
No te perderemos de vista Mere asintió, incapaz de hablar y si te ves en apuros, no dudes en hacer lo que hablamos, por favor, cariño, no dudes, por mí. Todo saldrá bien, te lo prometo ¿de acuerdo?
Ya no se oía la conversación a lo lejos. ¿Acaso John no se daba cuenta que tan solo se escuchaban los sonidos de fondo del bosque que les rodeaba? Gimió contra la mordaza pero esas manos no soltaban su rostro, frotando con dulzura sus mejillas.
¡Vete! ¡Tienes que irte, por favor, por favor, te descubrirán! Intentó que lo leyera en su mirada, en la forma en que trataba de zafarse de la sujeción. Debía alejarse mientras estuviera a tiempo. Escuchó al acompañante de Rob comentar que iba a asegurarse de que los muchachos estuvieran bien. ¡Dios! ¡Iba a mirar en el interior del carro!
Por un breve instante estuvo segura de que John no iba a seguir adelante, por la forma en que apretó los labios y esperó tenso, casi deseoso de enfrentarse al que se acercaba, deseoso de no alejarse de su mujer, hasta que ella susurró contra la mordaza un forzado por favor que él no podría entender pero que captó en su aterrada mirada.
John deslizó el pulgar de su mano derecha por la lágrima que se había escapado de esos castaños ojos y se alejó sin ruido, luchando contra sus impulsos, hacia la oscuridad del camino, veloz y sigiloso, sabiendo que dejaba atrás aquello que más quería.